Un simple beso

CAPITULO VII

Fernando se fue con Álvaro por su cuenta. Este dejó a Fernando porque recibió una llamada de algún noble que quería saber sobre su padre. Fernando se dirigió a la pista de baile, Marta se acercó también porque estaba sola y de la nada llegó don Andrés. Marta se cuadró más; Fernando estaba solo disfrutando el baile con la vista, porque no quería bailar. Su abuelo estaba disgustado viendolo de reojo; quería que su nieto saliera a bailar con Rachel, pero Fernando no se miraba muy animado.

—Deberías bailar, Fernando.

—No creo que sea necesario, me siento muy bien aquí.

—¿Estás seguro que no hay motivo?

—Muy seguro y aún así no puedo bailar.

—¿Por qué lo dice? ¿Tu madre no te enseñó?

En lo absoluto, lo que sucede es que no hay pareja para mí.

—Deberías buscar a la joven, porque Marta es obvio que no puede, y no es muy agradable verte sin bailar.

—Si disculpa mi atrevimiento, seño —interrumpió Marta—, creo que esa aclaración es negativa.

Marta tomó el brazo de Fernando; lo jaló con fuerza hacia la pista cuando una de las piezas iba terminando. Los músicos se detuvieron, Marta se colocó en posición y se dispusieron a tocar. Las parejas se saludaron y el baile comenzó. Era una de las piezas complicadas, era rápido, en parejas y por ende los pasos tenían que ser perfectos, los saltos, los giros, todo tenía que ser con un cuidado muy grande. A Fernando le costaban este tipo de piezas, pero lo hacía. Marta, por su lado, fluía como el agua con la música; era tan bien su ejecución que los demás se miraban muy novatos. Fernando estaba muy impresionado y no solo él; don Andrés tenía una rabia muy grande dibujada en su gordo rostro. Cuando la pieza acabó, todos aplaudieron y antes de empezar la siguiente, Fernando se acercó a Marta.

—Acaso me dirás que tu madre te enseñó a bailar tan bien.

-Creo que tendré que negartelo. Lo aprendí con mi padre. Tenía la loca idea que éramos de la casa García.

—Eso es un poco interesante, pero también me causa intriga.

Supongo que aclaro muchas de tus dudas, ¿no es así?

—Sí, pero también me dejas muchas más, aunque ya sé que tengo que preguntarte cuando terminemos de bailar.

Fernando nunca había bailado tanto como esa noche. Ni esa vez en la que conoció a la hermosa hija del virrey en aquella fista de máscaras. Marta fue impresionante durante las 4 piezas restantes. No dio un paso en falso, no dio un mal pisotón, su baile era perfecto.

Cuando terminaron, se apartaron un poco de la pista en lo que otro grupo de gente comenzaba a bailar. Se alejaron un poco para poder hablar con gusto.

¿Cuál es el nombre de tu padre?

—Su nombre era Zacarías García. Tiene un tiempo ya que falleció…

—Mi más sentido pésame, no tenía idea.

—Gracias, pero tu compasión es innecesaria. Mi padre estaba loco; creía sin ninguna prueba que su abuela era una condesa, pero solamente recibía burlas y nadie le creyó como era de esperar.

—Estás segura que es mentira; me refiero a si se pusieron a investigar si ¿de verdad eran nobles?

—Cuando era niña fantaseaba con que podía ser de la nobleza y le creí; fui la única que se lo tomó en serio, pero cómo has de imaginar, fue cuando era niña y las fantasías cambian con el paso de los años.

—¿Alguna vez él mencionó el supuesto condado de su abuela?

—Creo que sí, pero no recuerdo muy bien ahora. El caso es que no es cierto; en la familia de mi padre no hubo nada más que artesanos y criadas. Algo que, como ves, se ha heredado.

—Pienso que tenían que haber buscado si era cierto, pero ya veo que ni ustedes le creyeron. Hubieran hecho algo por investigar.

—Tal vez tengas razón, pero no voy a perder mi tiempo en algo que sé perfectamente que es la fantasía de una niña, nada más.

—Mejor sugiero que vayamos a buscar algo para comer, estoy que muero de hambre.

—Es la mejor sugerencia que has hecho.

Luego de haber hablado, Fernando se acercó junto con Marta hacia una de las mesas del bufet. Tomaron un plato y se comenzaron a servir. Para Marta, cada platillo de comida le parecía increíble a la vista, y no hablar de lo encantada que quedó cuando probó los pasteles. Aunque los había hecho en la casa de don Andrés, no era la misma sensación que comerlos como una invitada. Fernando no estaba tan encantado; sí que eran deliciosos, pero para él era un poco más normal poderlos consumir aunque no fueran habituales en su casa.

Marta tomó el plato y aún con la boca llena comenzó a llenarlo de pasteles, pollo a las brasas, un poco de pan con mantequilla y panes con manteca de igual manera. Quería probar todo lo que pudiera. Fernando nada más tomó pollo y se fueron hacia otra habitación dónde podían sentarse a comer tranquilos. Entraron por un pasillo abovedado; Fernando iba delante de Marta, quien ya estaba comenzando a comer con los dedos, pero pendiente que no la vieran. Cuando llegaron a la penumbra del pasillo, un hombre empujó a Fernando. Sus zapatos no pudieron mantenerlo de pie y cayó al suelo manchando sus ropas. Marta se quedó dentro del pasillo y se quedó aún con comida en la boca. Fernando vio a quien lo había lanzado al suelo; era un hombre rubio, con bigote muy bien recortado, un porte elegante, y con sus ropas oscuras se notaba imponente, y ni hablar de su altura. Fernando lo vio con mucha confusión; el olor a alcohol del muchacho era muy fuerte y, aparte, le costaba mantener la postura cuando se erguia. Con su cuerpo tambaleado, desenvainó su espada y Marta tragó todo lo que tenía aún en la boca.

—¡¡No te he hecho nada¡¡ —gritó Fernando con desespero—. Por lo menos dime de que me acusas o qué mal te he hecho para que vengas a mí y desenvaines tú hoja en contra mía.

—¿Aún tienes el descaro de preguntar? —dijo, pudiendo completar la pregunta—. Eres un indigno de ser noble… No, no tienes siquiera derecho a —tambaleó— vivir bajo una familia tan noble, pero manchada a la vez.



#13764 en Novela romántica

En el texto hay: tragedia, romance, drama

Editado: 19.11.2024

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