La casa de Gestav es de dos pisos, con ladrillos vistos y ventanas medianas, adentro Ani, la novia del difunto, levanta una caja en el dormitorio.
—Creo que es la última —Le dice a Efran que se encuentra a su lado y la sigue fuera de la habitación—, ¿Seguro que no quieres nada de aquí?
—Creo que no —él le abre la puerta para ir al patio, con un césped muy bien cortado—, tengo suficiente ropa.
—Bueno… —decepcionada, camina hacia una bodega externa, cuya puerta ya está abierta—, supongo que si tendré que donarlo todo.
Deja la caja en el suelo de la bodega, y se mantiene agachada mientras saca un marcador negro y escribe en un lado del cartón “abrigos gruesos”, luego empuja la caja con las demás y se asegura que este bien cerrada.
—Gracias por ayudarme, es más fácil tener una despedida de sus cosas si alguien que también perteneció a él me acompaña —Se levanta y guarda el marcador.
—¿Pertenecer a él?
—Gestav creía que al compartir un vínculo con las personas, somos parte de cada uno, y viceversa.
—Sí, pero no nos llevábamos muy bien, no hablábamos.
—Él si hablaba de ti —Ambos salen y ella cierra la bodega y le pone seguro—, no mucho, pero las pocas veces que lo hacía, no hablaba mal.
—Vaya… —Eso no se lo esperaba—, pensé que me odiaba por mantener la distancia con la familia.
—No, nada de eso —Caminan de regreso a la casa, rumbo a la cocina—, decía que respetaba tu decisión, a pesar de que quería mantener la relación de fraternidad como antes.
Ella agarra un vaso y se sirve agua. Él siente que no lo conocía para nada como creía, lo que le recuerda que debe de alguna forma honrar su memoria.
—¿Qué te dijo de las pinturas?
—Pues en enero estaba bien con la idea de ponerlas en exposición —Da otro sorbo y apoya la espalda al mesón—, luego pasaron los problemas con el museo del metro y bueno dijo que podría mejor venderlas, en julio lo que me dijo fue que prefería comercializar otras cosas, y que sus pinturas debían ser para su familia, la verdad no éramos mucho de hablar del trabajo.
—Entonces, me estás diciendo… —Necesita estar seguro—, ¿Qué ya no quería vender?
—No, esas pinturas no —dijo convencida—, tiene cuadernos de dibujos que si, pero sus oleos ya no.
—Ah, genial entonces… ahora que se eso, es más fácil decidir qué hacer con las pinturas.
—Bueno, yo creo que él hubiera aceptado cualquier decisión que tomes —Suspira al recordarlo y busca una pizza en la nevera, que se dispone a poner en el microondas.
—No estoy tan seguro de eso —Reflexiona un poco en voz alta—, pero puede que tengas razón, de todos modos quería asegurarme.
—Bueno, pasaron meses —Cierra el horno que empieza a girar—, quizás luego cambio de opinión, y no me lo dijo, lo hacía constantemente...
—En ese caso lo sabría su abogado, supongo, él le ayuda con todo lo referente a sus papeles, contratos y demás.
—Sí, es cierto ¿Le preguntaste?
—No hablaban tan seguido tampoco, así que no sabe mucho más de lo que yo ahora —Vuelve a sentir que no avanza, se fija en la decoración, realmente hace años que no veía esa casa.
—Entonces debe ser que ya no quería vender —Abre la alacena y saca dos platillos con un decorado entramado de hojas delgas en el centro, que deja en el mesón, luego va a buscar tenedores a otro cajón, cuando mira los platillos y se da cuenta de que no son suyos—, creo que estos son de tu madre.
Efran se acerca y lo confirma.
—Ah sí, lo son —Agarra uno—, recuerdo este diseño de cuando vivíamos juntos, nunca me gusto porque a veces confundía el diseño con la comida, ya que no distingo colores, él se burlaba y mamá no le decía nada.
—¿En serio? Que pena.
—Bueno, quizás no se burlaba —Lo deja de nuevo en el mesón—, pensándolo bien es posible que solo bromeaba, ya no importa…
—Bueno, la cosa es que se nos habían roto algunos hace meses, se cayeron y de ahí nos dio estos —Eso trae otro recuerdo a su mente, que la sorprende—, ah por cierto, hace solo dos meses y poco menos ella hablo con Gestav en un restaurante.
—¿Sobre qué?
—Ella estaba cerca y justo él había tenido una reunión con alguien de un museo, no me conto mucho más porque estábamos ocupados en un evento de caridad y ya luego olvide preguntar.
—Entonces ella debe saber cuál fue su última decisión.
—Sí, es lo más probable —Suena el pitido del horno—, tendrías que preguntarle, y puedes devolverle uno de sus platos.