NICOLETTA
Despierto en una cama diferente, bajo un techo diferente y rodeada de personas que brindan calma al desastre que Massimo Ranieri provocó en mi corazón. Me desperezo en la cama y me regaño por pensar en él cada vez que me levanto.
—Algún día saldrás de mi cabeza —susurro para mí misma.
Ordeno mi cama ubicada junto a la de la abuela y procuro mantener la habitación lo más presentable y limpia posible. Tía Elisabetta tuvo la bondad de darnos una habitación en su casa, lo mínimo que podemos hacer es evitar ser una carga.
—Niki, el desayuno está listo —avisa la abuela entrando a la habitación.
—No tengo mucho apetito.
—Niki, llegaste en fachas al hospital, salimos ayer en la madrugada y te la pasaste durmiendo todo el día —resalta—. Debes comer.
Era como si mi cuerpo conspirara en mi contra negándose a los sentidos básicos con el fin de concentrarse en mi dolor y pena.
—Mi niña ¿hay algo que quisieras decirme? —inquiere la abuela, se sienta en la cama y desvío la mirada, ya que soy incapaz de mentirle.
—No sucede nada —musito y simulo estar enfocada en desempacar.
—Niki, llevo mucho tiempo en este mundo y otro buen rato siendo tu abuela —indica—. Algo te sucede ¿Paso algo?
—Lo lamento abuela. Tienes razón, debo comer —afirmo para evitar que siga indagando—. Creo que no me acostumbro todavía a todo esto.
—Yo tampoco —admite—. Sin embargo, me brinda mucho alivio estar aquí y saber que no tendremos que buscar la forma de llegar a final de mes.
—No le dejaré los gastos a tía Elisabetta, voy a trabajar y cooperar —afirmo y ella sonríe orgullosa.
—Siempre perseverante Niki. Puede que no hayamos gozado de lujos, pero la vida me hizo tan afortunada al ponerte en mis brazos mi niña —confiesa y busco un poco de medicamento para este dolor en sus brazos —. Trabajarás Nicoletta, pero quiero que regreses a tus estudios.
—Abuela tú todavía requieres cuidados con las medicinas y la dieta…
—Tu tía y yo nos encargaremos de eso, tú enfócate en construir tu vida, una que te haga sentir feliz —sugiere y si supiera que conocí la felicidad en otro lado.
Salgo y encuentro la mesa servida. Huele delicioso y tía Elisabetta me observa expectante. Admito que fui bastante dura con ella, pero los hechos de las últimas horas me mantuvieron en shock y desconfiada de todo lo que sucedía a mi alrededor.
—Espero que lo disfrutes —comenta tía Elisabetta y asiento con una leve sonrisa.
—Está delicioso —halago.
El sonido de los platos y su conversación resaltan en el cálido ambiente de la cocina hasta que escucho una tercera voz proveniente de una pequeña televisión. Paso con dificultad el bocado en mi garganta cuando lo escucho mencionar; los recuerdos aparecen de golpe y con ellos la decepción.
《La empresa se ha visto envuelta en este escándalo y brindará explicaciones a sus inversores y socios. Parece que el matrimonio de Massimo Ranieri e Irina marcha hacia…》
—¿Estás bien? —cuestiona la abuela cuando apago de súbito el aparato.
—Me estaba dando un poco de dolor de cabeza —explico y tomo asiento de nuevo.
—Niki, tu pantalón está sucio —indica mi tía señalando mi pijama ahora sucia por gotas de sangre. Había olvidado la herida.
—¿Nicoletta cuando te hiciste eso? —inquiere la abuela preocupada e inspecciona mi pierna.
—Hace unos días —miento con pesar—. Está corriendo en mi trabajo y me caí.
Ellas parecen creer mi excusa y mi tía va por el botiquín de primeros auxilios. Siento el escrutinio en la mirada de la abuela así que procuro limitar mis palabras.
—Algo te sucede —afirma la abuela cuando mi tía se marcha.
—Ya pasará. Te lo diré algún día, pero no puedo hacerlo ahora —respondo y pongo mi mejor cara para esconder lo herida que estoy.
La abuela comprende y deja el tema a un lado. Regreso a mi habitación con una sensación arrolladora de impotencia y llena de la amarga sensación de abandono.
Me la paso el resto de la tarde organizando mis pertenencias y las de la abuela. Reviso las indicaciones del doctor para distraerme de pensar en ellos. Sin embargo, mi mente es traicionera y me lleva a Alessandro. Me pregunto quien le acompañara en este momento, si estará feliz e instintivamente veo la hora recordando su desayuno.
Cuando su padre aparece en mis pensamientos vuelvo a las recetas médicas desperdigadas a mi alrededor.
Debo olvidarte.
—Nicoletta, hay alguien que vino a verte —avisa la tía Elisabetta y mi corazón se estremece por un segundo.
¿Será posible? ¿Me encontró? Tiene los medios y si quisiera podría comprar el vecindario completo.
Mis estúpidas esperanzas se desvanecen cuando salgo y veo un hombre desconocido sentado junto a la mesa.
—Él es mi hijo Giorgio —explica mi tía —. Se conocieron de pequeños, él te recuerda a ti, puesto que era mayor, pero dudo que tú lo recuerdes a él.