Un príncipe en construcción

5

Que pienses en mí, ese es mi propósito.

Con sonrisas o con ceños, entre gritos o sollozos

Y llegar a tu corazón como un canto silencioso,

Pero en tu mente nunca, nunca ser un anónimo

 

Jennifer llegó a su casa aún con la furia palpitando en sus sienes. Encontró a su madre dándole órdenes al servicio para que bajaran algunos cuadros familiares y fotografías de la sala principal.

—No lo bajes —le pidió ella cuando entre dos hombres hacían bajar un cuadro de los tres, William, Lucile y Jennifer de niña, la familia que en un tiempo fue feliz.

Lucile la miró con una sonrisa incómoda.

—Cariño. Dudo mucho que a los nuevos dueños les guste tener el cuadro de otra familia en su sala.

—No habrá nuevo dueño. Esta casa seguirá siendo tuya —Lucile la miró confundida—. Me casaré con Jeremy Blackwell, mamá —le dijo—. Lo decidí anoche. Acabo de hablar con él, y…

—Oh, Dios. ¡Pero tú lo odias! —exclamó Lucile acercándose a ella y tomándole la mano—. No, no hagas esto. Dijiste que no soportabas estar con él. Va a ser un infierno para ti—. Jennifer se mordió los labios y trato de forzar una sonrisa, pero no pudo.

—Mamá, lo voy a hacer, de todos modos.

—Pero y… ¿tu novio? ¿Y Sean? 

—Sean me dejó —contestó Jennifer con voz grave—. En cuanto se dio cuenta de que ahora soy pobre, tomó un avión a Europa y dio por terminada nuestra relación.

—No es posible —Lucile buscó el sillón más próximo y se sentó en él, mirando a su hija con mucho dolor en sus ojos—. Ese… desgraciado—. Jennifer sonrió, y se sentó a sus pies secándose una lágrima que, inevitablemente, había brotado.

—Ya no hay impedimentos para aceptar la propuesta de los Blackwell—. Lucile la miró con una objeción en sus ojos, pero Jennifer siguió—. Ya se detuvo el embargo. Ya se habló con las personas involucradas en todo esto. 

— ¿Vienes de hablar con él?

—Sí. A pesar de lo que parece, es una persona bastante… Se puede hablar con él, quiero decir.

—Pero no te gusta.

—Bueno, apenas lo conozco, y yo…

—Todavía te duele el corazón por lo de Sean—. Jennifer soltó un sollozo y enterró su cabeza en el regazo de su madre y empezó a contarle lo que había descubierto anoche, el mensaje que había recibido de él y las palabras de sus padres.

Todavía le dolía al pensarlo, le dolía el engaño, la burla, la poca decencia de su novio de un año que ni siquiera le terminó personalmente, la cobardía con la que se había ido.

—No entiendo —le dijo a su mamá—. De verdad, que no entiendo. Todo parecía tan… perfecto.

—Debe ser que en verdad no era perfecto.

— ¿Cómo que no? ¡pensé que me amaba!

—Pero acabas de comprobar que no era así.

—Ay, mamá, lo que necesito es que me consueles, ¿sabes? —Lucile sonrió y metió sus dedos en el cabello rubio de su hija acariciándolo suavemente.

—La verdad siempre es dolorosa, pero debes comprender que ha sido lo mejor que te podía ocurrir.

— ¿Cómo puede ser esto lo mejor que me podía ocurrir?

—Porque habría sido una desgracia que te dieras cuenta de su verdadera personalidad cuando ya no hubiese vuelta atrás, cuando ya estuvieras casada, cuando ya fuera demasiado tarde. En cambio, ahora te has salvado de un interesado, de entregarle tu vida a un hombre sin valor. Ni te imaginas lo que las personas son capaces de hacer por dinero—. Jennifer suspiró apoyando la mejilla en las piernas de Lucile, que seguía acariciándole el cabello.

—Si es por eso, los Blackwell no se quedan muy atrás. Casarse por dinero… Están dispuestos a lo que sea con tal de obtener lo que quieren —frunció el ceño y levantó la cabeza para mirar a su madre—. ¿Cómo es que papá hizo tratos con gente así? —Lucile apretó sus labios encogiéndose de hombros.

—William siempre miraba más allá de las apariencias. En muchas ocasiones, permitió que fuera su intuición la que decidiera.

—La intuición de papá no es muy de fiar para mí en este momento.

—Estás resentida porque nos dejó en mala situación.

—Sí. sí… —dijo con firmeza—. Sí. También estoy molesta con papá. Y con Sean. Y con ese estúpido de Jeremy, cavernícola Neandertal. Estoy furiosa con todos. Estamos en pleno siglo veintiuno y los hombres siguen dominando sobre el destino de las mujeres. ¿Por qué, maldición, por qué tengo que hacer lo que ellos quieren? ¿Por qué no soy dueña de mi propio destino? — Jennifer se puso en pie. Ya no parecía triste y apocada, sino terriblemente ofendida, enojada—. Y ese Jeremy, ah, es el rey de los Neandertales. Si el valor de un hombre se midiera en su soberbia, ¡él valdría por diez! Sólo fue que le admitiera que sí necesitaba su ayuda para que él empezara a portarse como el macho alfa de la manada, y seguramente piensa que debo estarle muy agradecida por someterme a su yugo.

— ¿Ha sido grosero contigo?




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