Lara
Volví a mirar los estantes mientras el rubor se negaba a dejar mi rostro. Y sin poder evitarlo por unos segundos, mientras sus ojos verdes me miraban, me sentí como una princesa de cuento.
Suspiré sacudiendo mi cabeza, ante aquellos pensamientos.
Las mujeres como yo, no tenemos derecho a soñar, y mucho menos anhelar hombres como aquel.
Regresé al carrito y comencé a empujarlo, hacia el siguiente pasillo de libros que tenía que ordenar.
Entré en la sección de literatura inglesa y tomé en mis manos un libro de Jane Austen "Emma". En los días más oscuros de mi embarazo, leerlo trajo luz a mi vida, tanto que termine por llamar a mi pequeño ángel, Emma.
Ahora tenía cuatro dólares menos de los pocos billetes que tenía.
No es su culpa querer comprarme cosas después de haberme visto llorar esa mañana. Ella no sabe que estoy luchando por conseguir dinero, tampoco sabe que hay días que dejo de comer ,solo para que ella no le falte un bocado de comida.
Si tuviera algún tipo de ayuda de mi familia, siento que no me estresaría tanto, pero mis padres siempre fueron distantes durante mi infancia y cuando me embaracé, no dudaron en echarme a la calle.
Todos me dieron la espalda, por haber decidido tener a mi hija, a pesar de la forma en que fue concebida. Me rompió el corazón, el hecho que nadie me escuchó en aquel entonces.
Tuve que conseguir un trabajo y aprender a pagar las cuentas.
Una noche después de haber trabajado casi doce horas consecutivas, rompí fuente y solita, tuve que llamar al servicio de emergencias. Cuando llegué al hospital, me desmayé, y lo siguiente que recuerdo es a mi pequeña Emma en una incubadora, porque era prematura.
No me alejé del lado de mi hija, ni un segundo, hasta que fue dada de alta.
Sonreí al pensar en los médicos que pensaban que estaba loca. Incluso se aseguraron de que me duchara todos los días y comiera tres comidas completas todos los días.
Con los pocos ahorros que tenía, me fui a comprar suministros para bebés a la tienda. Deseaba que nada le faltase a Emma. Nunca conseguí nada para mí, solo para ella.
Un mes después me di cuenta de que no sería capaz de sostener un bebé, mi trabajo y las facturas de una casa, tuve que entregar a mi hija a los servicios infantiles, hasta que pudiera alquilar un lugar digno para vivir.
Los concejales del ministerio del niño me llamaron egoísta, pero ¿Qué hacer cuando tienes una bebé recién nacida y no tienes comida para darle?
Trabajé día y noche sin descansar. Después de casi un año de batalla legal , pude recuperar a mi hija y nos mudamos al pequeño apartamento de una habitación que tengo ahora. Estoy agradecida de que a mis dos jefes nunca les importó que Emma, viniera a trabajar conmigo todos los días. De hecho, la amaban. Ellos me han apoyado y no podría estar más agradecida.
Nunca pude ir a la universidad, ni vivir ninguno de los sueños que tenía cuando era más joven. Mi único deseo es poder enviar a Emma a la universidad , para que ella pueda perseguir sus propios sueños.
Me volví hacia el carro y comencé a llenar los estantes. Al ser tan corto, me llevó mucho más tiempo. Tomé el último libro del carrito y lo puse. Miré mi reloj y ya era la hora del almuerzo. Me acerqué a la sección de niños y vi a Emma coloreando en uno de los sillones.
Me acerqué a ella y me agaché.
— Hola princesa de las hadas. Cerró el libro y me sonrió.
—Hola mami— dijo con su voz dulce.
—¿Quieres almorzar? Tengo tu comida favorita.
Chilló mientras saltaba de la silla y tomaba mi mano. Me reí cuando ella, con algo de prisa, me llevó a la trastienda que ahora uso como comedor. Agarré la bolsa del almuerzo que estaba sobre la mesa y le entregué un sándwich de mantequilla de maní y mermelada.
—Gracias — dijo cortésmente mientras le colocaba una pequeña botella de agua.
—De nada mi amor.
Solía decirle todos los días que siempre dijera «por favor» y «gracias». No quería que creciera siendo grosera. Ahora es tan buena que ni siquiera tengo que recordárselo. Agarré mi sándwich y comencé a comer.
Hablamos de nada en particular y cuando terminamos la envié de regreso a la sección de niños. Agarré el carrito de libros de romance erótico y lo llevé al pasillo. Recogí cada libro y me sonrojé un poco mientras los ponía en sus lugares correctos. Nunca he sido de las que leen libros de romance más eróticos. Cada vez que traté de leerlos, me hicieron sentir incómoda o avergonzada.
Yo había sido criada y educada bajo un cristianismo estricto.
Terminé esta sección después de un tiempo y pasé a la siguiente.
Al finalizar mi turno busqué a Emma y me despedí de la señora Cooper, mi jefa. La ayuda que recibo de ella me aseguro de mantenerla al mínimo. No quiero que la gente piense que soy un caso de caridad.
—Mami, tieno ir a casa— se quejó más tarde, mientras aguardamos por nuestro turno, en la sala de espera de las oficinas de mi abogado.
Está sentada en mis piernas y sus ojitos se notaban cansados.
Le besé la frente y le hice varias cosquillas en su estómago.
—Debo ver al señor Grosenber — le dije.
— ¿Quién es ese seno? — quiso saber.
—El abogado que me ayudó a recuperarte cuando mamá tuvo que dejarte en un lugar bonito con las monjitas, ¿lo recuerdas?
Ella negó con la cabecita, era obvio que no se iba a acordar.
—Ahí fue donde conociste a Julián— le recordé, ya que desde aquella vez, no paro de mencionar el nombre de su amiguito imaginario.
—No mami, Julián estaba conmigo en la barriguita — comentó, tocando mi estómago.
— No, recuerda que Julián salió de tu corazón — le expliqué. Emma desde los dos años afirmaba que Julián había estado con ella en la barriga de mamá.
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Editado: 16.10.2023