Mientras el carruaje de Luisa se marchaba, Fernando estaba observando. Perla llegó a su lado y estaba emocionada. Quería saber cada detalle.
—Hermano, cuéntamelo todo. ¿Cómo te fue?
—Creo que cuando estemos en la casa te lo contaré —dijo Fernando serio—. Tenemos que irnos.
Aunque una mujer te saque una sonrisa, no dejas de tener mal genio.
—Si no fuera así, no sería yo mismo.
Fernando fue en busca de sus amigos. Perla iba detrás de él. No les dijo gran cosa cuando los encontró, solo agradeció a los tres por haber ayudado y más a Chadler que le había prestado una habitación. Luego de eso, salieron de regreso a la casa de su abuelo.
Al llegar, entraron por la puerta principal. La luz del día se estaba comenzando a mezclar con la noche; según ellos, no iba a haber problema, ya que regresaron antes de la noche total, así que entraron tan campantes a la casa. Doña Lorena los estaba esperando sentada cerca de la puerta, cuando estos vieron a su madre con su rostro serio, su expresión un poco más seria, se miraron, luego volvieron a ver a su madre, e iban a seguir caminando.
—Se puede saber ¿qué hacían hacia afuera? Dijo con angustia: —Creí que no se iban a tardar mucho.
—Hija —interrumpió doña Isabel—, recuerdo que tú venías más tarde cuando eras más joven y nunca te dije nada. No todos los días vienen a España.
—Aunque tengas razón en lo que dices, no tienes motivos por los cuales defenderlos. No cumplieron órdenes.
—No les reprendas esta vez. No veo nada de malo en las acciones que cometieron.
Fernando y Perla subieron las escaleras, pero doña Lorena les tenía puesta la mirada. Mientras iban subiendo las escaleras, Perla sintió un olor fuerte en la ropa de Fernando, y pensó en dónde había sentido ese olor: había sido en Luisa, era el olor de su perfume en la ropa de Fernando, así que con tranquilidad lo tomó y le detuvo el paso.
—Fernando —susurró Perla—, hueles demasiado al perfume de Luisa. Cámbiate de ropa antes de cenar.
—Pero, ¿qué tiene de malo? —respondió de la misma manera— Puedo decir que es tu perfume.
—No puedes, Fernando. Los que usamos con nuestra madre son de un aroma diferente y si lo que quieres es que no se entere nadie, no puedes seguir con esta prenda.
—Bien, entiendo, pero entonces ¿qué me sugieres que haga? No tengo muchas ganas de cambiarme.
—Para ser honestos, por primera vez no sé qué hacer. Es seguro que la besaste, entonces el perfume quedó en ti. ¿Te quedas en tu habitación? Y te traigo la cena.
—Es una idea buena, pero tienes que saber qué excusa dar. Ya sabes cómo es nuestra madre.
—De eso no tienes que preocuparte, Fernando, deja que yo me encargue y por más que desees, no dejes que mi madre se acerque hasta que te cambies.
—Bueno y gracias por cubrirme incluso en eso. Eres una gran hermana.
-Sí, sí, ya vete a tu habitación. No me tienes que recordar las cosas que ya sé.
Fernando se fue a su habitación. Una criada fue por ambos para avisarles que la cena estaba servida. Perla fue quien volvió a bajar y caminó hacia la mesa. Doña Lorena, al no ver a Fernando, se molestó un poco más y no solo había sido ella; don Andrés estaba también con la intriga y un poco de disgusto.
—¿Fernando no nos acompañará? —Preguntó don Andrés.
—No abuelo. El recorrido no le sentó bien y me dijo que estaría encerrado en su habitación y también me dijo que le llevaran la comida a la habitación. Si no es mucha molestia
—Soportó un viaje en barco y se siente mal por ir en carruaje. Si me lo preguntas es raro, pero si se siente mal, él sabrá.
Con mucha amabilidad, doña Lorena le pidió a una de las criadas que le subiera la comida a Fernando. Esta criada era Marta y hacía tal como se le dijo. Cuando llegó, tocó la puerta, Fernando abrió y esta le indicó que su madre había pedido que le subieran la comida a la habitación. Fernando agradeció y cerró puerta. Fernando no salió hasta el día siguiente en el cual, por la mañana, salió diciéndole nada más a su doña Isabel. Fernando tomó su caballo y se dirigió de nuevo a la casa de Chadler. Cuando es llevado al lugar en dónde estaban los demás, Fernando los encuentra hablando entre sí y murmurando.
—Pareciera que alguien ha muerto. ¿De qué murmuran?
—Es una invitación del rey. Invita a los jóvenes nobles a una fiesta en el Alcázar. Parece que también los hijos de los extranjeros están invitados.
—No veo razón alguna por la cual tiene que murmurar, es una simple invitación. ¿Para cuándo es la fecha?
Según esto, será dentro de tres días. Justo a la hora que el sol comienza a ocultarse. —Respondió Eduardo.
Bueno, tampoco es algo apresurado. Estoy casi seguro que están deseando ir. ¿No es así?
—Eso era lo que estábamos pensando. No todos queremos ir. Este tipo de fiestas no son del agrado de todos.
—No lo piensen. Acompáñenme y se los pido en verdad. Tengo curiosidad por saber cómo son las fiestas de verdad, que organizan los jóvenes por acá.
Algunas terminan muy mal. A veces con peleas y algunas con otras cosas más. Irían hijos de comerciantes, nobles y extranjeros invitados.
—Para mí es una oportunidad de conocer a más personas.
Luego de darle muchas vueltas, aceptaron, solamente por Fernando.
Álvaro se acercó a Fernando; le comentó que María iba a ir con Luisa y que iba a llegar a la casa de Chadler. Fernando lo aprovechó para redactar una carta para su amada. Fernando se sentó a escribir; en todo lo que le redactó también estaba la pregunta si pensaba asistir a esta fiesta.
María llegó; uno de los mayordomos le entregó la carta fuera de la casa. Cuando llegó a la casa de Luisa, le dijo que tenía una carta de Fernando, así que de nuevo subieron hasta la habitación de Luisa. Abrió la carta y la comenzó a leer. Derrepente la sonrisa decayó; había pasado algo malo.
—¿Qué sucede? Espero que no haya sido algo malo o que se haya retractado de algo. Porque si es así entonces…