Un puente a su mundo

El curioso caso del vampiro de Pantitlán.

Eusebio Márquez llevaba más de diez años trabajando en la policía cuando vio a esa mujer saliendo de la consola de V.R. Si alguien le hubiera preguntado que era lo más raro que había visto durante su carrera, sin dudar hubiera respondido que fue eso. Era comprensible, pues ningún humano había visto jamás a un demonio emerger del puente y había vivido para contarlo. Sin embargo no fue del todo cierto, Eusebio aún vio algo por lo menos igual de raro varios días después. Claro que en ése momento él no lo sabía. 
Fue un día común ese en que su comandante los mandó a él y a su compañera, Silvia, a investigar la desaparición de una chica en la Neza. 
Silvia y él llegaron al departamento a eso de las cuatro de la tarde, cuando el jefe de la chica en cuestión llamó por tercera vez para reportar la desaparición. 
Según él, “Alejandra era responsable y nunca había faltado al trabajo” menos aún tres días seguidos y sin avisar. Silvia había dicho, sin que aquél hombre la escuchara, que seguramente se había perdido en algún viaje. No se refería a drogas, hacía unos años que esa expresión tomó otro sentido. 
La primera vez que encontraron a un tipo muerto con la consola encendida y los lentes puestos. Uno de esos pseudo periodistas que publican en las redes sociales había descrito el suceso como “muerto a media carretera virtual” y desde entonces la expresión se usaba para referirse a la V.R. 
Al llegar al edificio, Silvia lo reconoció. Unos días antes ahí había habido un disturbio y un robo. No vieron la conexión hasta que preguntaron en la recepción por Alexandra Aguilar y el encargado les dio el número de su departamento. 
Era el mismo donde se había reportado el disturbio. Los dos compañeros subieron hasta el tercer piso y tocaron la puerta. Una mera formalidad pues nadie respondió como ya esperaban. 
Cuando el dueño del edificio por fin llegó con las llaves de repuesto para abrir la puerta, ya eran cerca de las seis y ambos estaban hartos de esperar. Podrían haber derribado la puerta pero eso hubiera sido demasiado dramático, además alguien tendría que pagar la reparación, dudaban de que la estación les ayudaría con eso. El casero solamente dejó las llaves y se fue argumentando que tenía compromisos importantes. 
El departamento estaba compuesto por un cuarto muy grande y un baño completo. En el fondo había una mesa con un microondas viejo que ni siquiera tenía función de WiFi y un refrigerador mediano en las mismas condiciones. Además una lavadora con centrifuga y unas cajas apiladas que contenían ropa de mujer. 
En contraste, la consola de V.R. era de última generación. Un rectángulo pequeño controlado por voz. Los lentes eran estilizados y elegantes. Rápidamente quedaron claras las prioridades de Alexandra. 
La consola estaba encendida, lo normal en este tipo de personas. Sobre la cama y entre las cobijas revueltas encontraron un teléfono, estaba apagado, probablemente por falta de batería. Se lo llevaron para ver si podían sacarle algo.  
Cuando los dos policías estaban por salir, el encargado ya los esperaba afuera, fue cuando ocurrió. La consola empezó a hacer un pitido intermitente, no era muy potente pero sí muy agudo y se metía en la cabeza perforándote los oídos. La luz led que indicaba que el aparato te hacía caso también comenzó a parpadear. 
Los presentes se taparon las orejas en vano y tanto el encargado como Silvia cerraron los ojos pero Eusebio no. 
De la máquina salió una especie de embudo invertido del que salió luz, como un proyector holográfico; excepto que lo que proyectaba no era un holograma. 
Era una mujer de cabello rojo como granadillo, tan alta que sus pies sobre salían de la cama. Sus piernas eran largas y ligeramente musculosas igual que sus brazos. Su abdomen firme y plano y sus tetas, pequeñas en proporción a su cuerpo, apuntaban los pezones al cielo, orgullosas. Eusebio se hubiera excitado de no ser por la forma increíble como apareció. 
El pitido y la luz intermitente cesaron en cuanto el cuerpo estuvo totalmente formado. Eusebio miraba a la mujer pasmado. Silvia dijo: “eso no estaba ahí hace un momento” como si hubiera encontrado una taza fuera de su lugar. Ni falta hace decir que nadie les creyó una palabra de lo que pasó. 
La mujer se incorporó en la cama y se tocó la cabeza, parecía tener resaca. Luego despertó por completo y dijo: ”Alex”.
Miró a los policías pero los ignoró de plano, se acercó a las cajas y frente a la atónita mirada del trío se puso un pantalón que no le quedaba, una playera holgada y salió por la ventana. No volvieron a verla hasta más de una semana después cuando encontraron su cuerpo abandonado en un almacén cerca de Pantitlán. Aún llevaba la ropa que se puso la primera vez que la vieron. 
Junto a ella, abrazados como dos amantes en un pacto suicida, estaba un hombre de mediana edad, de cabello negro. Ambos tenían los ojos descoloridos, como ciegos y estaban desangrados. Lo curioso es que no había ningún rastro de sangre por ningún lado...
 




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