NICOLETTA (NIKI)
Me despido de Francesco cuando llega la hora. Reviso mi apariencia en el reflejo de una vitrina y creo que no es el adecuado para encontrarme con alguien con el status de ese hombre. No tengo tiempo para regresar al hospital así que únicamente peino mi cabello.
—¿Señorita Nicoletta Palazzi? —inquieren detrás de mi y me sobresalto al ver a un hombre alto y fornido en traje.
—Soy yo —trago duro nerviosa puesto que esto parece una escena de secuestro o rapto —. ¿Usted es el chofer del señor… —olvide su nombre ¡demonios!
—Ranieri —concluye por mí y lo anoto en mi cabeza —. Debemos irnos, vamos 2 minutos tarde y se volverán 3 si no sube al auto ahora. El señor Ranieri detesta la impuntualidad.
Me quedo helada ante lo metódico que es. Acepto e ingreso al auto de lujo. Durante todo el camino permanezco estática, como una estatua, no me puedo permitir dañar o ensuciar algo. Llegamos a la zona exclusiva de la ciudad donde el tamaño de las casas crece conforme se avanza.
¿Qué se sentirá tener tanto espacio? ¿Cómo será el diario vivir de esas personas? ¿A qué se dedicarán? ¿Serán igual de amargados que ese hombre Ranieri?
Por lo menos hacer preguntas estúpidas es gratis.
Sé que el chofer me está viendo por el retrovisor, pero tapo mi boca con una mano cuando nos detenemos frente a las verjas de una gigantesca casa, que digo casa, mansión. Pese al lujo que desprende, parece fría.
¿Qué hago yo aquí? No paso ni por personal de limpieza. Si no fuera porque en realidad yo le debo a este hombre, le pediría trabajo.
—El señor la espera en su estudio —avisa aquel hombre con cara de pocos amigos.
—¿Y cómo sabré donde está su estudio?
El silencio que se genera es el equivalente a un “no es mi problema y no hagas preguntas tontas”
—Muchas gracias ¿Cuál es su nombre disculpe? —. Si me van a matar mínimo buscare un lugar donde escribir sus nombres, así como en las novelas de detectives que veo con la abuela.
—Lorenzo señorita y va tarde —sentencia y me bajo con prisa del auto. Mientras subo los escalones a la entrada pienso en las películas y como los choferes abren las puertas de las damas. Yo no paso de una simple desconocida y si es como su jefe con mayor motivo comprendo el trato.
Toco la puerta dos veces y una señora de estoico gesto abre la puerta. Me repasa con la mirada y con su mano señala las escaleras.
—Suba, la tercera puerta a la derecha —describe y cierra la puerta detrás de mí.
En mi trayecto a la escalera le doy un vistazo a la sala y esta exuda orden y lujo, no obstante, carece de ese brillo que le compete a un hogar. Ese pobre niño debe sentirse muy solo en este palacio.
Cuento las puertas y al llegar a la tercera me detengo para respirar un momento. Mi presencia aquí todavía es una interrogante así que rezo internamente para que sea lo que tenga que suceder no me cause más problemas, deudas o traumas de los que ya tengo.
—Entra de una vez, no tengo tiempo que perder —me espabila una voz grave que proviene del interior. ¿Cómo sabe que ya estoy aquí?
En un arranque abro la puerta para encontrar aquella estilizada figura masculina detrás de un escritorio de madera oscura. Nuestras miradas se cruzan y el gélido azul en su mirada congenia con la atmosfera de su propia casa.
Me repasa lentamente y no puedo evitar sentirme pequeña.
—Yo soy…
—Nicoletta Palazzi, veintitrés años y estudiante de Pedagogía Infantil —interrumpe y empieza a narrar lo que parece ser mi hoja de vida. No creo habérsela enviado, hago memoria y la verdad lo único que tengo es su número. ¿De dónde saco esa información? —. Un amplio historial de empleos de medio tiempo, un único familiar y no tiene domicilio ¿Por qué?
Esta clase de personas son capaces de arruinar tu vida en un momento, te buscan para conocer tus debilidades.
—Señor yo vine para solucionar las cosas. Como acaba de ver no tengo el dinero suficiente para permitirme una demanda —expongo con el fin de defenderme como puedo.
—Señorita Palazzi…
—Comprendo que lo sucedido el otro día fue un accidente…
—¡¿Llama a eso accidente?! ¡Pudo ser una tragedia, casi los atropello!—se levanta de su silla furioso mostrándome su impresionante altura. No le llegare ni al pecho.
—Hice lo mejor que pude en esa circunstancia y pese a que no fue mi culpa perdí mi empleo.
—Vamos de nuevo —bufa— no es eso lo que le estoy preguntando señorita Nicoletta…
—Yo lo siento mucho y por favor considere mi situación.
—¡Nicoletta! ¿Qué nunca responde a una pregunta directamente cuando se le hace? —farfulla. Unos finos zapatos negros aparecen en mi campo de visión y levanto la cabeza. Se encuentra demasiado cerca y desde su altura me juzga con severidad —. No me importa que hace, si tiene o no la capacidad para una demanda, le estoy preguntando ¿Por qué no aparece un domicilio en su hoja?
No puedo poner la dirección de un puente al azar y peor la del hospital. Este hombre no puede conocer mi deplorable situación.