Isabel
¡ES HOY! ¡ES HOY! ¡ES HOY!
Repetía una y otra vez en mi cabeza mientras me levantaba de la cama. Había llegado el día: el Baile de la Ópera de Viena. Sentía una mezcla de emoción y nerviosismo que me hacía cosquillas en el estómago.
Me asomé a la ventana: Viena amanecía cubierta de nieve, como un paisaje sacado de un cuento de hadas.
Tía Elisa, con su toque de hada madrina, se encargó de ayudarme a prepararme. Era una verdadera maestra del maquillaje y los peinados: transformó mi rostro con delicadeza y creó un recogido elegante que realzaba mis rasgos.
Mientras trabajaba, me contaba anécdotas divertidas de sus propias noches en el Baile de la Ópera: encuentros con celebridades, percances con vestidos y algún que otro brindis de más. Sus historias me hacían reír y lograban que me relajara, aunque también aprovechaba para advertirme sobre la etiqueta del evento: cómo saludar a las personas importantes y, sobre todo, no pisar los vestidos de las demás damas.
Suerte con eso.
Cuando terminó con mi cabello, me ayudó a ponerme el vestido. Al mirarme en el espejo, me sorprendí con la imagen que se reflejaba: me sentía como la princesa Diana. Me veía elegante, casi irreal, como sacada de un cuento. No podía creer que fuera yo.
- ¡Dios, tía! ¡Me veo increíble! - exclamé, emocionada. Ella me miró orgullosa de su obra-. Me siento como Cenicienta con su hada madrina. ¿Dónde aprendió a maquillar y peinar así?
-Trucos viejos que aprendí antes de venir aquí -respondió encogiéndose de hombros-. Te ves hermosa.
-¡Tiene que enseñarme!
-Con mucho gusto. Pero ahora te dejo para que termines de arreglarte. Voy a vestirme antes de que se nos haga tarde.
-Ok, y gracias, tía.
-De nada, mi niña.
Salió de la habitación, y yo terminé de ponerme los zapatos y los accesorios. Luego tomé el abrigo y una cartera pequeña con lo esencial. Al salir al salón, me encontré con ella.
-Tía, estás bellísima -la elogié.
Su vestido negro de un solo hombro se ajustaba a su figura con elegancia. Llevaba el cabello completamente recogido, con algunos mechones sueltos en suaves ondas. Su maquillaje resaltaba sus ojos color miel. Sostenía su cartera y un abrigo beige en el brazo.
-¡Gracias! ¿Lista? -preguntó con una sonrisa.
-¡Sí!
Salimos juntas a esperar el taxi que nos llevaría al evento.
El trayecto en coche hacia la Ópera fue tranquilo. Me distraje observando las calles de Viena, iluminadas con luces cálidas. A pesar de la hora y la nieve, aún había personas paseando con sus parejas, mascotas o en familia. Muchas se refugiaban en cafeterías y restaurantes, disfrutando de una buena comida y una copa de vino.
Al llegar a nuestro destino, me sorprendió ver tanta gente elegantemente vestida dirigiéndose al mismo lugar. Me sentí como en una película de Hollywood. El taxi nos dejó una cuadra antes de la entrada, debido a la fila de autos, así que bajamos y caminamos los pocos metros restantes.
Cuando llegamos a la Ópera, me quedé sin aliento. El edificio, imponente y majestuoso, se alzaba como un palacio de cuento. Su fachada, iluminada con focos dorados, brillaba como un tesoro escondido.
La puerta principal se abrió ante mí como un portal hacia otro mundo. Un torbellino de luces, música y elegancia me envolvió al instante. El salón de baile era un espectáculo sobrecogedor, una explosión de color y movimiento que me dejó sin palabras.
Candelabros de cristal colgaban del techo, bañando la estancia en una luz cálida y vibrante. Las paredes, decoradas con frescos y espejos, reflejaban la luz y multiplicaban la sensación de opulencia. El suelo de mármol brillaba bajo los pies de las parejas que se deslizaban al compás de la música, creando un mosaico de formas y colores.
Una orquesta, ubicada en un estrado elevado, interpretaba un vals melodioso. Las notas flotaban en el aire, entrelazándose para crear una atmósfera mágica. Era como estar dentro de un sueño.
Y luego estaban ellos: cientos de personas vestidas de gala, moviéndose con gracia, conversando, bailando o disfrutando de una copa en el bar. Los vestidos de las mujeres, de seda y encaje, ondeaban como olas de colores. Los hombres, impecablemente vestidos, las acompañaban con una sonrisa.
Me sentía abrumada por la magnificencia del lugar, pero también emocionada y nerviosa. Era la primera vez que asistía a un evento así, tan elegante, tan... vienés. Me sentía como una princesa en un cuento.
- ¿Qué opinas? ¿Es increíble, verdad? -preguntó mi tía Elisa, de pie a mi lado, con una sonrisa de orgullo.
-Es precioso, tía -respondí-. Aunque me siento un poco fuera de lugar. No estoy acostumbrada a este tipo de eventos.
-Tonterías -dijo con dulzura-. Estás radiante. Y no te preocupes, esta noche te vas a divertir.
No dude de ello.
En ese momento, se acercó un hombre elegante, vestido con un traje negro que resaltaba su cabello blanco y sus ojos azules.
¡Dios! ¿Qué les dan a estas personas para verse tan bien?
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son de dos mundos diferentes., ella es una turista, el un príncipe de ojos azules
Editado: 02.07.2025