Un simple beso

CAPITULO XII

La fiesta se iba a llevar a cabo en agosto, a un mes de la fecha en la que se encontraban en ese momento. Desde ese día, Perla comenzó a planear y, junto con Luisa, escogieron a los invitados. En cuestión de una semana, las invitaciones habían sido enviadas. Fernando estaba feliz con la idea de la fiesta e incluso invitó a sus primos y a su tío de Italia, aunque no podrían asistir.

Los días pasaron y todo parecía ir medianamente bien, con problemas normales y sin mayor importancia. Una semana antes del evento, Fernando enfermó de un pequeño resfriado que contrajo cabalgando junto a Luisa. Por fortuna, ella no se contagió.

Mientras los días pasaban, la fecha se acercaba, y Fernando comenzó a olvidar la preocupación que le generaba la fiesta. Quiso que todo se hiciera con entusiasmo, igual que su hermana. Luisa también se contagió de la emoción, y ambos contaban los días para que ocurriera. Incluso, el rey había aceptado la invitación que enviaron, sin muchas esperanzas, y se lo hizo saber a Fernando mediante una carta dirigida personalmente.

Los amigos de Fernando también buscaban regalos para Chiara, y todo parecía ir bien. Pero justo el día antes de la tan esperada fiesta, Fernando recibió una carta con garabatos; en realidad, no decía nada, solo eran dibujos en el papel con la firma de una mujer que Fernando desconocía. No le contó nada a Luisa, pues no creyó necesario hacerlo, y simplemente guardó la carta.

Perla llamó a Fernando para ultimar los detalles:

—Mira, Fernando, en la entrada habrá alguien recibiendo las invitaciones y, si quieres, puede ser uno de tus amigos.

—Sabes, he tenido una pequeña incomodidad con todo esto.

—No creas que no lo noté. Vamos, habla.

—¿Estás segura de que invitaste a la gente correcta?

—Claro, Fernando, todos fueron invitados por mí y bajo la supervisión de tu esposa. No habrá problemas de ningún tipo. Te lo prometo.

—No es que no confíe en ti, sino que temo que puedan burlarse de nosotros.

—No tienes por qué preocuparte por cosas así. Yo lo tengo todo cubierto.

Fernando no quedó del todo satisfecho, pero no dijo nada para no alterar a Perla.

El día tan esperado llegó. Las personas en la casa comenzaron a preparar todo desde muy temprano, y todos ayudaban a acomodar los objetos en sus lugares correspondientes. Surgieron pequeños contratiempos, pero todo marchaba bien. La fiesta estaba programada para la noche, y durante el día todo transcurrió según lo planeado.

Cuando la noche cayó, los invitados comenzaron a llegar. La casa se llenó y la fiesta empezó. Todo iba de maravilla. La gente estaba muy contenta por el nacimiento de Chiara, incluido el rey.

La fiesta era un éxito. Fernando y Luisa comenzaron a interpretar una pieza que él había compuesto en Italia. La gente bailaba, bebía y comía como nunca antes. Algunos invitados llevaron regalos para la pequeña; en una esquina se acumulaban, y entre ellos llegó una caja mediana, de color rojo. Luisa la notó justo al terminar de interpretar la pieza. Bajó a revisarla y se dio cuenta de que era un pastel, de los que tanto le gustaban.

—¡Fernando! —exclamó emocionada—. ¡Mira, un pastel! Quiero comerlo ahora mismo.

Fernando, que no había probado ese tipo de pastel y ya había comido demasiado, decidió dejarlo para después. Luisa no soportó las ganas y pidió los utensilios para partirlo. Mientras lo hacía, Fernando estaba en otra habitación, junto con Perla, hablando de otros asuntos. De repente, escucharon gritos y murmullos.

Fernando corrió hacia donde estaba la multitud y vio a Luisa en el suelo. Empujando a la gente, desesperado y con miedo, se acercó y constató que respiraba. La cargó y la llevó de prisa a una habitación. Perla dio la orden de que todos salieran, dejando solo a los más cercanos a Fernando.

Con Luisa en la cama, Fernando comenzó a quitarle el vestido, especialmente el corsé, ya que se quejaba por falta de aire. Quedó solo en camisón. En ese momento, Perla llamó al mayordomo para que buscara un médico. Justo entonces, Marta entró a la casa con la idea de toparse con la fiesta, pero no lo hizo. Al subir y ver a Luisa, quedó impactada. Fernando no se alejó en ningún momento.

En otra habitación, Perla hablaba con Marta:

—Le había dado mi palabra a Fernando de que no pasaría nada, y ahora su esposa está muriendo.

—No es culpa tuya, Perla. Creo que nadie pudo preverlo —dijo Marta.

—Que yo sepa, ella no sufre de ningún mal. Es extraño que le haya sucedido esto.

—¿Cómo la encontraron?

—En el suelo, parecía muerta, pero Fernando notó una respiración muy leve. Por eso la trajo.

—Bueno, entonces espero que solo sea una crisis y que pueda sobreponerse.

—Claro, si es así, no me sentiré tan mal.

Cuando llegó el médico, comenzó a hacerle algunas pruebas y revisiones. Después de un rato, parecía que Luisa se estaba recuperando. El médico se fue asegurando que se recuperaría, aunque ella no parecía encontrarse bien. Fernando, angustiado, llegó donde estaban Marta y Perla:

—Verán, el médico dice que estará bien. Solo necesita reposar y vendrá cada dos días a revisarla.



#19166 en Novela romántica

En el texto hay: tragedia, romance, drama

Editado: 25.08.2025

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