Luisa no dijo nada y solo lo vio fijo; luego bajó las escaleras y fue al jardín, dónde estaban su madre y la marquesa. Con cuidado se acercó y le susurró al oído lo que habían platicado antes, sobre el cortejo de Luisa. La madre de Eduardo se acomodó en su asiento y se urgió bien.
—Querida amiga. Quería pedirte que permitas a tu hija dar un paseo con mi hijo.
—Y ¿a qué debo el honor de esa petición? —Preguntó la Marquesa.
—Quisiera intentar cortejar a su hija. Parece raro, lo sé, pero creo que estoy comenzando a sentir algo por su hija y espero despertar el mismo deseo en ella.
La marquesa pensó por un momento; miró a este de pies y cabeza. Cuando llegó a su mente que era de buena familia, solo afirmó con la cabeza.
—Bueno —suspiró la marquesa—, supongo que Luisa ya necesita encontrar marido y tú pareces ser bueno. Espero que te corresponda, porque no quiero escogerle marido para que no me eche culpa de sus desgracias. Busca al mayordomo, que le avise al chofer que partirán.
—Gracias, Marquesa, se lo agradezco.
Eduardo se alejó, estaba aliviado y fue en busca del mayordomo; cuando lo encontró le dijo que necesitaba que el cochero estuviera listo. Luego, más tranquilo, subió hacia la habitación de Luisa, tocó la puerta y cuando la abrió, solo se limitó a decir que salieran. María salió primero y atrás Luisa. Bajaron hasta la puerta principal y ahí esperaron al cochero. Cuando llegó, Eduardo sintió un gran alivio; sintió que un peso se le quitó de encima. Luego subieron y dio un suspiro de alivio. Mientras el carruaje avanzaba, recordó que le tenía que decir algo a Luisa.
—Mira, no quería decirte hasta que llegaras, pero no quiero que me molestes en el camino así que te diré —exclamó—. Vamos a una de las casas del padre de Chadler. El que te invita es Fernando. Creo que sabes quién es. Nos contó que tuvieron una pequeña charla la fiesta anterior.
—¿Hablas serio? —preguntó con alegría— ¿Estás seguro que es Fernando?
—Si estuviera mintiendo, no hubiéramos hecho todo esto.
Luisa no podía contener su sonrisa; estaba feliz; el hombre en quien también había pensado tanto la encontró y ahora lo va a ir a ver. Los nervios comenzaron a llegar, esto le comenzó a provocar algo a Luisa, no estaba vestida como era adecuado, y si el vestido no le gusta, o quizá el maquillaje está mal, quizá alguna mancha en el vestido que no vio, algo malo le puede ver Fernando, esto puede hacer que ya no la quiera ver.
María dejó a Luisa divagar y se acercó a Eduardo; con su abanico tapó su boca y susurró.
—Así que por eso Álvaro me dio la carta con mucho misterio.
—Así es —respondió—. No fue fácil redactarla y gracias por la ayuda.
Bueno, supongo que luego tendré mi recompensa por haberles ayudado.
—Nadie lo hizo por una recompensa. Solo fue para ayudar a Fernando.
María se alejó, se quedó viendo por la ventana un momento y luego, por la inquietud, se acercó de nuevo a Eduardo. Este no quiso y señaló a Luisa, pero no dijo nada.
Luisa estaba perdida en su mente, y cuando se ponía así, era porque estaba sobrepensando demasiado, así que María sabía que podía hablar con mucha confianza porque cuando estaba así, no escuchaba a nadie.
—¿Qué tipo de charla tuvieron? —preguntó María susurrando.
—Creo que no sería muy prudente responder esa duda mientras estamos en presencia de ella.
-Lo sé, pero la duda me está matando. Te ruego que me digas.
—María, solamente hablaron. Eso no parece algo muy especial para ti, pero para el muchacho sí y por eso la mandó a llamar.
-Eso no me parece muy cierto.
—Pues será para ti —respondió—. No molestes más o te responderé mal sin querer.
Fernando llegó a la casa de Chadler. Álvaro otra vez y lo encaminó a la habitación que Fernando iba a utilizar, y para su sorpresa en el lugar. Chadler ya lo estaba esperando.
—Espero que tengas todo listo, Chadler.
—Casi todo —respondió—. Solo faltas tú y tus invitadas.
—No tardarán en venir. Ya la hora del se te aproxima, así que debes prepararte.
—Está bien. Solo te pediré como agregado que me dejes desde ya solo.
Chadler se ofendió al inicio, pero Fernando tenía un buen punto de estar solo. Perla estaba en la puerta viendo a Fernando; Chadler sola la miró y luego se retiró. Perla vio a su hermano que se sentó en uno de los sillones. Perla se acercó a él y estaba nervioso; jamás en su vida había visto a Fernando con esa cantidad de nervios. Ahora sí es muy diferente a las demás situaciones.
—Hermano, ya tranquilo, todo va a salir bien. No estés con eso en tu cabeza.
—Eso espero. Pero tengo la sensación que algo podrá salir mal.
—Hermano —dijo acercándose—. Si te besó solo porque quiso, no pierdes nada con averiguarlo. Nadie quita que al final se queden juntos.
Bueno, supongo que en eso tienes razón, aunque cuesta concentrarme.
—No pienses en más que en lo que aquí pueda suceder. Lo que sigue solo será consecuencia de lo que ahora pase.
—Por momentos no entiendo cómo a veces actuas como niña y otras eres la mejor dando consejos.
—Creo que es porque te conozco bien. Eres mi hermano, te quiero y si algo malo pasa, yo te ayudaré.
Perla abrazó a Fernando; su alivio fue enorme como te imaginas.
Cuando estaban abrazados, se escuchó cuando abrieron la verja. Las ruedas de carruaje, junto a los cascos de los caballos, sonaban en el pavimento del terreno de la casa. Fernando se acercó a la ventana de la habitación, y por la ventana del carruaje, vio el cabello rubio de Eduardo, así que por fin habían llegado.
—Ve a recibirla y tráela aquí. Si mal no estoy, ella viene acompañada. Encárgate de ella.
—Está bien, hermano y recuerda, si algo malo pasa, no será el fin del mundo.
Perla salió de la habitación, caminó por un largo pasillo con grandes ventanas y llegó a la salida, bajó unos escalones y se quedó de pie esperando a que el carruaje llegara dónde estaba. Fernando miraba por entre la cortina de la habitación; estaba nervioso, no como antes.