Daisy
Mi respiración es entrecortada, y mis labios aún sienten el calor de los suyos. Estoy tan sumida en esta sensación que ni siquiera noto cuándo mi madre abre la puerta con cautela. Solo alcanzo a darme cuenta de su presencia cuando, avergonzada, se disculpa por interrumpir.
—Disculpen, no quería… —susurrando, dejando la frase a medias, observándonos con ojos que lo entienden todo.
Mi rostro arde. ¿Se habrá dado cuenta de lo que estaba pasando? Me llevo una mano a los labios de forma casi automática, pero antes de que pueda pronunciar palabra alguna, mi madre se apresura a hablar:
»Límpiese los labios, señor Pellegrini. —Domenico, que hasta ese instante permanecía inmóvil, reacciona con rapidez.
Toma un pañuelo del bolsillo de su chaqueta y, con rigidez, limpia el labial impregnado en su boca. Lo veo fruncir el ceño cuando se percata de que es mi color. ¿Cuánta vergüenza más puedo sentir?
Para cuando mi madre se gira hacia mí, estoy tan roja que podría jurar que me hierve la sangre. Ella no dice nada, pero su mirada lo expresa todo: estaba a punto de pillarles en pleno acto. Me aclaro la garganta, buscando alguna frase que me permita disimular, pero ninguna palabra me sale.
La situación no mejora cuando la puerta vuelve a abrirse, esta vez con un golpe seco. Mi padre, Harvey, entra con un semblante serio. Enseguida noto que Felipe no viene con él. Mi madre retrocede para darle paso, y yo siento que mi estómago se anuda.
—Su sobrino —masculla mi padre, mirando fijamente a Domenico. —Tiene la entrada prohibida a cualquiera de mis restaurantes, incluidos los que se establecerán en su hotel.
Mi pulso se acelera ante la firmeza de sus palabras. ¿Qué sucedió con Felipe? ¿Desde cuándo es persona non grata para mi padre? Antes de poder cuestionar nada, mi padre prosigue con la misma contundencia.
»Si esto es un problema para usted o su familia, podemos culminar el contrato aquí y pagaré lo que sea necesario. Solo no quiero volver a ver a ese muchacho cerca de mi hija. —su tono no es amistoso.
—Papá, ya te dije que… —intento intervenir, porque no entiendo la razón de su enojo.
¿Acaso se enteró de lo que realmente pasó con Felipe? No puedo terminar la frase. Domenico se adelanta y habla con serenidad, lo que me sorprende.
—Me parece perfecto. —hace una pausa, dedicándome una mirada de soslayo que me pone la piel de gallina. —Todo sigue en familia. —lo fulmino con la mirada, incapaz de descifrar sus intenciones.
¿Por qué dice que todo sigue en familia si ya no lo es? Me pregunto si mi padre realmente comprende lo que insinúa o si solo lo interpreta como una formalidad empresarial. Mi madre permanece en silencio, observando con cautela, sin revelar sus pensamientos.
»Entonces, si no tienen inconveniente, podemos continuar con los detalles de la inauguración —añade Domenico, pasando por alto la tensión del momento y dirigiéndose a mis progenitores con una cortesía impecable.
—Sí, claro. —responde mi padre, aunque lo veo apretar los labios. Se nota que está molesto por algo que sucedió con Felipe, y mi madre también guarda un silencio inusual.
Quiero preguntarle a papá qué habló con Felipe, no encuentro el momento adecuado. Mientras Domenico y mis padres discuten asuntos de la inauguración del hotel, sus estrategias de marketing y los posibles eventos para la apertura, yo me pierdo en mis propios pensamientos. ¿Qué hizo Felipe para que mi padre lo deteste a este punto?
Siento una mano en mi cintura. Me sobresalto al darme cuenta de que es Domenico, que se ha acercado con disimulo mientras habla:
—Daisy, ¿podrías alcanzarme esos documentos? —pide en voz alta, para que mis padres oigan.
Su agarre en mi cintura es otra historia: firme, posesivo, casi retándome a protestar. Trago saliva y me aparto con rapidez, alcanzando un legajo de papeles que está sobre el escritorio. Mis padres no parecen haber notado nada, o al menos fingen no haberlo hecho.
—Por supuesto. —musito, intentando mantener la compostura mientras le paso los documentos.
Más tarde, mientras mi madre muestra a Domenico algunos planos de la futura sucursal del restaurante, él se acerca por detrás, invadiendo mi espacio personal.
—¿Tú qué opinas, Daisy? —inquiere, apoyando la mano en mi hombro, un gesto que pasa por cordial ante los ojos de mis padres, solo que a mí me hace temblar internamente.
Estoy tan desconcertada que tardo unos segundos en articular respuesta. ¿A qué se refiere? ¿A los planos? ¿A la situación con Felipe? ¿O a nuestro beso furtivo de hace un momento?
—Eh, sí… me parece muy… acertado —contesto con torpeza, esquivando su mirada.
Veo la comisura de sus labios curvarse en una sonrisa. Le divierte ponerme en aprietos. Y lo peor es que lo logra sin que mi padre o mi madre sospechen nada.
—Bueno, si todos están de acuerdo —habla mi padre. —Damos por finalizada la reunión. Daisy, acompaña al señor Pellegrini. Creo que quiere recorrer las instalaciones del nuevo proyecto.
Mi corazón da un vuelco. ¿Tengo que quedar a solas con él? Miro a mi madre, esperando que intervenga, ella parece encantada con la idea. Posiblemente, cree que así nos acercaremos a Domenico para asegurar el éxito del negocio. Lo que no sabe es que me está empujando a la boca del lobo.
—Claro, papá. —respondo, sin tener otra opción.
Antes de salir, Domenico me retiene con un gesto sutil en la muñeca. Mi madre y mi padre ya caminan hacia la puerta. Cuando se aseguran de que no están mirando, él acerca su rostro al mío, apenas unos centímetros.
—¿Lista para el recorrido, mocosa? —susurra en mi oído, lo bastante bajo como para que los demás no lo oigan.
Me muerdo el labio, intentando contener la oleada de sensaciones que me recorre. Levanto la barbilla, no quiero parecer débil.
—Por supuesto. ¿Qué podría salir mal? —sonríe con malicia, como si esa pregunta fuera un desafío que no dudaría en aceptar.