NICOLETTA
Y la historia se repite. Camino por las calles ignorando la intensa lluvia y las miradas curiosas de los transeúntes que me juzgan por mi vestimenta. Desconocen que mi corazón finalmente se rompió en el mil pesados y mi mente es incapaz de procesar algo más que el dolor que corre abruptamente por mi ser.
—Soy una tonta —musito para mi misma.
Si me hubiera mantenido al margen, de evitar involucrarme tanto probablemente jamás habría experimentado este vacío en mi pecho. Puede que haya sido demasiado ambiciosa al pensar que podía merecer tan solo un poco del afecto de Massimo, pero lo que más me duele es dejar a Alessandro.
La culpa me lleva a pensar que puede que Simon o Pietro intervengan por la criatura. Incluso llego a desear que esa mujer cambie para bien y pueda ser la madre que él merece. Mi dulce niño. Él y su padre conforman la mayor de mis aflicciones.
En un descuido escucho la bocina de un auto a lo lejos y lo último que veo son las luces delanteras. Mi cuerpo impacta contra el pavimento y suelto el bolso con mis pertenencias.
—¡¿Niña estás bien?! —pregunta una voz bastante familiar.
Abro los ojos y veo al doctor de mi abuela completamente empapado. Me incorporo y agradezco a la vida por guardar todavía un poco de piedad para mí.
—Señorita Palazzi ¿Qué hace usted aquí afuera? —pregunta el doctor Andora cuando me reconoce.
—Yo… —titubeo y tardo un poco en procesar lo que realmente quiero comunicar—. Quería ver a mi abuela.
—¿Planeaba verla en la madrugada con esta tormenta y en pijamas? —resalta mi deplorable situación —. ¿Está segura que se encuentra bien?
No quiero llorar frente a él así que me aferro a mi bolso reteniendo las ganas.
—Solo quería verla —mi voz me traiciona y delata mi estado.
El señor de cabello cano que me nos ha acompañado durante todo la enfermedad de mi abuela me dedica una mirada compasiva.
—Te has lastimado la rodilla —indica la fea herida que había sido anestesiada por la adrenalina del susto—. Te llevaré al hospital.
—Lamento molestarlo, yo… yo iré por mi cuenta. Además no fue su culpa.
—Nicoletta soy doctor y dejarte en este estado, bajo la lluvia y con una herida abierta no es muy ético de mi parte —explica.
Recuerdo que no me puedo dejar morir, mi abuela todavía necesita de mí. Asiento y tomo la mano que me ofrece, me avergüenza ensuciar su coche, pero no le da más importancia.
El hospital estaba a unas cuantas calles y cuando llegamos hace que me atiendan en emergencias. Estoy perdida en mis pensamientos cuando suturan mi herida.
—Tu abuela está despierta Nicoletta —avisa el doctor Andora. Quien sabe cuanto tiempo llevaba en esa camilla.
Sin mediar más palabras me acompaña hasta la habitación de mi abuela.
—Sea lo que le haya pasado señorita Palazzi, no deje que eso le quite la felicidad del momento —dice antes de que entremos a la habitación de mi abuela.
—¿Por qué tendría que estar feliz?
—Su abuela, aún contra todo pronóstico ha demostrado ser una paciente perseverante. Ha sido satisfactorio presenciar su progreso hasta este día. Debe sentirse feliz porque le otorgaran el alta.
Hace varías semanas me lo había dicho en una llamada. Estaba tan enfocada en mi miseria que lo había olvidado.
—No la llame porque su tía estuvo aquí para encargarse de todo —revela aquel hombre alarmándome.
¿Tía? Yo no tengo tías, siempre hemos sido solo la abuela y yo. Ninguno de mis padres tuvo hermanos, así que jamás tuve alguien a quien llamar tío o tía.
¿Quién es la persona que está con mi abuela?
Abro la puerta y lo primero que veo a la abuela de pie cerca de la cama. El doctor se retira dejándonos solas.
—Mi niña ¿Qué haces aquí? —pregunta y me apresuro a abrazarla como cada vez que llegaba de la escuela. Todo lo que he vivido estas últimas horas me han hecho sentir de nuevo como esa pequeña indefensa sin padres, sin embargo, su calor es el remedio que necesito para eclipsar el dolor —. Niki ¿Qué te ha sucedido? —pregunta evaluando mi aspecto.
Me separo de ella para contestar, pero la figura de una mujer mayor en una esquina de la habitación es mucho más intrigante. La abuela voltea y toma mi mano para acercarme a la señora con la cual comparte ciertos rasgos.
—Niki, la última que la viste eras muy pequeña así que te la presentaré —dice la abuela—. Ella es tu tía Elisabetta, mi hermana mayor.
Ella extiende su temblorosa mano y veo como lágrimas se asoman de sus ojos.
—Venga Niki, dale un abrazo —me riñe la abuela.
Ella me recibe y percibo el mismo olor peculiar de la abuela en ella. Su respiración es agitada y deduzco que se encuentra conmovida, en cambio yo me mantengo alerta. Confiar precipitadamente en las personas es lo que produjo este desastre en mi vida.
—Me he emocionado —dice la señora cuando nos separamos—. Eras muy pequeña la última vez que te vi y bueno… habría deseado poder estar ahí para verte.