Un simple beso

Capitulo IX

camino de regreso es horrible. Cada hora que pasa, Fernando se va sintiendo cada vez más y más vacío por dentro y se la pasa todo el tiempo fuera de las habitaciones del barco, viendo hacia el España en todo momento. No comía mucho en lo que el viaje duró y eso preocupó en gran manera a doña Lorena, ya que no sabía de qué mal padecía, pero no era el caso de Perla. Cuando el barco llegó justo a la bahía de la que habían zarpado, Fernando contempló de nuevo la tierra que él llamaba su hogar, pero, de que le sirve un hogar, si no está la persona con quien compartirlo. Fernando mientras más pasaban los minutos, más profundo se miraba que caía en su tristeza y en todo el camino de regreso a Santiago Los Caballeros, no dijo, ni murmuró una sola palabra. Todo el camino fue viendo hacía fuera del carruaje y esto comenzaba a molestar a doña Lorena. Cuando llegaron a la ciudad, su padre salió a Recibir con mucha alegría a su Familia y fue la primera sonrisa que Fernando mostraba durante todo el viaje.

A pesar de la gran tristeza que Fernando sentía, no lo mostró delante de su padre y sabrá Dios porque fue así. Quizá fue miedo, quizá se alegró de nuevo de ver a su padre, pero fue lo que a Perla alivió. Cuando llegaron a su casa, Don Lorenzo comenzó a preguntar sobre él viaje, pero Fernando salió a los jardines para evitar la charla. Afuera Fernando vio a lo lejos a un trabajador de su padre en el establo, alguien a quien Fernando tenía en estima, así que se dirigió hacia dónde él y justo, aquel hombre lo vio.

–Joven Fernando. Pensé que estarían ausentes mucho tiempo más.

–Para nada, Manuel, tengo que ver que hagas bien tu trabajo.

–De eso se puede encargar su padre. –Replicó y corrió a darle un abrazo cálido de bienvenida.

–Creí ver a tu padre, no a ti. ¿Le sucedió algo

–Cayó enfermo hace dos días y me hable con su padre para poder cubrirlo mientras se recupera.

–Espero que se recupere pronto.

–Gracias por sus buenos deseos. ¿Qué tal la pasó en España?

–Un poco de todo –Dijo con una pequeña sonrisa–. Conocí gente interesante y también a la mujer que amo.

–Duro caso. A un conocido lo enviaron al sur y su esposa embarazada quedó aquí. El pobre hombre no verá a su hijo nacer.

–Por ese y más motivos, mi padre odia la esclavitud. Es inhumano despojar a una persona de su vida por el bien de otra.

–Casi le pasa también a la hermana de mi prometida. Un maldito inglés iba a llevarla a Nueva Granada, pero gracias a Dios el barco desapareció en el mar.

–No sabía que te había comprometido. Me alegro por ti.

–Muchas gracias y sí, me comprometí hace una semana. Espero que pueda asistir.

–¿Cuándo se llevará acabo?

–En dos semanas. En la Iglesia de la ciudad. No fue sencillo lograr que se casará conmigo.

–Supongo que así es con las mujeres –Dijo Fernando riéndose un poco–. Espero en algún momento tener la oportunidad.

–La tendrá, pero no se precipite. Espero que no le sea difícil como a mí. Las mulatas son complicadas.

–Si así son ellas, no quiero ni imaginarme a las indias. Ha de ser una pesadilla –Comentó Fernando–

–Tuve el privilegio de cortejar una y créame, es muy difícil persistir, pero son buenas mujeres. Solo vea el ejemplo de mi madre.

Justo Perla llegó a interrumpir de manera muy educada, y tomó a Fernando, le susurró algo al oído. Luego se despidió de Manuel prometiéndole que iba a estar en su boda. Ya dentro de la casa, Fernando comenzó a hablar con su padre sobre lo sucedido en España. Habló de sus amigos, de lo que pasó en la fiesta de "El inglés" pero en ningún momento habló sobre Luisa o sobre Rachel. Las risas, las bromas se escuchaban por la casa entre don Lorenzo y Fernando. Perla al notar esto creyó que su hermano estaba bien y al caer la noche, primero se retiró a su habitación. Perla leyó un poco, sacó la ropa de las maletas. A la media hora, se quitó la ropa quedándose en su camisón blanco y se sentó delante del espejo a cepillarse el pelo un par de segundos

después, alguien llama a la puerta. Era Fernando así que lo dejó entrar.

–Sé que me has notado muy extraño estos últimos días y es obvio porque, pero no quiero que te preocupes demás conmigo.

–Eres mi hermano, Fernando. Y por más que peleemos o lo que suceda, no dejaré de preocuparme por ti, así que no me pidas cosas de ese tipo. –Respondió viéndolo por el espejo–

–No es una petición, Perla. Te lo digo porque si tú estás tratando de hacerme sentir mejor, se hará más notoria mi agonía y no quiero que se note.

–Fernando –Dijo Perla dejando el peine en el mueble. Suspiró y lo voltea a mira–. Nuestra madre estuvo molestando con saber que tenías y por ayudarte, no le dije porque había sido.

–Eso te lo agradezco, pero

–Fernando, no me pidas que guarde un secreto que ni tú mismo puedes guardar. Sé que te duele que hayas dejado a Luisa en España, pero te ama y seguirá amándote aun así tardes mil años en regresar. A demás, tienes la solicitud del rey, deberías dejar que mi padre la vea.

–Ese es otro miedo que surge. Que mi padre no quiera aceptarlo.

 

–Por el amor de Dios –Dijo poniéndose de pie–. No llevamos ni un día aquí de regreso. Mañana se lo dirás sin objeciones.

–Quiero que me digas solamente una cosa.

–No quiero que divagues, dímelo sin tapujos. –Dijo volviéndose al espejo–

–¿Qué fue lo que hiciste en España? Y si realmente soy alguien de tu confianza me lo dirás.

–¿Prometes no decirle nada a nadie?

–Nunca he revelado un secreto, Perla. Y lo sabes.

–Bueno, verás. En la fiesta dónde conociste a Luisa, conocí a un joven. Era agradable y muy bueno para platicar. Se llama: Francisco. Nunca creí que podría un hombre hacerme sentir como él lo hizo con sus palabras, pero le dejé muy en claro que no era de España y que no eran frecuentes nuestras visitas.



#13773 en Novela romántica

En el texto hay: tragedia, romance, drama

Editado: 19.11.2024

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