Domenico
Estoy sentado al borde de la cama, mi mente dando vueltas como si estuviera atrapado en una tormenta. Daisy está en la ducha, el agua cayendo tras la puerta entreabierta del baño. La tentación de ir tras ella es enorme, pero me detengo. No quiero invadir su espacio personal. Aunque, si soy sincero conmigo mismo, no es el respeto lo que me frena, sino el caos que me carcome por dentro.
No me dio una respuesta a mi pregunta. Solo me miró, sonrió con esa expresión enigmática que parece esconder algo, y me preguntó si podía bañarse. Asentí, sintiéndome estúpido por haberle ofrecido algo más que una noche. ¿En qué estaba pensando?
Primero, es la novia de mi sobrino. Aunque Felipe le sea infiel y su relación parezca rota, eso no cambia el hecho de que ella ha sido parte de su vida por años. No sé cómo han terminado las cosas entre ellos. Tal vez lo perdone. Hay mujeres que lo hacen, mujeres que creen en segundas oportunidades, aunque no las merezcan.
Segundo, es una mocosa. Apenas tiene veintidós años. Me dobla en juventud, en energía, en todo. ¡Dios! ¿Cómo se me ocurrió siquiera pensar que algo más podría pasar entre nosotros? He tenido tantas mujeres en mi vida, tantas que ya ni sus rostros recuerdo. Bellezas pasajeras, conquistas fáciles, ninguna con la fuerza de Daisy. Ninguna con esa risa, esa vivacidad que parece llenar cada espacio. Y definitivamente, ninguna novia de mi sobrino.
Respiro hondo y me froto las sienes, intentando calmar la maraña de pensamientos que me consume. El desastre familiar que esto podría causar es algo que no puedo ignorar. Mi hermano… él se sentiría traicionado. Siempre ha sido como una figura paterna para mí. Me lleva trece años y, aunque nuestra relación no siempre ha sido fácil, confío en él más que en nadie. Cuando era joven, él estuvo ahí, guiándome, apoyándome, aunque yo tomara mis propios caminos.
Cuando hice mi fortuna, lo convertí en mi mano derecha. Mientras yo trabajaba e invertía sin descanso, él mantenía el barco a flote en Italia. Y cuando decidí marcharme por años, él ocupó mi lugar con lealtad absoluta. Nunca me robó, nunca me traicionó. ¿Y así es como le pago? Metiéndome en la cama con su nuera.
Me regaño en silencio, como si las palabras en mi cabeza pudieran deshacer lo que pasó anoche. Entonces la puerta del baño se abre, y ahí está Daisy. Solo lleva una toalla que apenas cubre su cuerpo, su cabello negro gotea, su piel fresca y brillante después de la ducha. No lleva maquillaje, y aun así, está deslumbrante.
Claramente, no estoy pensando con el cerebro. Su belleza me hipnotiza, y la pregunta que me atormenta no deja de resonar: ¿por qué Felipe le es infiel a una mujer como ella?
En una sola noche, Daisy ha demostrado más pasión y ternura que cualquier otra mujer que haya conocido. Parece tranquila, controlada, sé que las apariencias engañan. Hay una tormenta dentro de ella, lo sé, porque la vi arder cuando me habló de Felipe. Vi el fuego en sus ojos cuando me contó lo que él le propuso.
Nuestras miradas colisionan, y el aire se carga de algo indescriptible. No hay palabras, solo esa conexión que no puedo negar. Me siento usado, como un peón en su juego de venganza. Una chica joven, tan inexperta como parece, me utilizó para vengarse de su novio infiel. A mí, un hombre que le dobla la edad.
De solo pensarlo, mi sangre hierve. No es ira, es algo más. Es una mezcla de atracción, orgullo herido y una necesidad inexplicable de querer entenderla. ¿Por qué me eligió a mí? ¿Por qué aceptó el café sabiendo quién era? Ella sabía quién soy desde el momento en que chocamos afuera del bar. Y aun así, se dejó llevar.
La miro fijamente, intentando encontrar respuestas en su expresión, no las hay. Es un misterio que me desafía, que me confunde y, peor aún, que me atrae.
Me siento atrapado en un dilema. La parte racional de mí, grita que esto debe terminar, que debo alejarme antes de que todo estalle. Hay otra parte, más oscura, más visceral, que no quiere soltarla.
Pienso en la tormenta que podría desatarse si esto sale a la luz. Pienso en mi hermano, en mi sobrino, en las consecuencias. Solo que cuando la veo ahí, tan serena, tan libre, no puedo evitar preguntarme si vale la pena el riesgo. ¿Es ella una locura que quiero cometer?
—¿Piensas si vale la pena el riesgo? —rompe el silencio, su voz suave, casi tímida, como si leyera mis pensamientos.
¿Ahora es tímida? Después de la noche que compartimos, eso parece una ironía. Miro su rostro, su cabello aún húmedo, y no puedo evitar curiosear en mi mente. Lo que dice después, sin embargo, me toma por sorpresa.
»Diría que no —continúa, con un tono sincero y directo. —Una noche es más que suficiente para saber que, al menos para mí, me gustó. Pero eres el tío de Felipe, y no voy a ser la razón por la que una familia se pelee por mí.
Sus palabras son un golpe. Su honestidad tiene un filo que corta más profundo de lo que esperaba. No le importa mi edad, ni mi dinero. Quizá porque tiene el respaldo de su propia familia, aunque, comparado con lo que yo poseo, lo de ellos sea insignificante. Pero lo que me molesta no es su sinceridad. Lo que me molesta es que esta noche, en el fondo, haya sido su forma de vengarse.
Carraspeo, incómodo, tratando de calmar mi tono antes de hablar.
—¿Fui tu venganza? —pregunto finalmente, observando cómo sus mejillas se tiñen de rojo al instante.
Ella parece dudar, pero no tarda en responder.
»¿Me usaste para molestar a Felipe? —gruño, poniéndome de pie, incapaz de ocultar mi frustración.
Levanta la cabeza, y su expresión cambia. La sonrisa de sus labios desaparece, reemplazada por algo más neutral, casi frío.
—Si quisiera eso, iría a decirle que me acosté con su tío. O peor aún, aceptaría su propuesta y no lo estoy haciendo.
Su tono es tan seco que casi me desconcierta. Da un paso hacia la silla donde está el vestido de lentejuelas dorado. Lo toma entre sus manos, pero sigue húmedo por la lluvia de anoche. Parece no importarle, porque intenta ponérselo igual.