Entonces ya él, era más alto que el piano marrón, había cumplido 15 años, su uniforme seguía sin gustarle, y las mañanas seguían avanzando lentas, mientras esperaba volver a casa. Alguien toco la puerta principal y escucho a su madre hablarle.
__ Debe ser Claudia
Jackson tomo su mochila sin ánimos y asintió con la cabeza, pese a que nadie lo vio hacerlo.
__ Ya me voy -contesto a su madre, saliendo de casa- volveré tarde hoy.
Afuera de esta, estaba Claudia, ya llevaban algunos años con esa costumbre de ir y venir juntos de la escuela, pero nunca compartían ninguna palabra a excepción de...
__ Toma -mientras Jackson le extendía un auricular a la chica y ella lo colocaba en su oído-
La escuela seguía siendo la misma de siempre, tan solo aumentaba la hipocresía en las personas que le rodeaban. Él prefería mantenerse en su propio mundo, acompañado de su piano... Y de la chica de cabello rizado. Sus asientos ahora estaban más juntos, el a la ventana y ella junto a él. Eran pocas las palabras que intercambiaban durante la mañana y el mediodía, él se conformaba con el piano inexistente sobre la mesa y ella con acompañar la melodía con su voz. Para ellos esa era la mejor conversación que alguien podía entablar; pero ese tiempo comenzaba a ser difícil para Jackson... Las notas ya no salían con tanta fluidez y las melodías parecían solo gritos desesperados... Un eco en su mente golpeo su cabeza con fuerza y arrojo la libreta lejos, Claudia no parecía sorprendida, tan solo preocupada.
__ Estarás bien -le susurro con la misma calma con la que cada noche le cantaba-
Él observo al frente encontrándose con la silueta borrosa del piano al que solía contemplar, pero ahora mismo, solo era un recuerdo borroso.
__ Me importa una mierda -susurro mirando sus manos, las cuales, empezaban a olvidar como tocar- Da lo mismo.
Las mismas palabras que usaba siempre para ocultar los hechos, para mentirse diciendo que era fuerte, ocultando todas sus debilidades.
Se separaron para volver a casa, ella volvió por el camino de siempre, sin pedir más de lo que él podía mostrarle y él... Él desapareció por las calles de un pueblo que siempre le había parecido hermoso, pero que era tan solitario como bello.
¿Por qué no puedes socializar como todos los demás?
Había un ruido en su mente, voces de un no-se-qué, que le advertían con ser él, en realidad.
Lejos de todo el mundo. Eres un cobarde...
La noche se hacía presente y todas las voces adquirían fuerzas, hablando más fuerte, gritándole contra los tímpanos.
__ ¡Déjenme en paz! -grito sin poder controlarlo, cubriendo sus oídos para no escucharlos, pero las voces venían a él. El miedo estaba dentro de él, corrió hasta un callejón vacío y se recargo contra una pared llena de suciedad. Las lágrimas calientes advertían con convertirse en la muestra de su debilidad y se repitió mil veces que debía soportar.
__ Contenlo... Contenlo... Contenlo... -se rogaba una y otra vez, quizás demasiado acostumbrado a ello. La oscuridad lo rodeo y ya no había ninguna melodía de piano para tocar-
Camino con el corazón helado a casa, las manos en los bolsillos y el rostro indiferente. Nadie noto ningún cambio de él, mientras avanzaba por la calle, nadie podía escuchar los pedazos rotos y crujientes que se amontonaban internamente. Dentro de su casa el mundo seguía igual, sus padres no estaban y todo se encontraba oscuro de nuevo, camino hacia su habitación, pero se detuvo al pie de la puerta. Alguien le llamaba desde atrás, una voz tenue, en un idioma que solo él podía entender, aquel piano marrón, abandonado, era iluminado por los rayos de la luna que se lograban filtrar por la ventana. Él aun juraba que sus teclas susurraban sinfonías que él anhelaba tocar, se acercó con lentitud hacia el instrumento que le llamaba, sus manos temblaban y su corazón latía con fuerza. EL anhelo de acariciarlo con sus manos era intenso, pero no sabía si estaba listo para volver a tocarlo.