Pasado
Lara Hernández cumplía dieciocho años aquella noche. Y como cualquier adolescente en busca de un poco de libertad, se había escapado de su casa, donde sus ultraconservadores padres, dormían plácidamente creyendo a su hija dormida en su habitación.
Lo cierto era que Lara, no era una rebelde, todo lo contrario, se podía decir que era muy tímida al punto de parecer retraída, pero aquel día, después de la insistencia de su novio Gonzalo y su amiga Susan, había decidido escapar de la seguridad de su hogar, para por primera vez pisar una discoteca.
La jovencita se sentía muy incómoda con aquel vestido de lentejuelas azules, el cual era demasiado corto para su gusto, además que, por su problema en el oído izquierdo, el alto volumen de la música del lugar lastimaba su tímpano y en la prisa por escapar de casa, se había olvidado de los tapones de oído. A su lado estaba su amiga, Susan, bailando con un chico al que no reconoció, tal vez era alguien de la escuela secundaria, donde Lara cursaba el último año de bachiller, pero ella no lo recordaba.
Un suave roce en su espalda le avisó que su novio estaba detrás de ella, la joven volteó con una sonrisa, para descubrir a su novio junto a otros señores, quienes no se veían como adolescentes. Gonzalo le sonreía a Lara mientras le decía algo al oído a uno de sus acompañantes.
Por alguna extraña razón, el hombre con quien su novio hablaba miró a Lara de arriba abajo e hizo un gesto afirmativo con su cabeza. La joven de origen venezolano sintió desacomodo ante esto, pero rápidamente lo olvidó, al ver a su novio acercarse a ella con una sonrisa que la reconfortó.
—Lara necesitamos hablar en privado, ¿me acompañas a la barra? — le preguntó el atractivo joven de la misma edad que ella.
Lara miró por encima de su hombro a su amiga, Susan, que seguía bailando en la pista. Pese a sentirse insegura por momentos, decidió seguir a su novio, evidentemente él la cuidaría, ¿cierto?
— Está bien — lo siguió por la pista. Se iba acomodando el vestido de lentejuelas mientras caminaba.
Lara, podía sentir la mano sudada de su novio, y se percató que este iba todo el camino fumando un cigarrillo.
—¿Desde cuándo fumas? — cuestionó, ya que en los pocos meses que llevaban de novios, Gonzalo jamás había fumado, o al menos no lo hacía en la escuela, donde mayormente se veían.
Su novio no volteó a mirarla acomodándose en la silla, pero le contestó;
—Desde siempre— le dejó saber, tomando un trago de licor.
Lara observó el lugar desde la barra y el fuerte olor a tabaco le irritó la nariz. Una helada sensación desasosiego le recorrió las cervicales, y en un impulso quiso irse del lugar.
—Tú, nunca fumaste delante de mí… Gonza — de repente sentía la necesidad de irse de ese lugar y regresar a su hogar—, Gonza yo me quiero ir.
Su novio la examinó, con una falsa sonrisa en el rostro, y se acercó a ella rozando sus brazos con una caricia que, lejos de reconfortarla, le produjo más incertidumbre.
—Estoy en problemas, Lara — el tono de su voz no denotaba preocupación, pero Lara era una joven ingenua, creyente de su primer novio, así que se preocupó por lo que él decía.
—¿Qué problemas?
—Problema de salud, mi papá, está muy grave en Venezuela y tú sabes las carencias que hay en el país— le dijo.
Nada en el semblante de aquel joven mostraba preocupación, pero la joven le creía todas y cada una de sus palabras.
—Podemos tratar de que obtenga asilo político acá, como lo obtuvimos mis padres y yo, él podría venir y ser tratado aquí…
—¿Qué parte de que está grave no entiendes? — gritó con intensión de intimidarla—. Mi padre jamás podría esperar por un asilo político.
Eso Lara lo entendía perfectamente, pero en su inocencia no entendía como ayudarle. Sus padres también eran pobres y sin recursos, ellos eran una de las pocas familias originaria de Caracas, Venezuela, que habían viajado hasta México y cruzado la frontera para pedir asilo político en el país americano. Y Dios, les había bendecido con la aprobación de su solicitud, después de interminables meses en desesperación. De eso hacía poco más de dos años.
—Lo siento mucho Gonza, tal vez si ambos conseguimos trabajo de medio tiempo después de la escuela…
—¡Eso podría tomarnos toda la vida, necesito dinero ahora!
Lara se quedó observando a su pareja, sin entender qué podía hacer para ayudar, ya que ella era una simple estudiante hija de obreros.
—Yo no sé cómo ayudarte, Gonza— mencionó con tristeza, cruzando sus brazos, nerviosa.
—Hay una solución, sé que es tu cumpleaños y que debería ser yo quien te hiciera el mejor regalo…— su voz tomo un ritmo diferente—, solo tú puedes salvar a mi padre, Lara. Solo tú. Puedo llevarte a un lugar, tengo un cliente…
Ella lo miró sin entender, —Yo, ¿Cómo?, no entiendo nada…
—Mi amor, tu virginidad vale muchísimo dinero, puedo obtener hasta doscientos mil dólares esta misma noche, lo único que tendrías que hacer es dormir con un hombre. Te prometo que está sano, no es ningún viejo, al contrario, es joven y es un importante político de Nueva York— le expuso, sin pena alguna.
Lara empezó a alejarse de él, como si su contacto quemara, la joven movió la cabeza de forma negativa.
—Yo no podría, yo jamás podría, eso es contra las leyes de Dios…
—Si no lo haces, mi padre va a morir— proclamó alterado, y Lara se dio cuenta de que su nervioso novio estaba sudando—. La muerte de mi padre quedaría en tu conciencia, Lara. Por favor, no seas egoísta.
Lara no era egoísta, era una persona de buen corazón, una mujer pura y la cual no conocía malicia, pero lo que le planteaba su novio era malo, no solo porque ponía en peligro sus creencias, era además horrible.
—Lara, mírame—pidió el joven—. No vas a recordar nada, tomarás algo que te daré. Lo que uno no recuerda, en realidad no paso.
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Editado: 16.10.2023