NICOLETTA
—¿Estás segura de esto cariño? —pregunta la abuela mientras compartimos el desayuno —. Pensé que no querías volverlo a ver.
—Abuela, es complicado —respondo intentando procesar todo esto que despierta Massimo en mi —. Yo hago esto principalmente por Alessandro, él no es culpable de las decisiones de su padre.
—Yo creo que haces bien —añade tía Elisabetta —. Reconócelo hermana, todos actuamos mal, pero ser capaz de reconocer nuestros errores, disculparnos e incluso tratar de enmendarlos es de valientes.
—A ti te agrada porque es guapo —la molesta mi abuela. La tía Elisabetta sonríe con picardía.
—Nicoletta y él me recuerdan a mis novelas románticas, puede que se me pasaron los años para vivir algo así, pero por lo menos sigo completa para poder presenciarlo —explica sonriendo.
Ella es bastante risueña y positiva, por otro lado, la abuela se preocupa por como esto puede llegar a afectarme.
—¿Vendrá bastante seguido a visitarte? —cuestiona la abuela.
—Viene por Alessandro —aclaro.
—Niki ¿no estarás pensando trabajar de nuevo para ese hombre? —aparece Giorgio por la puerta de la cocina y saluda a las demás.
—¡Nada de trabajar! —exclama tía Elisabetta.
—Correcto —se unen mi abuela y Girogio en coro.
—Tiene que tratarte como es debido —continúa mi tía —. Es decir, sin anillo tú no sales de esta casa.
—¡¿Qué?! —suelta mi abuela y Giorgio. Yo retengo la risa al ver sus expresiones después de escuchar las condiciones de mi tía.
—Estoy bromeando Niki, la decisión es toda tuya —dice para calmarlos a ambos, sin embargo, me guiña el ojo dejándome en claro que debo tomármelo en serio.
Termino de recoger la mesa y avanzo con algunas labores. Mientras finjo que tengo la cabeza en cualquier cosa, menos en el beso que Massimo y yo casi compartimos en el parque. Mi piel se eriza y las mariposas en mi interior aumentan cada vez que recuerdo su cercanía y esos ojos llenos de súplicas de perdón.
Todavía pienso en como debería abordar esta nueva relación que claramente no tiene título, ya que fui removida como niñera de Alessandro. ¿Somos amigos? ¿Pretendientes? ¿Abiertos a posibilidades?
Massimo en que enredo me tienes. Desde que nos conocimos hemos sido una montaña rusa, sin embargo, debo admitir que he disfrutado uno que otro momento de adrenalina.
—Ya están aquí —entra mi abuela a la habitación —. Debo ser sincera cariño, sí que la tendrás difícil Niki.
—¿Por qué?
—Ese niño ya convenció a tu tía, vine aquí porque me temo que me sucederá lo mismo —explica y sonrío, ya que ese es el efecto real de Alessandro. Cuando has ganado su confianza es un ángel —. Le prepararé galletas.
—De chispas de chocolate y moras —son sus favoritas.
La abuela voltea a verme con asombro y condescendencia. Ella me ha descubierto y la verdad es que conozco y quiero a ese niño como si fuese mío.
—Más vale que ese hombre no te vuelva a romper el corazón —sentencia antes de abrazarme —. De lo contrario, haré uso de mis últimas fuerzas para darle una patada en el trasero.
—No será necesario, Giorgio lo hará.
Salgo de mi habitación y la emoción se abre paso al ver como Alessandro corre con una sonrisa hacia mis brazos.
—Te extrañé mucho —me dice cuando nos separamos.
—Yo también, muchísimo —refuto.
—Si yo viviera contigo ya no me extrañarías tanto —dice con esa inocencia característica de su edad.
Levanto la vista y como reacción habitual, Massimo me deja sin aliento con su porte y traje a la medida. Añadamos la deslumbrante sonrisa que me dedica.
—Buenos días —saludo un poco cohibida al recordar los sucesos de ayer.
—Buenos días Nicoletta —dice y me entrega un ramo de flores. Massimo aprovecha mi despiste y deja un fugaz beso en mi mejilla.
—Esas flores te las ha traído papá, las de ayer igual —aclara—. Solo que se pone tímido.
—Alessandro —lo regaña el padre.
—¿Es cierto? —pregunto.
—Sí… yo te traje esas flores ayer —confiesa con algo de vergüenza y nunca pensé ver esta faceta del gran Massimo Ranieri.
—Eran hermosas y estas igual —afirmo —. Gracias.
Me voy a buscar un florero donde ponerlas antes de que mis impulsos me ganen y terminando besándolo.
—No encuentro el jarrón —susurro mientras me agacho para ver debajo del lavador.
—En casa hay muchos jarrones —comenta Alessandro y se agacha junto a mí.
—¡Lo encontré! —lo saco y lleno de agua —. ¿Les gustaría algo de comer?
—Gracias, pero ya comimos…
—¡Sí! —exclama el pequeño —¡Comida de Nicoletta!
—¿Tanto extrañas mi comida?
—Sí, papá deja la comida sosa algunas veces —añade y veo de reojo como el mencionado se exaspera en silencio —. Perdón, digo, en casa hay comida, todo tipo de comida, lo que tú quieras.