Un papá para Mila

Capitulo 7

Los Hamptons,  Nueva York

— Te vas a caer Mila Rutherford — le advierte su nana.

La rubita emboza una sonrisa traviesa y la ignora, tratando de subirse al árbol.

— Yo quiero, yo quiero — dice con sus manitas ansiosas.

A Mila le gustaba engancharse en todo lo que encontraba, desde árboles, encimeras, mesas, hasta el auto de su madre, quien ya le había advertido en repetidas ocasiones sobre las consecuencias de andar como monito en la selva.

Consecuencia que se reflejan allí, cuando la pequeña rubia cae de nalgas contra la grama y su nana se lleva una mano a la sien, contando hasta diez.

Pero Mila, la sinvergüenza, se levanta limpiándose la parte trasera del vestido, como si nada hubiese pasado.

«Si la madre estuviese aquí, estaría llorado como magdalena, y que decir del tío que tiene, ya estaría comprándole algún juguete o cumpliéndole algún capricho porque no soporta verla llorar», pensaba la nana. 

Mila va a la escuela, no le gusta el ballet, pero lo hace porque todas las niñas de su escuela lo hacen. Ella quiere aprender a nadar y ser la princesa del mundo. Es lo más consentido que hay en su familia, adora maquillarse como su mami, le gustan los zapatos de brillo y su color favorito es el lila. 

— ¡Mayonesa! — grita llamando a su gatita bebé, una que le había regalado su abuela, Regina. Mayonesa era una gatita pequeñita, de pelaje blanco y ojos verdes como su dueña.

— ¡Mayonesa debes escuchar a los adultos! — le decía, tal como la regañaba su nana cuando ella misma no prestaba atención —. ¡Te voy a palmear las nalgas por no escuchar!

— Mila, las niñas no gritan así — le reclama su nana.

— Las niñas con poder como ella pueden gritar todo lo que quieran — menciona con arrogancia Regina a su lado.

La elegante mujer de sociedad, llegaba al jardín con una sonrisa, mirando con adoración a su pequeña nieta.

Regina llega hasta Mila y la niña se endereza rápidamente, al ver a su abuela.

— Adoración, me encanta tu vestido hoy — elogia su abuela —. ¿A quién te pareces?

— A mi abuelita, Regina — Mila alza los brazos para ser cargada—. Te amo, te amo.

— Yo más a ti adoración.

La pequeña rubia llena de besos a la elegante mujer, quien la estrecha entre sus brazos con amor.

Después de un rato, Regina deja a Mila en el suelo y se dirige a la nana de esta.

— Iré al club con mis amigas — empieza abrir su costosa cartera —. ¿Maya ha llevado a la niña a las clases de etiqueta y protocolo que le pague?

— Si me disculpa señora Rutherford, como anteriormente le ha dejado claro que el joven Xandro y la señorita Maya, la educación de la niña y sus actividades extracurriculares, solo le conciernen a ellos dos — explica la nana —. Por lo que ambos se han negado a que la niña vaya a esas clases.

— Son clases muy importantes, sobre todo para el desenvolvimiento de la pequeña en la sociedad — manifiesta la mujer.

— La niña no disfruta de esas cosas y su madre no la obligará hacerlas.

Regina suspira con frustración, pero no quería entrar en una contienda, ya que Xandro le había dejado claro que la crianza de Mila era asunto de él y de Maya.

La nana observó como la altanera mujer se despide de la pequeña, a la que sorpresivamente trata muy bien y sale acompañada de su guardaespaldas de la mansión.

La tarde continuo apacible en el jardín de la familia Rutherford. La pequeña Mila, corría alegremente entre las flores, riendo mientras su nana la observaba con cariño. Lanzaba alegres carcajadas al aire, absorbiendo cada rincón de ese pequeño paraíso que llamaba hogar.

De pronto, el sonido de un motor interrumpió la tranquilidad. Mila se detuvo en seco y dirigió su mirada hacia la entrada de la propiedad. Un elegante automóvil se aproximaba lentamente por el camino de grava.

La niña abrió los ojos con sorpresa cuando reconoció el vehículo.

¡Era el auto de su tito Xandro! 

Una enorme sonrisa se dibujó en su rostro y, sin pensarlo dos veces, salió disparada hacia la entrada, gritando entusiasmada.

—¡Tito Xandro, has vuelto! —exclamó Mila, corriendo a toda velocidad.

El automóvil se detuvo y la puerta del conductor se abrió. De ella emergió un hombre de porte imponente, vestido con un impecable uniforme militar. Sus ojos brillaban con una mezcla de orgullo y afecto al ver a la pequeña acercarse.

—¡Pero si es mi pequeña princesa! —exclamó Xandro, abriendo los brazos para recibir a Mila.

La niña se lanzó a los brazos de su tío, riendo y abrazándolo con fuerza, para luego llenarlo de besos ruidosos. 

Para ella, Xandro era más que un simple tío; era la figura paterna que tanto anhelaba. Su padre biológico había estado ausente desde que Mila era un bebé, y el general había ocupado ese vacío con su amor y dedicación.

—¡Te extrañé mucho, tito Xandro! —dijo Mila, enterrando su rostro en el pecho de su tío.

—Y yo a ti, mi niña —respondió Xandro, acariciando con ternura los rizos de la pequeña—. Pero ahora estoy aquí y tengo una sorpresa para ti.

Mila levantó la mirada, sus ojos brillando con curiosidad.

—¿Una sorpresa? ¿Qué es, tito? —preguntó, emocionada.

Xandro sonrió con complicidad y, con delicadeza, depositó a Mila en el suelo, tomándola de la mano. 

Luego, le indicó con una señal a su hombre y el portón de la mansión se abrió, dando paso a un enorme camión de carga, rápidamente varios hombres sacaron una enorme caja, envuelta en un elegante papel de regalo.

— Un regalo para la princesa del mundo mágico de Los Rutherford — dice, mientras los trabajadores, trasladan la carga al centro del jardín. 

La nana de Mila no puede dejar de ver como los ojos de la pequeña se abre una y otra vez, impresionada.

— Yo, yo soy la princesa Rutherford tío— exclama, dando brinquiños.




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