Daisy
Felipe entra a la cafetería con una mujer rubia del brazo, y mi cuerpo entero se congela. No es la misma que vi la noche anterior. Tiene varias amantes. El pensamiento me atraviesa como un cuchillo, lo que siento no es solo dolor. La traición de Felipe sigue pesando, como una piedra fría en mi pecho, ahora hay algo más que me mantiene al borde del colapso: estoy desayunando con Domenico, su tío.
Anoche fue una locura, un desliz, una decisión que me pareció adecuada en el momento, solo que ahora, con Felipe tan cerca, la realidad me golpea con toda su fuerza. No es muy normal que la novia de tu sobrino termine en tu cama, o eso creo.
Intento concentrarme en mi respiración mientras observo cómo Domenico se pone de pie tan rápido que no me da tiempo a procesar lo que ocurre. Su presencia llena la cafetería mientras se dirige a Felipe, con esa seguridad que lo caracteriza. Yo, por otro lado, bajo la cabeza de inmediato, dejando que mi cabello caiga como una cortina frente a mi rostro. Mis manos tiemblan mientras las llevo al bolso, fingiendo buscar algo para distraerme y, sobre todo, evitar ser reconocida.
Desde mi posición, a través de mi cabello, puedo verlo. Domenico saluda a Felipe con un abrazo que parece demasiado natural, como si no estuviera ocultando un secreto que podría destrozar cualquier reunión familiar. Su rostro está tranquilo, incluso afable. ¿Cómo puede mantenerse así? Mientras tanto, yo estoy al borde del pánico.
La mujer rubia, que hasta hace un segundo estaba aferrada al brazo de Felipe, se olvida de él por completo. Sus ojos están ahora fijos en Domenico, quien, por supuesto, la ignora por completo. Es como si ni siquiera existiera. Obtienes lo que siembras, pienso con amargura al observar cómo la atención de la rubia se desvía, dejando a Felipe en un segundo plano.
Mi mente se divide entre los celos residuales hacia Felipe y la admiración involuntaria hacia Domenico. De alguna manera, este hombre maneja la situación como si fuera una partida de ajedrez. Cada movimiento parece calculado, medido. Yo, en cambio, siento que me estoy desmoronando. ¿Qué estoy haciendo aquí?
No sé cómo lo hace, pero Domenico logra que Felipe se marche. Es tan rápido que ni siquiera tengo tiempo de verlo salir por la puerta. Solo noto el vacío que deja su ausencia, un alivio mezclado con una ansiedad que no consigo controlar.
Domenico vuelve a la mesa con una sonrisa en sus labios, una sonrisa triunfadora que parece gritar que tiene el control de todo. Se sienta frente a mí con la misma calma de siempre, como si lo que acaba de ocurrir fuera un asunto trivial. Yo no puedo compartir su confianza. Estoy a punto de sufrir un ataque de nervios, y no hay forma de ocultarlo.
Por eso no acepté su propuesta. No se trata solo de la noche que pasamos juntos, ni siquiera de la intensidad de nuestros momentos. Se trata de las consecuencias. No quiero ser la causa de un problema familiar. No quiero imaginar cómo reaccionaría su hermano, ni qué haría Felipe si llegara a descubrirlo.
Miro a Domenico, su postura relajada, sus ojos oscuros que parecen estar siempre un paso por delante de todo. Él tiene la capacidad de convertir cualquier desastre en un triunfo, yo no. Yo soy una chica que intenta mantenerse a flote después de haber sido traicionada por el hombre que amaba, y esto… esto es demasiado.
Domenico me observa con curiosidad, como si pudiera leer cada uno de mis pensamientos. Su sonrisa sigue ahí, y por un segundo siento una punzada de envidia por su capacidad de mantener la compostura. No puedo quedarme aquí, fingiendo que todo está bien. Necesito escapar antes de que las emociones me consuman.
El peso de lo que pasó anoche, combinado con la presencia de Felipe y la sonrisa inquebrantable de Domenico, es demasiado para mí. Y aunque sé que Domenico podría manejar cualquier consecuencia, yo no puedo permitirme ser parte de este juego.
Mientras él se acomoda en su silla con una calma que parece impenetrable, yo lucho por mantener el equilibrio en el caos de mis propios pensamientos. Puede que haya salido de esta cafetería como un triunfador, pero yo sigo siendo la misma chica que anoche decidió ser "mala" por un día, y ahora estoy enfrentando lo que eso realmente significa.
—No fue tan difícil después de todo —rompe el silencio Domenico, inclinándose ligeramente hacia atrás en su silla con una expresión de triunfo.
Lo miro, todavía en un estado de asombro y nerviosismo, incapaz de evitar la pregunta que brota de mis labios:
—¿Qué hiciste? —su sonrisa se ensancha ligeramente antes de responder, como si mi curiosidad fuera justo lo que esperaba.
—Le dije que en media hora tenemos reunión en la empresa y quiero ver los libros de contabilidad —se encoge de hombros con una naturalidad desconcertante, como si mover a Felipe como una pieza en su tablero personal fuera lo más simple del mundo.
—Pensé que tu hermano se ocupaba de eso. —enarco una ceja, sin poder ocultar mi sorpresa.
Domenico me mira, desconcertado, como si estuviera evaluando mi reacción antes de responder con un tono afilado.
—Lo hace. Pero sigo siendo el dueño. Es mi mano derecha, no el propietario. Me deben dar registro de todo.
Asiento lentamente, comprendiendo sus palabras, pero no puedo evitar que mi mente se desvíe a los discursos hipócritas de mi ex suegro. Rafael siempre se encargó de hacer creer a medio mundo que era el dueño absoluto, dejando que su hermano y su sobrino parecieran meras piezas en su juego. La verdad es otra, y Domenico lo sabe bien.
Lo miro y me encuentro con su mirada intensa, esa que parece atravesarme y dejarme expuesta. Sé que quiere algo de mí. No sé exactamente qué, aunque puedo intuirlo. Pasión. Noches llenas de ella. Ruptura de reglas. Pero yo no estoy lista para más… ¿O sí?
—Bueno, debería ir a su reunión, y yo al restaurante. —digo, intentando cortar la tensión que flota entre nosotros.