Un príncipe en construcción

4

No todos los amores nacen con un gran big bang

No todos los hombres llegamos en forma de príncipe

Yo naceré en ti como una pequeña hoja de hiedra

Seré fuerte, terco, necio, y tendré tu amor.

 

Jeremy miró a Jennifer, que se abrazaba a sí misma como si tuviera frío. Se dio cuenta de que ella no había traído abrigo, y las noches todavía estaban un poco frescas. Caminó hacia el pequeño armario que había al lado de la puerta de entrada y buscó allí algún abrigo que le sirviera. 

—Gra… gracias —tartamudeó ella cuando él le puso el abrigo sobre los hombros, como si le sorprendiera esta muestra de amabilidad. 

— ¿En qué viniste hasta aquí? —le preguntó mirando su reloj, comprobando que iban a ser las dos de la mañana.

—En… mi auto.

—No es conveniente que vayas sola de vuelta a tu casa. Te llevaré, y mañana temprano, alguien del servicio te lo entregará de vuelta

—Está bien—. Él la miró por unos segundos, y sus ojos, inevitablemente, se desviaron a sus labios, unos bonitos labios carnosos y rosados que ahora tenían una triste expresión. Se podía decir que ya eran novios, pero ella era una novia renuente y poco dispuesta aún; sabía que requeriría un poco de tiempo y esfuerzo tenerla donde quería, sin embargo, la tendría. Sonrió ante ese pensamiento.

—Todo va a estar bien, Jennifer —le dijo pasando sus manos suavemente por los brazos de ella, como si quisiera calentar un poco su cuerpo. Ella permaneció quieta y en silencio como si simplemente soportara ese toque con estoicismo, sin la fuerza o la valentía que se requería para rechazarlo—. Lo que te dije esa noche, lo mantengo —siguió él—. Serás la mujer más mimada sobre la tierra; nada te faltará—. Ella soltó un suspiro entrecortado, sabiendo que, al contrario, sin amor, todo le faltaría a este matrimonio, pero tal como él dijera antes, su vida no le pertenecía, ni su cuerpo, ni nada.

—Sólo te pido que… me tengas paciencia —él se acercó un poco más a ella, y Jennifer no pudo sino imaginar que quería un beso. ¿No había escuchado lo que le acababa de pedir?, ¡paciencia, hombre, paciencia! Eso debía indicarle que no estaba para besos ahora; pero él sólo sonrió.

—Por supuesto. No beso a mujeres poco dispuestas, y, aunque quiero besarte, quiero más que tú me beses a mí —ella lo miró entrecerrando sus ojos un poco sorprendida por su sinceridad—, así que tendré toda la paciencia del mundo, Jennifer. Ya eres mía, después de todo.

—No me gusta… pertenecerle a alguien.

—Ya te acostumbrarás —Jennifer frunció el ceño.

—-Creo que no.

—Yo creo que sí—. La condujo a la salida guiándola con suavidad.

Antes de que él le abriera la puerta, Jennifer le entregó las llaves y se introdujo en el auto, recostándose en el mullido asiento del copiloto y dejando salir un suspiro. Aún no habían aclarado los términos de su acuerdo, pero era claro, al menos, que él había aceptado la desesperada propuesta que había venido a traerle. Sería la esposa de este hombre. 

Su estómago se encogió al pensarlo. Besar a Sean era fácil, porque lo amaba, pero no sabía si sería capaz de besar a un desconocido sólo porque éste se lo pedía. Se recordó a sí misma sus palabras, él no la besaría si ella no estaba dispuesta, o eso había entendido. Esperaba que fuera un hombre de palabra.

Diablos, no sabía nada de él, si tenía palabra, o era falso; si era un hombre de decisiones firmes hasta llegar a la intransigencia, o, por el contrario, un pusilánime.

Jeremy maniobró para salir de la zona de la casa guardando silencio, y ella sentía que estaba ensordecida por los fuertes latidos de su corazón. Tenían que hablar, tenían muchas más cosas que aclarar, pero no se atrevía a abrir la boca; era como si temiera que, en vez de palabras, saliera llanto y lágrimas. Así se sentía ahora mismo.

Cerró sus ojos recostando su cabeza en el asiento. Estaba exhausta por el día tan horrible que había tenido que vivir. Los días pasados había estado con la preocupación de saber qué pasaba con Sean, por qué no le contestaba sus llamadas ni mensajes, y hoy había sido el golpe mortal, primero, a través de él mismo, y luego, sus padres. Se sentía herida, adolorida en lugares demasiado sensibles de su alma, defraudada.

De repente, se había quedado sin su amigo, sin su otra mitad, sin la persona que creía que la complementaba. Había pensado que aquello era real, duradero. Había llegado a soñar con los hijos que tendrían, y al final, él sólo le había terminado por mensaje de texto.

— ¿Hay algo que quieras saber o preguntar? —dijo Jeremy en voz baja interrumpiendo sus pensamientos, y ella abrió sus ojos para mirarlo fijamente.

—Muchas cosas, realmente —le contestó.

—Bueno… me has tomado un poco por sorpresa con tu visita esta noche, y tal vez no tenga todas las respuestas, pero… puedes preguntar lo que quieras. En la medida de lo posible, te contestaré.

—Acerca de la empresa…

—Claro. Tendremos que darnos prisa en eso. El proceso de embargo está muy adelantado, y frenarlo nos tomará algo de tiempo y esfuerzo. Para eso, debes firmar un poder donde aseguras que confías en mí porque soy tu prometido. 




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