Futuro incierto.
El aeropuerto bullía con la prisa de los viajeros, pero entre la multitud, una figura destacaba: Maya Rutherford, con su maleta en una mano y la pequeña Mila en la otra, corría hacia la puerta de embarque.
A la joven madre le temblaban las manos y sentia un nudo en la garganta, que amenazaba con ahogarla.
Mila, con lágrimas en los ojos, suplicaba entre sollozos.
– ¡Mami, por favor, esperemos a papi! – se arrastra en el piso–. Papi dijo que vendría…
Pero Maya, con el corazón roto y la decepción pesando más que su equipaje, no podía darse el lujo de esperar más mentiras.
El amor de su vida había vuelto a fallarles, y esta vez, estaba decidida a cerrar ese capítulo.
– Lo siento, mi amor, pero debemos irnos. Papá… papá tiene que encontrarse a sí mismo primero – le paso el ticket de vuelo a la joven y guardo la foto de la sonografía que llevaba en la mano.
Al llegar a la puerta, justo cuando el último llamado a pasajeros resonaba, Mila se soltó de la mano de su madre y giró, mirando hacia el vacío del aeropuerto con sus ojos verdes llenos de lágrimas, apretó su osito de felpa llamado "Copito" que su padre le había regalado, con la promesa de estar siempre con ella.
– ¡Papá! – gritó con la esperanza de que, por arte de magia, él apareciera.
Pero no hubo respuesta, solo el eco de su voz en el vasto lugar.
Maya abrazó a su hija, secó sus lágrimas y juntas cruzaron la puerta, dejando atrás promesas rotas y buscando un nuevo comienzo.
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El aeropuerto estaba abarrotado, un hormiguero de viajeros apresurados y anuncios por megafonía que resonaban en los altos techos.
Entre la multitud, un hombre corría, esquivando maletas y eludiendo a la gente. Su respiración era pesada, su frente perlada de sudor, pero no se detenía.
Elliot McCarthy, un exitoso empresario farmacéutico, había dejado atrás su orgullo y su egoísmo, todo por la desesperación de encontrar a las dos personas que significaban todo para él: su amada Maya, esa mujer maravillosa a la cual había lastimado tanto y su pequeña hija Mila, la luz de su vida, su copito de amor.
Los últimos meses habían sido un torbellino de malas decisiones y arrepentimiento. Había lastimado a las personas que más quería con su comportamiento distante y su obsesión por el trabajo.
Pero ahora, mientras corría por el aeropuerto, solo una cosa importaba: detenerlas antes de que abordaran ese avión, antes de que cruzaran un océano y lo dejaran atrás para siempre.
De repente, la vio. Una pequeña figura rubia con una mochila púrpura, la favorita de Mila, que desaparecía tras las puertas de embarque.
–¡Mila! – gritó, su voz ahogada por el ruido.
Aceleró, su corazón latiendo al ritmo de sus pasos frenéticos.
Estaba tan cerca, podía casi tocarla, pero justo cuando extendía la mano, las puertas se cerraron con un clic sordo. Él se detuvo en seco, su mano aún en el aire. A través del cristal, vio la figura de Mila alejándose, sin saber que su padre estaba al otro lado, luchando por alcanzarla.
El empresario apoyó la frente contra el vidrio frío, cerró los ojos y dejó que un suspiro escapara de sus labios, las lágrimas de remordimiento empezaban a brotar de sus ojos, cubriendo sus mejillas.
Las había perdido...había perdido a su familia.
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Editado: 11.06.2024