Llego tarde. Muy tarde. Solo quedan unas horas para la víspera de Navidad y acabo de recoger el regalo para mi hija. La tormenta de nieve se intensifica, pero por suerte solo tengo que cruzar la calle para llegar a casa. La enorme caja en mis manos me bloquea la vista; el viento helado me golpea los ojos. Solo por un instante, giro el rostro para protegerme del viento y sacudir la nieve pegada a mis pestañas, y justo en ese momento, siento un golpe sordo y escucho el chirrido de unos frenos.
—¡Ay! —Estoy tirada en la carretera, en plena nieve, con los faros cegando mis ojos. La preciada caja se desliza de mis manos y rueda hacia el carril opuesto.
—Señora, ¿está bien? ¡Pero qué demonios, ¿por qué no mira al cruzar la calle?! ¿Es que quiere morir o qué? —Oigo el portazo de un coche y una voz masculina enfadada, pero no le presto atención; mi mente está centrada en el regalo de mi hija.
Intento levantarme; me arden las palmas y el muslo me duele por el choque con ese monstruo de metal. Ni siquiera miro al hombre. Cegada por la luz de los faros, no podría distinguirlo de todos modos.
—El regalo, el regalo —susurro frenética, intentando alcanzarlo. Pero en ese instante, mis ojos se abren de horror al ver pasar un enorme camión de basura, aplastando bajo sus ruedas la caja que acabo de recoger del servicio postal internacional.
—No, no... —caigo de nuevo en la nieve, desesperada, y cierro los ojos.
Hoy todo salió mal. Como siempre en mi vida. Quiero llorar, aquí mismo.
—Eh, ¿te dormiste ahí? Tengo prisa y me estás retrasando...
—¿No te enseñaron a ceder el paso a los peatones? —le espeto, sin saber qué más hacer. Mi hija esperaba con tanta ilusión que Papá Noel le trajera esa colección de muñecas. Se portó bien toda la semana, escribió cartas, incluso fue al jardín de infancia sin berrinches, y ahora esto...
—Fuiste tú quien se lanzó a la calle. Ni en el paso de peatones veinte metros atrás, ni en el semáforo de la próxima intersección, ¡no! Odio a estos peatones imprudentes que cruzan donde les da la gana.
Las palabras del desconocido me encienden aún más.
—Por tu culpa, mi hija se ha quedado sin regalo de Navidad. Así que felicidades, señor Conductor Responsable...
Por fin intento levantarme para encararlo. Estoy llena de rabia e indignación. ¡Me atropella y encima me culpa a mí!
—Compra otro. No es para tanto. Todavía no han cerrado los centros comerciales.
—¡No puedo comprar otro! Lo esperé durante un mes y medio. ¡Y ahora está convertido en una mezcla de nieve y plástico! ¡Y es imposible llegar a un centro comercial con este clima! Así que... así que... —jadeo de rabia, buscando qué decirle.
—¿Así que qué? —El hombre me sujeta del antebrazo para ayudarme a levantar, y quedamos cara a cara.
Por un momento, me quedo helada. Es guapo. Demasiado guapo. Frente amplia, pómulos marcados, una barba cuidadosamente recortada. Ojos verdes y penetrantes. Mis manos empiezan a temblar, y las piernas no me sostienen. Pero no es porque casi muriera bajo las ruedas de su coche. Es su olor, su mirada y su mano dolorosamente caliente en la mía lo que me afecta de esta manera.
El desconocido también parece aturdido. Sus ojos recorren mi rostro con curiosidad, y el tiempo parece ralentizarse: solo existimos la tormenta, él y yo. Ningún coche nos pita porque su todoterreno bloquea el paso.
—Veo que estás bien —se aclara la garganta—. Bueno, cuídate y mira por dónde cruzas la próxima vez.
—Espera —grito bruscamente, una sonrisa astuta asomando en mis labios, porque ya sé cómo arreglar esta situación—. ¿Y tus disculpas?
—Te las puedes ahorrar —responde despreocupado. Pero antes de que pueda irse, salto y me cuelo en la cabina de su coche. De repente, se me ocurre una idea loca. La más loca que jamás haya tenido, pero por mi hija estoy dispuesta a todo, porque esta Navidad ella deseaba desesperadamente dos cosas: una colección de muñecas, que a mí más bien me parecen demonios, y... conocer a su padre aunque sea por unos minutos. Si el primer deseo está ahora esparcido por la carretera, con los coches aplastándolo cada treinta segundos, el segundo aún puedo conseguirlo.