Un Trato Obsceno

Peleas

Daisy

Entro al restaurante de mi padre, sintiendo todavía la adrenalina de la noche pasada latir en mis venas. El aroma familiar de los platos en preparación y el bullicio del personal me resulta reconfortante, aunque hoy no vengo a cocinar ni a supervisar nada. Vengo a exigir respuestas.

—Papá, ¿podemos hablar? —digo apenas cruzo la puerta que separa el salón principal de la amplia cocina de acero inoxidable.

Harvey, ni siquiera voltea a mirarme. Está concentrado revisando una lista de suministros, comprobando cada ítem con un bolígrafo que sujeta con firmeza. Aun así, noto cómo se pone tenso. Sabe que no me iré sin obtener lo que busco.

—Ahora no, hija —murmura, secamente, mientras sigue revisando los papeles.

—Ahora sí, papá —respondo, sin importarme si su tono suena a amenaza o si está ocupado.

Lo sigo por la cocina, esquivando a los cocineros que corren de un lado a otro. Harvey pasa junto a enormes ollas humeantes y, cuando dobla por un pasillo estrecho que conduce a la despensa, lo persigo sin dudar.

»¿Qué hablaste con Felipe? —insisto, casi chocando con su espalda cuando se detiene frente a un armario repleto de especias.

Él cierra la puerta con un golpe suave y se vuelve hacia mí, con el rostro serio.

—Te dije que no es el momento, Daisy. —gruñe.

—¿Cuándo será el momento, entonces? —replico, levantando un poco la voz por encima del ruido de los sartenes chisporroteando. —Necesito saberlo. —bufo, furiosa.

Veo un destello de impaciencia en sus ojos. Sabe exactamente por qué pregunto, y aun así, se resiste a responder.

—Hija, hazme caso. No te conviene saber los detalles. —no me gusta como suena eso.

—Lo único que necesito es la verdad —susurro, controlando mi ira para no desatar una escena que todos escuchen. —Por favor, papá. —suplico.

Harvey respira hondo, mirando hacia el techo de la cocina como si buscara paciencia en las vigas metálicas. Me da la espalda nuevamente, y comienza a caminar hacia la zona de refrigeración. Sin dudarlo, lo sigo.

»Papá, no huyas. —lo sigo por detrás.

—No estoy huyendo —gruñe, abriendo una puerta y comprobando la temperatura de uno de los refrigeradores. —Estoy trabajando, Daisy. —me da una excusa.

—Y yo necesito una respuesta —repito, con terquedad.

—Basta —masculla, de pronto, con un tono que me hace callar de golpe. —Daisy, eres insistente, y sé que eso te ha ayudado a prosperar en la cocina y en tus metas… pero ahora solo te estás lastimando. —él no sabe lo que me lastima o no.

Aprieto los puños, intentando no soltar todo lo que llevo dentro. Felipe no es un tema que quiera prolongar, pero la indiferencia de mi padre me resulta insoportable.

—¿Qué te dijo Felipe? —pregunto una vez más, con la voz algo temblorosa. —¿Qué hicieron para que lo odiaras así de pronto? —sigo preguntando.

Harvey cierra la puerta del refrigerador con un golpe firme y se vuelve hacia mí, más serio que nunca.

—Yo nunca dije que lo odiara. —viro los ojos.

—Pues actúas como si lo hicieras —retruco. —Le prohibiste la entrada a todos tus restaurantes, y ni siquiera me explicaste por qué. —lo veo apretar los labios, conteniéndose. Hay algo que no me quiere decir.

—No necesito explicarte mis motivos —responde con frialdad. —Y no pienso hablar más de Felipe. —dictamina, severo.

El murmullo de los empleados en la cocina parece hacerse más lejano mientras mi padre y yo nos enzarzamos en una confrontación silenciosa. Doy un paso adelante, obligándolo a mirarme a los ojos.

—¿Por qué no puedes confiar en mí? Soy tu hija. —lloriqueo, falsamente, queriendo darle lástima.

—Precisamente por eso —bufa. —Porque te quiero proteger. —nadie pone en discusión eso, pienso.

—¿Proteger de qué, papá? —alzo la voz, sintiendo como un nudo se forma en mi garganta. —Sé defenderme sola. —mascullo sin paciencia.

Harvey cierra los ojos un segundo, como si mis palabras le resultaran demasiado duras de oír. Luego, se gira y comienza a caminar de nuevo, esta vez rumbo a su oficina, en la parte trasera de la cocina. Lo sigo sin pensarlo dos veces, ignorando las miradas de los chefs y ayudantes que, claramente, perciben la tensión entre nosotros.

Llegamos a su oficina, un espacio reducido con un escritorio de madera oscura y unas cuantas fotos familiares en la pared. Antes de que pueda entrar, él se vuelve y me detiene con la mano, impidiéndome pasar.

—Daisy, basta —me dice, con un tono que mezcla cansancio y determinación. —Siempre supe que Felipe no era hombre para ti. —él lo odia y siempre noté su desdén hacia él, solo que ahora es más evidente.

—¿Y eso qué tiene que ver con lo que hablaste con él? —pregunto, alzando una ceja, recelosa.

—Todo —responde, ladeando la cabeza. —¿Crees que no me doy cuenta de que te rompió el corazón? —siento un escalofrío recorrer mi espalda.

Mi padre está convencido de que Felipe me hizo daño, pero la realidad es más complicada. Yo conozco la verdad: Felipe sí fue infiel, y lo dejé por ello. No quiero que mi padre se entere, no ahora, no de esta forma. Pero la certeza de que Harvey se imagina algo distinto me pone aún más nerviosa.

—No sabes lo que sucedió entre Felipe y yo. —murmuro, sin poder ocultar mi agitación.

—No hace falta que me lo digas, hija. Con verte a los ojos, sé que lo estás encubriendo por algún motivo. Y aunque no sepas reconocerlo, yo soy tu padre y noto el dolor que llevas dentro. —niego con la cabeza, sintiendo una mezcla de rabia y frustración.

—Ya he pasado página —miento, intentando sonar convincente. —Él no me importa. —ya no, sin embargo, tengo un recordatorio latente de Felipe y es su tío.

—¿Entonces por qué insistes en saber qué hablamos? —no voy a ganar esta discusión, es más que obvio.

Me quedo callada, sin saber qué responder. Lo cierto es que me corroe la curiosidad. Temo que mi padre haya amenazado a Felipe, o peor aún, que Felipe le haya mentido para pintarme como la mala de la historia.




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