Jared
Miré la hora mientras arreglaba mi traje y salí de mi habitación. Anoche no descansé mucho debido a todas actividades políticas que habían adornado mi noche y las que seguirían esa mañana.
Sabía que necesitaba un descanso, llevaba años aferrado a la política, para distraerme del dolor. Había crecido en una familia de políticos muy queridos por la sociedad estadounidense. Mi padre, Allen McCarthy, había sido el presidente del partido Republicano por décadas, llegando a ser el presidente de la cámara alta, de congreso de los Estados Unidos, dicho cargo ostentado por mí en la actualidad.
Era el candidato predilecto por mi partido para las primarias. Todos deseaban que me postulara a la presidencia del país, pero nadie estaba dispuesto aceptar a un viudo cascarrabias y solitario. Por eso me presionaban para buscar una mujer y formar una familia.
«¿Pero cómo formar una familia, cuando yo tuve una y me la arrebataron de la peor forma?»
Mi relación con Dios era nula. No podía confiar en él. Desde niño hice todo de forma correcta, obedecí a mis padres, tuve las mejores calificaciones en la escuela. Nunca fui un mujeriego, conocí a mi difunta esposa en la universidad y me casé con ella, con mi primer amor. Fui leal y fiel a mi familia y a mi trabajo, como buen cristiano cumplí con todo.
Seguí todo y mi recompensa, fue enterrar al amor de mi vida y a mi hijo.
Aún recuerdo el dolor desgarrante de mi alma, cuando recibí la noticia que el avión donde viajaba mi familia se había estrellado. Jamás volví hacer el mismo.
Mi alma murió aquel dia para siempre.
El único día que vi luz fue cuando me perdí en los brazos de una desconocida, meses después de la muerte de Nicole y J. B.
Entré en la sala de estar y saqué mi teléfono. Llamé a Joshton y respondió al primer timbre.
— Buenos días, señor.
— Buenos días, Joshton. Puedes traer el auto al frente.
— Por supuesto señor.
Terminé la llamada y caminé hacia el ascensor del Penthouse. Apreté el botón y esperé a que se abrieran las puertas.
— ¿Un día ocupado, señor? — escuché preguntar a mi mayordomo, Peyton, decir. Era británico y rondaba los sesenta años.
— Como todos los días — respondí con una sonrisa.
Se acercó a mí e inclinó la cabeza ligeramente. Su brazo estaba en un ángulo perfecto de noventa grados mientras sostenía su servilleta que estaba completamente libre de arrugas y doblada.
Desayuné y procedí a leer las noticias. Evitaba leer las relacionadas con mi persona, ya que el partido contrario le gustaba jugar sucio y me proyectaban como un mujeriego insensible y alérgico a los niños. Lo que no sabían era, que me acostaba con mujeres buscando en ellas lo que una vez probé y jamás pude olvidar. Y que evitaba los niños, porque en cada uno de ellos veía los ojos de mi hijo.
Hasta que no pude resistirme a tomar la mano de una pequeña rubia, que le gustaba cantar el sapito y compraba postres para su madre, subida en una silla.
— Parece distraído esta mañana señor — comentó Peyton, sirviéndome el café.
— ¿Por? — le cuestioné y él solo me miró fijamente.
— No estoy muy seguro, pero sé que es algo. "
— No es nada.
— Ahí va una mentirijilla — masculló.
Me levanté del comedor y él me siguió hacia los ascensores, examinando que mi traje estuviera impecable.
— Yo no digo mentiras — dije mientras el ascensor se abría.
— No es muy bueno mintiendo, eso lo admito — sacudió la cabeza tomando el objeto, para quitar las pelusas de mi esmoquin.
— Sé, casi todo señor. Si ya se le olvidó, soy británico.
— ¿Y qué se supone que significa eso? — quise saber.
—Los británicos lo sabemos todo, si no pregúntele a J.K. Rowling.
— Por si no lo recuerdas, Peyton, no soy fan de Harry Potter.
— Una verdadera lástima, pediré por su alma perdida, si me disculpa, señor — hizo una reverencia.
Se dio la vuelta rápidamente y caminó de regreso a la cocina. Puse los ojos en blanco cuando entré en el ascensor y pulsé el botón del vestíbulo. Se abrió y salí. Vi a Joshton esperándome, a través de las puertas de vidrio y salí del edificio.
Se bajó y me abrió la puerta del auto.
Después de unos veinte minutos, se detuvo frente a las oficinas del senado y uno de los guardias de seguridad en la entrada vino y me abrió la puerta. Salí y caminé hacia el edificio. El otro guardia me abrió la puerta y entré mientras asentía con la cabeza hacia él.
Como de costumbre, el vestíbulo estaba extremadamente ocupado. Periodistas desesperados por una entrevista, grupos civiles protestando y decenas de grupos sociales. Caminé hacia la parte de atrás y hacia el ascensor privado. Puse mi huella dactilar y las puertas se abrieron. Entré al último piso y fui directamente a mi oficina. Mi secretaria, estaba sentada en su escritorio mientras hablaba por teléfono. Entré en mi oficina y cerré la puerta. Me acerqué a mi ventana de gran tamaño y miré hacia la ciudad, sin dejar de pensar en unos ojos violetas.
— Senador McCarthy, su reunión comienza en cinco minutos, señor — me informó a través del intercomunicador. Me alejé de la ventana y salí de mi oficina. Entré en la sala de reuniones que estaba al otro lado del pasillo. Abrí la puerta y todas las miradas se volvieron hacia mí. Me senté en la silla principal y crucé las manos sobre la mesa.
— Entonces, pongámonos manos a la obra, ¿de acuerdo? — y aquel fue el comienzo de una mañana muy ocupada.
A media tarde, después de una estresante mañana, tuve la repentina necesidad de volver a la repostería de ayer y no sabía por qué. Después de luchar conmigo mismo, llamé a Joshton y caminé hacia el ascensor.
— ¿Sí, señor? — respondió.
— Vamos a dar una vuelta, Joshton.
— Está bien, señor.
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Editado: 16.10.2023