Un Último Vals

CAPÍTULO 2

Isabel

La luz del sol se cuela por la ventana, inundando la habitación con un resplandor cálido. Parpadeo un par de veces, acostumbrándome a la claridad, hasta que distingo el techo inclinado y la ventana que ofrece una vista serena de la ciudad.

Me levanto de la cama y comienzo a arreglarme sin demasiada demora. Elijo algo cómodo pero abrigado: unos vaqueros que me quedan como un guante, un suéter blanco de lana y unas botas altas de cuero, lo bastante prácticas para caminar durante horas.

Al terminar, tomo mi abrigo negro y una bufanda antes de dirigirme a la cocina.

El aroma a café recién hecho y pan caliente invade mis sentidos, guiándome con el estómago ya rugiendo hacia el comedor.

— Buenos días, dormilona —dice mi tía con una sonrisa, dejando sobre la mesa una bandeja llena de delicias-. Preparé café y un croissant de almendra para acompañar.

— ¡Gracias, tía! —le respondo con entusiasmo, dándole un beso en la mejilla-. Huele delicioso. Eres la mejor.

Mientras desayunamos, conversamos sobre los planes para el día.

—He organizado un tour para hoy —me cuenta mientras toma un sorbo de su café—. Podemos aprovechar el buen clima para que conozcas la ciudad y algo de su historia. No es común que tengamos sol en esta época.

—¡Me parece genial! —exclamo, mordiendo un trozo del croissant—. Estoy deseando ver los museos, los palacios... ¡todo!

Mi tía sonríe con complicidad.

—Te va a encantar. Viena es una ciudad mágica. Y después del tour, si te apetece, podemos ir de compras y pasar por los mercados navideños. Hay tiendas maravillosas en Kohlmarkt.

—Me parece un plan perfecto —digo, entusiasmada.

Apuramos el desayuno con la ilusión de quienes están a punto de comenzar una pequeña aventura. Quería salir cuanto antes.

Dos horas después, el centro de Viena rebosaba de turistas y de sus famosos mercados navideños, colmados de puestos de artesanía, adornos, comida, dulces y bebidas calientes. Pasamos el día recorriendo los lugares más emblemáticos de la ciudad, deteniéndonos a tomar fotografías en cada parada. Visitamos la Catedral de San Esteban, el Palacio de Schönbrunn, el Hofburg, el Danubio...

Me maravillo con la belleza de cada rincón. La arquitectura es simplemente impresionante: una mezcla de estilos que me deja sin aliento. Edificios antiguos y majestuosos, con fachadas ornamentadas y tejados coloridos, se entrelazan con construcciones modernas y vanguardistas, creando un contraste fascinante.

Le doy otro sorbo a mi Glühwein -el vino caliente típico- mientras trato de no derramarlo entre la multitud que nos rodea.

Mientras caminamos, comenzamos a ver cómo se iluminan los puestos de los mercados. Nos acercamos a uno de ellos, cautivadas por la decoración, las luces y los colores. Hay de todo: comida, bebidas, adornos, regalos. Me siento como una niña en una tienda de caramelos, abrumada por todo lo que quiero ver, oler y probar.

—¡Es increíble! —exclamo, mirando a mi alrededor con curiosidad.

—Aquí encontrarás de todo —me dice mi tía, guiándome entre los puestos—. Desde comida hasta ropa, pasando por souvenirs y antigüedades navideñas.

—¡Es como un cuento de hadas! Me encanta —respondo, embelesada.

—Es la magia de la Navidad —dice sonriendo—. Viena se transforma en esta época del año. Es una ciudad llena de luz y alegría.

Seguimos paseando, disfrutando del ambiente festivo. Después de comprar algunos recuerdos (no pude resistirme, la tentación era demasiado grande), decidimos hacer una breve parada en una pastelería para probar la famosa Sachertorte. Mientras mi tía hace el pedido, yo busco una mesa libre donde podamos sentarnos. Al encontrar una, me acomodo y espero.

¿Elisa? —pregunta una voz mientras siento que alguien me toca el hombro. Me giro y me encuentro con una mujer elegantemente vestida, de unos cincuenta años, abrigada como lo exige el invierno.

—¿Disculpe? —respondo en inglés, algo confundida.

Definitivamente, debí tomar ese curso de alemán.

Oh, das tut mir leid! Ich habe dich mit jemand anderem verwechselt —dice la señora, claramente apenada. No tengo ni idea de lo que acaba de decir.

—Disculpe, no hablo alemán —digo, intentando mantener la calma mientras le hablo en inglés.

La mujer me observa, confundida. Yo solo quiero que el suelo me trague.

Bueno, al menos no soy la única que no entiende nada.

—No... disculpe, no la entiendo —repito, negando con la cabeza mientras busco desesperadamente a mi tía con la mirada.

¿Coraine? Hallo! —escucho de pronto la voz de mi tía detrás de la señora, como una bendición celestial.

¡Gracias a Dios!

La mujer -que, según descubro, se llama Coraine- se gira sorprendida y sonríe.

¡Elisa! Hallo! —responde, visiblemente aliviada.

Wie geht es dir? —pregunta mi tía con naturalidad.




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