NICOLETTA
—Ahí esta, como todas las mañanas —avisa tía Elisabetta después de asomarse por la ventana.
—Ya me está empezando a dar un poco de lástima el pobre hombre Niki —comenta la abuela.
—Incluso yo estoy empezando a sentir un poco de pena por el desgraciado —agrega Giorgio llevándose una tasa de café a los labios.
—¿Será que le gustan los panqueques? —cuestiona mi tía —. Si se levanta muy temprano para venir aquí, seguramente no debe tener tiempo para comer.
—No es nuestro problema —refuto mientras termino de guardar mis cosas para la universidad. Hoy tengo un examen por lo que debo salir de casa temprano.
Los últimos días Massimo ha estado viniendo por las mañanas, preguntando por mí o esperando a que salga. Al principio todos parecían estar de mi lado, pero ahora se están doblegando ante este hombre.
Otras veces solo espero a que se marche, lo cual no toma mucho tiempo, ya que debe irse a trabajar.
—¿Sigue ahí? —inquiero al ver la hora en mi reloj. No puedo llegar tarde, si pierdo este examen tendré que reponerlo y no me desvele estudiando en vano.
—Como un perro guardián —responde Giorgio.
—Lo que hace el amor —suspira la tía Elisabetta.
Ruedo los ojos y me ajusto la mochila en la espalda. ¿Amor?
—¿Saldrás con él todavía ahí afuera? —pregunta la abuela incrédula.
—Debo seguir con mi vida, no puedo quedarme encerrada para siempre —explico y beso su frente.
—Estoy orgullosa de ti —refuta—. Éxitos en tu examen.
Respiro profundo antes de abrir la puerta y justo ahí, parado frente a su auto observando el suelo esta Massimo Ranieri vestido en un elegante traje negro. Todo en él, hasta su pose, llamaba la atención de cualquiera que pasará por aquí, los vecinos seguramente ya estaban hablando, por lo que cuando salgo, camino en la dirección más alejada posible.
—Hola, Nicoletta —titubea cuando se percata de mi presencia y se aclara la garganta—. ¿Vas a algún lado? ¿Te llevo?
—Voy en autobús —respondo tajante e inicio mi caminata a la estación.
Suspiro cansada cuando percibo que su coche me sigue a unos cuantos pasos y agradezco cuando el bus le rebasa para terminar con mi tortura.
Que ingenua me sentí cuando a mitad de camino descubro que Massimo va a unos cuantos coches detrás de nosotros.
¿Está loco?
—Mira ese auto —escucho que dicen unos chicos asombrados atrás.
Una parada antes de llegar a la universidad busco el vehículo, pero este ya no esta a la vista. Seguramente ya debía marcharse. Bajo con tranquilidad e ingreso a la enorme institución. Muchos estudiantes se saludan al llegar, en cambio yo me mantengo enfocada en repasar todos los temas en mi cabeza. Quiero sacar mis cartas para repasar y me doy una cachetada mental cuando descubro que las he dejado en casa.
El examen inicia y me las apaño para responder, contesto todo y soy la primera en terminar el examen. Somos alrededor de quince en esta clase así que todos voltean a ver al atrevido quien entrego el examen, ya sea por genio o porque sinceramente no sabe nada.
Abandono el edificio y camino en dirección a la parada del autobús, voy concentrada en mis deberes de esa semana que no me percato de las chicas que vienen en mi dirección y estas casi terminan enviándome al suelo.
—Lo siento mucho, es que no te vi —se disculpa primero.
—Por supuesto que no la has visto, si vienes concentrada en ese hombre —comenta una de sus amigas.
—Deja de molestarme que fue tu idea saltarnos la clase para venir a verlo —la acusa—. Disculpa, de nuevo.
Ellas se acercan a un gigantesco grupo de chicas que suspiran incusamente y susurran entre risas. Sigo la dirección de sus miradas y descubro a Massimo sentado de espaldas en una banca. Esta al teléfono y apenas se ha percatado del revuelo que ha causado.
—Hoy vino más temprano —comenta una de ellas y poco tiempo me toma atar cabos.
¿Ahora me está siguiendo?
Retomo mi camino antes de que Massimo me vea, pero fracaso en el intento cuando corro desesperadamente hasta la parada cuando descubro que mi autobús se ha ido y ahora debo esperar veinte minutos el próximo.
—Nicoletta —. Me estremezco al escucharlo cerca.
Empiezo a caminar, pero este me detiene del brazo.
—¿Qué haces aquí Massimo? —inquiero cansada—. Entiendo que aparezcas en mi casa, pero venir hasta mi universidad.
—No quieres hablar conmigo, así que he tenido que conformarme con verte —explica.
—¿Estás demente? —pregunto incrédula —. ¡¿Con quién esta Alessandro?! —le recrimino.
—Nicoletta tranquila, no estoy incumpliendo con nadie —afirma—. Hago esto cuando tengo espacios libres y respecto a Alessandro me lo estoy llevando a la oficina.
—Massimo, es un niño.
—¡Lo sé Nicoletta! —exclama —. ¡Estoy haciendo lo mejor que puedo, no soy perfecto, pero quiero solucionar las cosas! Él está afectado y no puedo dejarlo en una guardería tampoco aceptará a alguien más que no seas tú.