Capítulo 60:
La vida de Helena también ha cambiado todo este tiempo lejos de los Montenegro. Después de su separación con Alejandro, no concebía su vida cerca de él, por lo que renunció al puesto de CEO en la empresa y decidió regresar al pueblo con sus padres, lugar del que nunca debería haberse ido.
Estos meses fueron muy productivos para ella como Butterfly. Logró terminar el primer libro de su trilogía y, bajo el sello de Ediciones Montenegro, fue un éxito de ventas en todo el mundo. Gracias a Amelia, su agente literaria, y a Tony, que nunca se separaron de su lado, lograron llevar su nueva novela a los lugares más altos de ventas. A nivel profesional, todo marcha increíble, no puede quejarse. Desde que admitió al mundo ser Butterfly, ha recibido muchos elogios y es invitada a entrevistas y podcasts más que antes. Estaba por comenzar una gira por España para la presentación de su libro cuando todo cambió de la noche a la mañana. Un fuerte mareo, varios días de náuseas, un cansancio extremo que la llevaba a dormir más de lo habitual y una visita al médico… la llevaron a descubrir que estaba embarazada de casi dos meses.
Los primeros días fueron muy extraños para ella. A pesar de estar feliz por la vida que crecía en su interior, no podía dejar de pensar en Alejandro y en qué hacer con su vida de ahora en adelante. Helena recordaba esos días en Madrid cuando él le confesó que estaba incapacitado para ser padre. ¿Qué había sucedido? Se preguntaba. Si no hubiese visto la ecografía y escuchado los latidos de su corazón, podría haber pensado que todo fue un sueño, pero… ¿y si Alejandro la trataba de mentirosa y no creía que el niño era su hijo? Él se lo perdería, se decía Helena para sus adentros, y aunque sabe que debe ser justa y hablar con él sobre el embarazo, aún no está preparada para todo eso que conlleva enfrentarse a Alejandro, otra vez, cara a cara.
Por suerte, en unos días recibirá la visita de Tony. Desde que le confesó lo del embarazo, el flamante tío no deja de llamarla a toda hora, preguntándole cómo se siente y si necesita algo. También cuenta con sus padres, quienes están muy felices por la llegada de su primer nieto y por todos sus logros como escritora. Y también cuenta con la compañía de Esteban. A pesar de haberle confesado la verdad de su engaño con Alejandro, el joven entendió que Helena nunca podría llegar a amarlo y se convirtió en un apoyo muy grande para ella, un buen amigo en quien confiar. Además, está muy feliz porque Amelia y él han empezado a salir hace unos días y ella se considera la celestina de su relación.
No puede quejarse de su vida tan tranquila y reconfortante. Está viviendo la vida que siempre quiso. Hace unos días, con el primer pago de la venta de su nuevo libro, se pudo comprar una casa y está tan feliz por eso. Ese será su hogar, el hogar que compartirá con su hijo una vez que esté en sus brazos.
Además de eso, volvió a trabajar en el vivero de sus padres. Se siente tan cómoda trabajando junto a ellos, entre medio de las flores y los clientes que no dejan de halagarla por sus logros. Y así divide sus días: se levanta muy temprano por la mañana, cumple sus horas en el vivero con su madre, ya que últimamente están teniendo mucho más trabajo; por la tarde se dirige a su nueva casa, donde le lleva varias horas dejarla como ella quiere. Se la pasa llena de pintura de la cabeza hasta los pies, y con ayuda de Amelia, que tiene mucho conocimiento de decoración de interiores, la están convirtiendo en su gran paraíso, en el hogar que siempre soñó. Y finalmente por la noche, dedica largas horas a la escritura de su segundo libro. No sabe si podrá llevar mucho más tiempo con ese ritmo, sobre todo una vez que el embarazo esté más avanzado, pero disfruta tanto de hacer las cosas que ama que, por momentos, logra olvidarse de Alejandro y de la familia Montenegro. Aún lo ama con locura, pero se hicieron tanto daño mutuamente que sería imposible intentar ser felices juntos. Una vez que esté preparada para confesarle sobre su embarazo, intentará tener una relación cordial con él por el bien de su hijo. Y aunque cree en las segundas oportunidades, entre ellos las ve muy lejanas e imposibles.
Es un nuevo día. Después de desayunar, Helena y Analía se dirigen al vivero. En estos días llega un nuevo 14 de febrero y constantemente el negocio está lleno de gente.
Cerca del mediodía, Analía va por el almuerzo para las dos y Helena se queda pendiente de la entrega de más de 100 ramos de rosas, la mayoría ya encargadas. Mientras está escribiendo varias dedicatorias para los clientes, logra ver por la ventana que el camión repartidor de flores estaciona fuera del vivero.
El repartidor, Tomás, un joven muy amable que trabaja para pagar sus estudios universitarios, ingresa al negocio y se acerca al mostrador para saludar a Helena y entregarle las facturas correspondientes.
—Hola, Hele, ¿cómo estás? —saluda con amabilidad. Hace más de un mes que está trabajando con ellos y se han hecho muy cercanos.
—¡Hola, Tomás! Yo estoy bien, ¿y tú? ¿Cómo te ha ido en los exámenes? —pregunta, ya que el joven estudia arduamente para salir adelante de la pobreza extrema en la que vive su familia. Y ahora que Helena está ganando mucho dinero con sus novelas, también está ayudándolo a pagar sus estudios.
—Me ha ido muy bien, aprobé, y todo gracias a ti, Hele.
Después de firmar las facturas y pagar las cuentas, el joven se dispone a bajar las rosas de la camioneta mientras ella sigue escribiendo las dedicatorias.
Minutos después, algo llama poderosamente su atención. Otro joven, aparte de Tomás, está organizando los ramos, pero no en el lugar que corresponde. Seguramente es un nuevo empleado de la empresa de reparto, y aunque no logra ver su rostro, se acerca a él para ayudarlo y mostrarle en qué lugar van.
Pero cuando se acerca al joven y logra reconocerlo, siente que las piernas le comienzan a flaquear, por lo que él se acerca y la lleva hasta el asiento donde estaba segundos antes.