Un rey sin redención

1

De esos amores que te curan el alma

Que te dan la vuelta, que te dan un sentido

De esos amores, el más grande fue el tuyo

Salvaste mi vida, me diste un motivo

 

Fue amor a primera vista.

Los hermosos ojos de Aidan se fijaron en ella, estaban llenos de lágrimas, sus mejillas sucias, el cabello largo, engrasado y desordenado, pero el corazón de Ellynor Blackwell saltó emocionado, conmovido, y lo amó de inmediato.

Lo habían estado buscando para bañarlo durante los últimos minutos, pero todos pronto habían abandonado la misión dándose por vencidos, y cuando ella insistió en buscarlo, alguien le dijo que solía esconderse entre los arbustos de la parte más alejada del patio trasero. Por acá era donde se dejaban los tarros de la basura, y había lodo, tablas en el suelo, y demás objetos mugres y abandonados. Lo había encontrado acurrucado dentro de una llanta vieja de camión; el niño era tan pequeño que sólo se veía su cabello negro por encima de la llanta, su ropa estaba muy manchada, y también olía un poco mal.

Pero cuando le extendió su mano para tocarlo, el niño simplemente la mordió. Se prendió a su mano con sus dientecillos afilados y tuvo que alejarlo con fuerza. 

Los dientes le quedaron marcados en la mano, y Ellynor tuvo la tentación de sobarse, pero sabía cómo eran los chiquillos como él; si le demostraba que le había dolido, habría perdido.

— ¡Es un pequeño monstruo! —exclamó Lily, que había venido tras ella para ver si tenía éxito convenciéndolo de bañarse, y Ellynor la miró ceñuda.

—No le digas así al niño.

— ¡Acaba de morderte! 

—Sólo está asustado. Soy una extraña, después de todo —Ellynor miró de nuevo al niño y se agachó para mirarlo más de cerca, pero Aidan tenía la cabeza girada hacia otro lado para no verla, y sus bracitos delgados cruzados sobre su pecho—. Yo sé que eres un niño bueno —dijo—, y debajo de esa mugre debe haber una cara muy guapa. Yo soy Ellynor —se acercó un poco más—, ¿me dejas cuidarte? —El niño se giró lentamente y la miró con desconfianza.

—No le sacarás una palabra —dijo la voz de alguien más, y Ellynor se giró para mirar a la señorita Simmons, una austera mujer de cabello apretado y mirada dura que dirigía con mano de hierro el centro de acogida donde ella prestaba un servicio de voluntaria por corto tiempo—. No ha dicho una palabra desde que llegó aquí. Tú no lo conseguirás, déjalo en paz—. Ellynor empezó a sentirse molesta. ¿Por qué todos se creían con derecho de decirle lo que debía hacer?

Apretó sus dientes y volvió a mirar a Aidan, que observaba a la señorita Simmons con algo de miedo en sus ojos, y eso le llamó la atención.

—No te hará nada —le susurró—. Yo no la dejaré.

— ¿Qué cosas le susurras?

—Le digo lo guapo que es —sonrió Ellynor poniéndose de pie y cubriendo al niño de la vista de la señorita Simmons.

—Guapo, claro.

—Me haré cargo de él.

—Hay otros niños que agradecerán más tu atención, y sólo estarás aquí una semana.

—Será una semana interesante.

— ¿No es suficiente con tus propios problemas que te quieres involucrar en los de los demás?

—Me gustan los problemas.

—Eso veo—. La señorita Simmons no agregó nada más, y se dio la vuelta alejándose. Ellynor se giró a mirar de nuevo a Aidan, encontrándose con que éste la miraba con sus enormes ojos grises con una nueva luz, la estaba mirando como si fuera Superman o algo así.

— ¿Quieres venir conmigo? —le preguntó, pero Aidan otra vez se cruzó de brazos y miró a otro lado, y Ellynor dejó salir el aire. Conquistarlo iba a estar más difícil de lo que pensó.

Pero al día siguiente consiguió que le diera la mano sin morderla, y el día después fue capaz de hacerle comer algo más que galletas. Al final de la semana en que debía prestar su servicio en el centro de acogida, pudo bañarlo incluso, y ponerle ropa limpia sin que la mordiera más de un par de veces.

—Es tan lindo —suspiró Ellynor con una sonrisa, acostada en su cama, al lado de su esposo, contándole de Aidan. Éste la tenía abrazada, pero estaba despierto—. Me duele tanto verlo allí… me da la impresión de que tiene mucho miedo, de todo y de todos… sobre todo a la señorita Simmons—. James, su esposo, sólo dejó salir un leve gruñido, y ella se giró a mirarlo.

—Podríamos traerlo aquí, y no sé, tal vez… adoptarlo —él se echó a reír.

—Sabes… de alguna manera, sabía que llegaríamos a este punto en la conversación.

— ¿Acaso no podemos? Es un niño abandonado, sin padres, ni ningún familiar, sólo con su nombre… Y ese centro de acogida más bien agradecerá que les quitemos una carga de encima. Me duele mucho verlo allí, James, podemos… podemos hacer la diferencia trayéndolo a casa, podemos salvarle la vida… Podemos hacerlo feliz aquí.

—Tienes ya dos hijos varones que te ocupan bastante.

—Aidan ya tiene cinco años, al menos. No tendré que cambiar pañales, ni… Oh, James… me duele el corazón sólo de verlo allí, tan asustado y solo…




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