Un Último Vals

Prólogo

Isabel

La puerta principal se abre ante mí como un portal a otro mundo. Un torbellino de luces, música y elegancia me envuelve al instante. El salón de baile es un espectáculo sobrecogedor, una explosión de color y movimiento que me deja sin aliento.

Candelabros de cristal gigantescos cuelgan del techo, iluminando la estancia con una luz cálida y brillante. Las paredes, decoradas con frescos y espejos, reflejan la luz y multiplican la sensación de opulencia. El suelo de mármol brilla bajo los pies de las parejas que se deslizan al compás de la música, creando un mosaico de formas y colores.

La orquesta, ubicada en un estrado elevado, interpreta un vals melodioso. Las notas se entrelazan en el aire, envolviendo todo en una atmósfera mágica y romántica. Es como si el tiempo se detuviera, como si estuviera en un sueño.

Y luego están ellos. Cientos de personas vestidas de gala se mueven con gracia y elegancia: algunos charlan, otros bailan, y algunos más aprovechan la libertad del bar para tomar una copa. Los vestidos de las mujeres, de seda y encaje, ondean como olas de colores. Los hombres, con trajes impecables, las acompañan con una sonrisa en el rostro.

Me siento abrumada por la magnificencia del lugar, pero también emocionada y nerviosa. Es la primera vez que asisto a un evento así, tan elegante, tan... vienés. Me siento como una princesa en un cuento de hadas.

—¿Qué opinas? ¿Es increíble, verdad? —me pregunta mi tía Elisa, que está de pie a mi lado, observando la escena con una sonrisa.

—Es precioso, tía —le respondo—, aunque me siento un poco fuera de lugar. No estoy acostumbrada a este tipo de eventos.

—Tonterías —me dice con cariño—. Estás radiante. Y no te preocupes, esta noche te divertirás.

No dude de ello.

En ese momento, se acerca un hombre elegante, vestido con un impecable traje negro que resalta su cabello blanco y sus ojos azules. Saluda a mi tía con un beso en la mejilla, y ella le corresponde del mismo modo.

Elisa, Liebes, wie schön dich zu sehen —le dice en alemán. Luego se gira hacia mí y frunce el ceño, marcando aún más las arrugas de su frente.

Ist sie deine Nichte?

Ja, sie ist meine Nichte, Isabel —responde mi tía con entusiasmo.

Wow, sieht dir sehr ähnlich. Ist sie zum ersten Mal hier?

Ja, es ist ihr erstes Mal hier in Österreich. Sie ist im Urlaub und besucht mich.

Spricht sie kein Deutsch?

Nein, noch nicht —niega mi tía con la cabeza, mientras yo sigo sin entender del todo.

Sie spricht Spanisch und kann Englisch.

Ah, das ist gut.

Ja! —responde mi tía, sonriendo.
El hombre me sonríe y me ofrece la mano.

—Es un placer conocerte, Isabel. Bienvenida a Austria —me dice en inglés.

—El placer es mío —respondo, aceptando el saludo—. Muchas gracias por la bienvenida.

Después de conversar un rato, se despide en busca de su esposa, que está reunida con sus amistades.

Nosotras seguimos nuestro camino y nos integramos con la multitud. Los debutantes hacen su entrada y captan la atención del público con su presentación, seguidos por bailarinas que ofrecen un acto de ballet tan delicado como hipnótico.

Los meseros pasan frente a nosotras con bandejas de aperitivos y copas de champaña. Tomo una y bebo un sorbo mientras observo a las parejas que giran por la pista.

Entonces lo veo.

Mis ojos se detienen en un hombre al otro lado del salón. Está de pie junto a una columna, observando a la multitud con una mirada aburrida. Viste un traje negro que se ajusta a la perfección, resaltando sus rasgos definidos y su cabello rubio. Pero no es solo su físico lo que me atrae —aunque es innegablemente encantador—, sino algo más profundo, una energía que emana de él y que resuena con la mía. Como si un imán invisible me empujara hacia él.

Nuestras miradas se cruzan por un instante, un choque fugaz que basta para encender una chispa en mí. Una corriente eléctrica recorre mi cuerpo. Como si el tiempo se detuviera. Como si el mundo se redujera a ese instante. A esa mirada.

Él sonríe y aparta la vista. Creo que casi estaba apunto de desfallecer. Su sonrisa era enigmática y revelaba un atisbo de misterio.

No intercambiamos palabras. No nos acercamos. Solo nos observamos, y no puedo apartar los ojos de él. Lo sigo con la mirada mientras se mueve entre la multitud con una gracia y seguridad que me dejan sin aliento. Es como un príncipe sacado de otro tiempo, de otro mundo.

Una melodía suave comienza a sonar, invitando a las parejas a bailar. Un torbellino de personas lo oculta de mi vista, como si nunca hubiese estado allí. Me invade una sensación de vacío. ¿Habrá sido una ilusión?

La música sigue, el baile continúa. Pero para mí, la magia se ha desvanecido. Su imagen permanece grabada en mi mente. Lo busco entre la multitud, sin éxito.




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