Un Vaquero para mi Corazón

Prefacio

Vancouver, Canadá

Ava Marín.

Las campanas de la iglesia empiezan a sonar al mismo tiempo que la marcha nupcial. Un sonido que puede llegar a ser aturdidor, si me lo preguntan. Mis manos sujetan el ramo de flores con nervios, incluso me sudan las palmas. Poco a poco comienzo a caminar por el pasillo con mis ojos puestos al frente, centrados en el novio, que está incluso más nervioso que yo.

Sus ojos brillan con alegría cuando me ve, me da una sonrisa temblorosa que no dudo en devolverle. A pesar de todo, estoy feliz por presenciar este momento.

Al llegar al altar, me ubico en un lado, el lado de la novia que venía detrás de mí.

Sonya luce despampanante en su vestido blanco entallado a su escultural cuerpo, nada comparado con el mío. En su rostro hay una sonrisa gigante y sus ojos brillan con amor, el mismo que su prometido, casi esposo, le profesa.

Una solitaria lágrima desciende por mi mejilla y la limpio con rapidez. No quiero que me vean llorar porque eso implicaría que los ojos de todos se centren en mí, que me miren con lástima porque yo debía estar en el lugar de Sonya.

Se supone que esta sería mi boda…

Noel y yo nos conocemos desde pequeños. Nuestras familias migraron desde México y desde entonces hemos estado juntos, compartiendo cada instante de la vida del otro. Sonya entró en nuestras vidas cuando éramos adolescentes, su familia es rica y les dio trabajo a las nuestras.

Noel siempre ha tenido aspiraciones grandes, ha trabajado duro y ahora ve los frutos de sus esfuerzos, pues su empresa de innovación tecnológica ha progresado, convirtiéndose en una de las más exitosas.

Un nuevo status implicaba una nueva novia, una igual de exitosa que él. Entonces, hace tres meses, cortó nuestra relación de años, me dijo que estaba enamorado de Sonya, que ella le correspondía y que iban a casarse.

¿Qué hice yo? Sonreí, me tragué el dolor que amenazaba con doblegarme y lo felicité. Al llegar a casa, lloré por mí y por el tiempo que perdí ayudándolo a crecer. No terminé la universidad porque él necesitaba a alguien para cuidar a sus papás enfermos y viejos por el trabajo duro. Los años pasaron y a mis veintisiete años, estoy sola, con el corazón roto y siendo la madrina de una mejor amiga que pisoteó mi corazón y se casó con el que pensé era el amor de mi vida.

—Sí, acepto —expresa, Noel.

Y con esas palabras se sella el destino, con esas palabras se muere el vestigio de esperanza que me quedaba de que él volviera a mí.

Hace tres meses era a mí a quien sonreía con aparente amor, hace tres meses era a mí a quien abrazaba como si fuera su todo, hace tres meses era a mí a quien tenía en su cama. Ahora, es a ella a quien él recurrirá.

Los acompaño hasta la salida con una sonrisa grande en mi rostro, no miro a nadie en particular porque estos invitados también solían ser mis amigos.

—Ava, lo siento mucho… —musita Sophie detrás de mí.

Me giro para mirarla, puede que de todos los presentes, ella sea la única que lo dice con honestidad.

Antes de que esto ocurriera, ella me advirtió que había algo malo. Noel y Sonya trabajan juntos, ella es la vicepresidente de su empresa. Sophie, que trabaja con ellos como contable, me dijo que los había visto actuando extraño, pero yo deseché su advertencia.

—No hay nada que sentir, todo pasa por una razón. —Esas fueron las mismas palabras que me dijo mi madre antes de morir.

Palabras que papá no comprendió y que, hasta el día de hoy, entre lapsos de lucidez y borrachera, odia con fervor.

—Ava…

—Nos vemos, Sophie.

Me escabullo entre los invitados y, a paso apresurado, me alejo del sitio donde mi corazón se rompió una vez más.

Las personas en el bus me miran extrañados, asumo que por el vestido largo y elegante que estoy usando o por el maquillaje corrido. Al llegar a mi estación, bajo y prácticamente corro hasta mi casa. En una maleta meto toda la ropa que podría necesitar, al igual que el dinero restante que tengo. Cierro la puerta detrás de mí y con un suspiro tembloroso, salgo de nuevo, esta vez hacia la estación de autobuses.

No me preocupo por papá, puesto que él mismo decidió ingresarse en un centro de rehabilitación hace unas semanas.

Al llegar a la estación, compro el pasaje y, por suerte, sale en unos minutos. Aprovecho para proveerme de unos snacks y algo de comida para el viaje de doce horas.

Me subo al bus cuando nos dan paso y me ubico en las filas del medio junto a una ventana.

Cuando arranca, lágrimas caen de mi rostro mientras el recuerdo de la boda sigue presente en mi mente. Sonya ahora podrá darle a Noel todo lo que él quiere, pero soy yo la que lleva a su hijo en mi vientre…




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