NICOLETTA
—No se meta en más problemas —sugiere Lorenzo cuando llegamos a la mansión.
Yo no soy la de las problemas, es Massimo quien hace de todo un lío. Soy una simple niñera a sus ojos, no comprendo su actitud.
Entro a la casa con intención de buscar a Alessandro, sin embargo, Fátima me detiene en la entrada.
—Esta aquí, de nuevo —cada una de sus palabras son expulsadas con desdén.
—Si, yo cuidare de Alessandro —explico buscando una salida, pero ella se interpone en mi camino.
—Le daré una sugerencia señorita Nicole.
—Es Nicoletta.
—Me da igual, no tengo que recordar su nombre ya que es cuestión de tiempo para que se largue como todas las que alguna vez quisieron seducir al señor Massimo por medio de su hijo.
Ahora entiendo. Ella no sabe lo que esta oportunidad representa para mi. Enamorarse es otro lujo que no me puedo permitir, aunque Massimo juegue un constante estira y afloja, mi abuela es más importante.
—Así que tenga cuidado, que aquí solo hay una dueña y señora.
—¿Y en donde esta? Si se puede saber —interrogo ya que ni esta aquí pendiente de su hijo.
—Trabajando, ella es una mujer elegante, destacada y con una carrera. Alguien digno de llevar el apellido Ranieri.
—En ese caso que bueno que me apellido Palazzi —sonrío y continuo mi camino —. Y no era necesario que me amenazaras, conozco mi lugar.
Esa mujer debe idolatrar a la madre de Alessandro, no he escuchado nada de ella así que me guardare mi opinión. Lo único que puede reconocer es que debe equilibrar sus prioridades ya que no se debe ser mago para notar lo solitario que se siente Alessandro.
—¡Nicoletta! —se levanta y corre a mi encuentro. Hacia mucho tiempo no recibía un saludo así de cálido. Alessandro no es tan malo como lo pintaron en la guardería, solo quiere que alguien lo escuche —. Mira, te tengo una sorpresa.
Saca la figura que estaba utilizando ayer y esta ahora se encuentra pintada de rosa de pies a cabeza.
—La hice para ti, mi papá me ayudo a terminarlo —revela trayendo a Massimo nuevamente a mis pensamientos.
No vayas por ahí Nicoletta, te agarras ese corazón de pollo que tienes y te pones a trabajar.
—Hoy tendremos una rutina diferente —anuncio ordenando un poco los juguetes que esta esparcidos —. Tu papá me dijo que debes empezar a estudiar.
—Ya lo sé todo —va en busca de un libro acorde a su edad. Alessandro me muestra su progreso, sus conocimientos en los colores, números, figuras. Es fascinante y dice todo con desbordante emoción —. ¿Lo hice bien? —busca mi aprobación.
Esta familia todavía no se da cuenta que tienen un diamante escondido y abandonado.
—Lo has hecho maravilloso —. Le ayudo a corregir mínimos detalles y la mañana pasa volando.
A la hora del almuerzo bajamos a la cocina y Fátima esta sirviendo los alimentos indiferente a que estemos o no. Ella se retira, no sin antes dedicarme una mirada llena de desconfianza.
Señora no le voy a robar nada, cierto que el tenedor que sostengo es más caro que mi teléfono, pero no puedo sacrificar algo como la estabilidad de la única familia que tengo. Meterme en líos con Massimo es un dolor de cabeza además del ligero presentimiento de que terminaría pagando el doble las consecuencias.
Después del almuerzo llega la hora que más me temía y es algo que no puedo omitir por su bien.
—¿Por qué me colocas el abrigo? —pregunta Alessandro —. ¿A dónde vamos?
—Iremos al parque, tomaras aire fresco y podrás jugar con otros niños.
Solo lo menciono y se quiere deshacer del abrigo a tirones.
—¡No quiero ir! —solloza.
—Yo te acompañare Alessandro —procuro calmarlo.
—¡No! ¡Que no quiero ir! —con el abrigo puesto corre por los pasillos y le sigo ya que esta casa es gigante. Lo más probable es que me pierda yo buscándole a él.
Sigo hasta un área de la casa que me roba la respiración. Es un invernadero de cristal, es lo más hermoso que he visto. Pensaba que solo existían en las películas que miraba con la abuela, pero no, es real. El diseño es hermoso, sin embargo, al igual que varias cosas en la casa, las flores parecen descuidadas, casi secas. Algo que un poco de agua y buen abono no arregle.
Un hipo me distrae y es cuando encuentro a Alessandro en una esquina llorando.
—Me dirás porque no quieres ir al parque.
—Nadie quería jugar conmigo —llora—. Ella me dijo que nadie me querría si volvía al parque.
—¿Quién te dijo algo así? —. Por un segundo pienso que se tropezó con algún grupo de niños que lo molestaron o una de esas madres sensibles. No esperaba lo que dijo a continuación.
—Mi mamá —revela y casi me voy de espaldas.
—Alessandro ¿es en serio?
—Hace unos meses vino y me llevo al parque. Nadie quería jugar conmigo y se enfado cuando interrumpí su llamada.