El departamento de Efran se encuentra en la segunda planta cercana de un mercado, por lo que hay ruido constante, además de humo de las parrillas de la vereda, es de tarde cuando llega y ve a su novia en el sillón, en la mesilla cercana nota que el cactus que compraron juntos luce muerto.
—¿Y eso? —Le pregunta a la mujer.
—No sé qué pasó, lo riego todos los días.
—¿Pero por qué? —Molesto—, me lo hubieras dicho, yo le doy un poco de agua todos los días también.
—¿Cómo iba a saberlo? —Fastidiada—, ¿Y ahora qué?
—Ahora la ahogaste, gracias… —Camina hacia su cuarto.
Ninguno de los dos enfurece por el asunto, y tampoco proponen comprar otro, solo consiguen una ligera molestia que se disipara con el tiempo. Cada uno continúa con sus actividades del día, y a la mañana siguiente Efran sale un poco temprano.
Este soleado aun cuando llega a la residencia de su madre, una parte es de madera con líneas horizontales, y otra pequeña pegada de un lado es de ladrillos vistos, allí hay una ventana de donde ella lo ve, y luego va a la puerta principal a abrirle.
—Entonces esto es lo que necesitabas para visitarme —Le dice al verlo. Tiene el cabello tintado, un mandil con manchas de pinceles y lleva unos lentes muy delgados—, increíble.
—He estado ocupado —Empieza a seguirla hacia el estudio de ella, que tiene mucha entrada de luz natural.
—Nadie está tan ocupado —Agarra el pincel y la paleta de colorear, se fija en el lienzo del caballete y luego hacia al frente, donde hay una tazón con frutas de plástico y un reloj de arena—, cariño.
—De acuerdo, no estaba tan ocupado —Se coloca a un lado de ella, le hace algo de sombra al lienzo, por lo que retrocede tres pasos, donde hay una mesa con esculturas pequeñas de arcilla de diferentes animales, y una laptop que reproduce música relajante—, es normal que las familias se distancien.
—Es normal que los hijos visiten a los padres al menos los fines de semana —Sujeta el pincel con suavidad y lo acerca al lienzo, ya está plasmado el fondo y ahora va a dar color a una pera, con mucho cuidado.
—De acuerdo, lamento no haber venido mucho, pero siempre ha sabido que no me gustan muchas cosas de aquí…
Ella pinta con sumo cuidado, de arriba hacia abajo, muy concentrada.
—No significa que los odie, sé que hicieron lo que pudieron —Continua él.
Siente que ella espera una disculpa más significativa, y Efran no piensa dársela.
—Veo que estas ocupada. Así que solo necesito que me comentes una cosa…
—¿Ya viste los cuadros? —No despega su vista de su obra.
—Sí, ayer, justo de eso quería hablarte.
—Hay un par que nunca vi completos —Lamenta, sin ser demasiado evidente—, espero hacerlo un día de estos.
—¿Sabe si él quería venderlos, guardarlos, o tenía algún otro plan?
—De eso se encarga su abogado.
—No me dijo nada —Con cuidado toca la escultura de un armadillo, al ver que está bien dura la sujeta entre sus manos para analizarla—, no sabe cuál fue la última decisión de Gestav sobre sus obras.
Ella deja de pintar unos segundos para concentrarse en buscar en su mente la información que necesita, luego regresa con lo que falta de la pera.
—Hubo una reunión donde le ofrecieron publicar sus obras en otra ciudad, según me dijo, le darían buen dinero y estaba dispuesto a aceptar.
—¿No acepto al final?
—Si el abogado no sabe nada, debe ser que no, que lo rechazo a último momento o algo por el estilo, pero en ese instante si quería hacer una muestra, no sé si también incluiría la venta de galeria.
—¿Sabes qué empresa era? —Ve de cerca, que el armadillo de arcilla tiene una mirada que podría interpretarse como triste, lo devuelve a su sitio, pues considera que si alguien se encuentra en ese estado lo mejor es dejarlo solo.
—La galería de Los Rios. Una vez también publique ahí, y se vendieron algunas de mis obras, fue hace… —Recuerda que a su hijo esas cosas no le importan—, hace mucho.
—Quizás ellos sepan algo —decide—, creo que iré a preguntar. Gracias por todo.
—No es nada… —desilusionada. Hubiera querido que él se quede un rato más, pero no lo dirá tampoco.
Él parece notarlo, se dispone a irse pero se fija bien en el estudio y piensa que podría quedarse un rato más, camina por todo el sitio mirando algunos cuadros terminados en la pared, son pinceladas mucho más suaves que las de su hermano. Termina al lado de su madre, ve que en la pintura ya está el boceto a lápiz del reloj de arena, que frente a ellos va por la mitad. Por primera vez decide mostrar interés en ese trabajo.
—Cuando empieces a pintar el reloj de arena estará de una forma —observa—, diferente a cuando pintabas las frutas ¿Luego lo voltearas o lo pintaras cuando este todo en el fondo?
—No sé como lo pintare —Sonríe—, eso es lo divertido.