Había llorado mucho, inmediatamente se metió en el auto del padrino de la boda, todas sus defensas cayeron. Odiaba mostrarse vulnerable ante uno de los hombres que más daño le había hecho, pero era eso o enfrentarse a su familia, a la sociedad, a su madre.
No les había dado tiempo a explicarse, no la quería escuchar a ella, ni a él. Se había levantado del sofá donde su nana le ponía alcohol y se había largado.
Abrió los ojos y vio la hora que marcaba el tablero del auto. Dios mío, habían pasado más de cuatro horas desde que abandonó la boda.
Respiró profundamente y miró de reojo al conductor del auto.
«Cálmate» se dijo tratando de serenarse.
Ella conocía ese lujoso auto, un Mclaren. Ella conocía ese perfume y esa sonrisa arrogante.
Elliot McCarthy, llevaba una camiseta gastada, unos vaqueros y zapatos náuticos. Se había cambiado de ropa, notó ella.
Cuando lo miró se puso colorada, consciente de cómo lo había examinado. No pudo ver sus ojos, puesto que estaban ocultos tras unas gafas de sol, pero vio el gesto de su boca.
— Espero pasar la inspección, señorita Rutherford — dijo el rubio.
— ¿A dónde me llevas? — le preguntó ella, tratando de acomodarse el cabello.
— Te llevo la casa del lago, la propiedad de mis padres. Allí no te encontrarán — comenta.
Maya sabía que se refería a su hermano Xandro Rutherford, quien era muy sobreprotector con ella y de seguro tenía a medio ejército tras su paradero.
— Debo irme, no quiero problemas con mi familia — su voz estaba tan apagada, tan débil que hasta el mismo Elliot sintió su pecho contraerse.
— No — menciona él y ella le mira sin entender.
— Ya no soy la cría estúpida que baila a tu ritmo, déjame a un lado de la carretera — le pide.
— No quiero dejarte ir — la voz del empresario hasta suena necesitada—. Lo que te hicieron fue muy bajo — cometa, lo que le da a entender a ella que él sabe todo.
— ¿Cómo lo supiste?
— Christian, me ha llamado como loco, está desesperado al igual que tu madre. Después de mucho insistir me contó todo — su mirada muestra empatía ante el dolor de la joven —. Realmente lo siento, Maya.
Las lágrimas vuelva y ella rápidamente las barre con sus manos.
— Está desesperado porque siente remordimiento, jamás me he sentido tan destrozada... mi mamá, mi propia madre — Elliot nuevamente vuelve a sentir aquella sacudida en su pecho al verla llorar.
— No vale la pena que llores, nadie merece tus lágrimas — comienza a decir él, ante lo que ella suelta una risita amargada.
— Tú me hiciste llorar también, así que eres el menos indicado para pedirme que no lo haga.
— En aquel entonces era un imbécil, tal vez lo sigo siendo, pero nunca te mentí — afirma.
Ella sacude la cabeza asintiendo.
— Es cierto, eres un desgraciado, pero eres honesto, la tonta he sido yo siempre. Siempre soñando con cosas, siempre ideando escenarios.
— Tú no tienes la culpa de tener un corazón puro, no te reproches, Maya, no existe una mujer más valiosa que tú en esta vida — hasta él mismo se sorprendió de sus palabras, pero era cierto, Maya era una mujer maravillosa en todo el sentido.
Ella no pudo decir nada.
— No creo que sea una buena idea estar contigo — ella duda —. Esto solo nos llevará a tener sexo y luego complicar las cosas.
— El sexo entre nosotros nunca estuvo mal, hace cuatro horas me dijiste que te querías vengar de Christian.
Ella mira hacia el frente. Sí, aunque más que vengarse, quería olvidar por unas horas su infierno.
– Ya pasará, Maya... eres joven y hermosa – señala el asiento trasero –. Compré unas cosas para ti.
Ella miró el bolso, lo tomo y lo abrió, había varios biquinis, ropas y pareos, entre otras cosas, sin saber muy bien cuál era su plan.
– No entiendo tus intensiones con esto, nunca he sido nada para ti, solo fui el deseo de un niño rico de desvirgar a una virgen tonta e ilusa como yo – le recuerda.
Él sacude la cabeza negando.
– Deja de tergiversar lo que tuvimos – gruñe.
– No tuvimos nada – replica ella.
– ¿Me estás reclamando algo? – detiene el auto.
– No te estoy reclamando nada, solo expongo los hechos – se defiende.
Él resopla, estresado.
– Lo dice la niñita que no esperó ni dos meses para meterse con otro después que me fui a Londres.
– ¿Qué querías?, ¿qué te guardara luto mientras tú follabas medio Londres? – le cuestiona, sin poder creer el descaro del empresario.
Elliot, aprieta sus nudillos sobre el volante.
– No tuve sexo con nadie por un año, luego de que nuestro asunto termino, Maya – confiesa.
– ¡Como si pudiera creerte algo, Elliot! Solo di que quieres sexo y ya – se altera ella –. No hay mentiras si tenemos todo claro desde el principio.
Lastimado en su orgullo, decide volver usar la arrogancia, para fingir que tiene el control de la situación, para camuflar que ella no lo afecta en lo absoluto, cuando la realidad es que lo afecta en todo.
– Bien, solo sexo – arranca el auto –. Nos comimos y mañana no nos conocemos.
Aquello le dolió muchísimo a ella, pero tampoco le dejaría ganar.
– Hecho y a mí ni me llames – menciona ella, desviando su mirada hacia un lado.
Cuando él empezó a conducir por las calles estrechas y sinuosas, ella se relajó. Observó sus manos bronceadas en el volante, en la palanca de cambios, cerca de su pierna, y sus uñas cortas y arregladas.
Tragó saliva.
– ¿Cuánto tiempo vamos a estar aquí? – preguntó al divisar la mansión del lago.
– Un día, mañana estarás sana y salva en tu castillo, princesa Rutherford.
– Trata de ser agradable, Elliot – lo amonesta ella.
– Nos bañaremos en el lago primero – habla ignorando lo anterior dicho –. Una cena agradable preparada por mí y si quieres sexo lo tendrás, no te obligaré a nada si cambias de opinión – ya él mismo se estaba arrepintiendo de su treta, pensaba que con los años aquella mujer quedaría como una más, pero mientras más tiempo pasa en su mismo espacio, más se da cuenta de que su olor y su piel, es con lo que ha estado comparando a todas sus amantes incluso a ...
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Editado: 11.06.2024