—¿Qué hago? —pregunta Simon expectante con Alessandro en los brazos.
—Llévate a Alessandro al apartamento de Pietro, ya hablé con él.
—¿Estás seguro de que prefieres quedarte solo? —inquiere.
—Sí, yo me las arreglaré —afirmo—. Cuando salgas dile a Lorenzo que lo espero en mi oficina.
Simon asiente y en medio de la noche sale con Alessandro en brazos con el objetivo que no presencie otra catastrófica situación. El estado en el cual lo encontré es el impulso final que ocupaba para hacer lo correcto.
Hace algunos meses una de las principales causas de mi falta de sueño era que mi matrimonio lentamente se estaba condenando al fracaso, sin embargo, ahora no haré más que regocijarme a partir del momento en que la firma de Irina esté plasmada en esos documentos.
Llego hasta la puerta de mi habitación, donde ella descansa. De haberse producido bajo otras circunstancias habría sido sutil, habría esperado hasta la mañana y mostrado mi cara de póker, pero esta vez Irina había cruzado la línea.
Nada fue suficiente para ella, ni el dinero, la reputación o su familia. Jamás significamos algo para ella, entonces ¿Por qué le sigo dando importancia?
—Despierta —digo removiendo la sabana de seda y el antifaz para dormir.
—Cariño regresaste muy tarde —comenta como si nada hubiera sucedido, me hierve la sangre y la posibilidad de empeorar las cosas es lo que me mantiene a raya.
—¿Dónde está Nicoletta? —pregunto entre dientes.
—Planeaba decírtelo esta mañana, pero ya que insistes —dice y juguetea con mi corbata la cual le arranco de un sopetón de sus asquerosos dedos —. Ya no tendrás que preocuparte por la custodia ni el divorcio, hice lo que tú debiste hacer.
Con semblante serio y una revolución en el interior saco los papeles del divorcio y los dejo en la cama.
—Fírmalos Irina, te estoy dando una oportunidad nada más porque diste a luz a Alessandro —le indico—. Terminemos con esto por las buenas.
Irina arroja los papeles a un extremo de la habitación furioso.
—No lo haré —contesta indiferente.
No quiso por las buenas, será por las malas.
—¡¿Qué hiciste con Nicoletta?! —bramo después de que el último ápice de paciencia se extinguiera de mi cuerpo.
—¡Así que es por la niñera estúpida! —dice con sorna y suficiencia—. Le di una lección y la despedí.
—¡¿Quién carajo te dio el poder para hacer eso?! —pregunto furioso sacándola de la cama.
—¡Massimo me lastimas! —se queja—. ¡El juzgado te lo quitará si demuestro pruebas de abuso físico! —se jacta.
La suelto y voy en busca de los papeles que dejo en la cama nuevamente. Además de las copias que guarde en mi saco.
—El juez no me quitará a nadie si se enteran de que la persona que pide la custodia es una ladrona —revelo y la estúpida sonrisa en su rostro desaparece.
—¿De dónde lo sacaste? —farfulla y ahora puedo ver su verdadero rostro, ese que Pietro y Simon fueron capaces de ver.
—Te sorprendería saber la facilidad con la que hablo tu gente —resalto—. Tengo todo Irina, pruebas, testigos y estados bancarios. Tienes una única opción, firma esos papeles y desaparece de nuestras vidas, el único motivo por el cual decidí no proceder directamente con la policía es por mi hijo.
Ella se mantiene erguida con los ojos frenéticos sobre las pruebas que la catapultan a un deceso y encierro seguro.
—¡Todo es culpa de él! —grita llena de impotencia—. ¡Si nunca me hubiera embarazado nada de esto habría sucedido!
—¡Cierra la boca de una vez y firma los documentos! —exijo agotado.
—Hazlo Irina o hago todo esto público y me aseguro de enterrar tu nombre y marca —amenazo con lo único que le interesa, ella misma —. Sabes que soy capaz de eso y mucho más.
Pienso que tendré que obligarla a firmar, pero ella toma el lápiz y firma. Maldición. Siento que el aire entra nuevamente a mis pulmones y que me he quitado un peso de encima.
Tocan la puerta y me llevo conmigo los documentos ante la posibilidad de que ella haga algo.
—¿Señor me llamaba? —pregunta Lorenzo nervioso, detrás veo a Fátima exaltada—. Lamento interrumpir, pero su hermano me dijo que era urgente.
—Te llevarás a Irina y desde este momento ella tiene la entrada prohibida a esta casa —expongo y tomo al hombre a un sitio aparte —. Pero antes Lorenzo ve a recoger a Nicoletta en el lugar donde la dejaste.
Lorenzo los ojos en demasía y sus minúsculos gestos demuestran nerviosismo.
—Esa estúpida niña se fue sola —confiesa Fátima con desdén—. Usted también lo es por despreciar a la señora sobre una insípida niñera.
—¡¿Lorenzo en donde esta Nicoletta?! —exclamo impulsado por la angustia.
—Lo lamento señor —se disculpa —. Ella no quiso…
Ya había tenido suficiente. Todos confabulaban por llevarme al límite, probar mis capacidades y exponer la rabia que llevo conteniendo por cada día separado de ella.