Un viaje después del tiempo.

El loco.

 

Caminé a través de los senderos de la vida, encontrándome una y otra vez con las mismas imágenes. Vi oxidadas y corroídas creaciones de la mano humana. Admiré paisajes de belleza inconmensurable, y también de pesadillesca naturaleza. Conocí la amabilidad de la que mucha gente es capaz, así como la maldad que se esconde en sus corazones. Me crucé con animales de todo tamaño, color y especie, al mismo tiempo que luché contra monstruos de portes indescriptibles. Con frecuencia me encontré con la tragedia, y en ocasiones no tan habituales, con la genuina felicidad.

En este caso, encontré ante mí una tierra árida y vacía, habitada solo por el verdor que devoraba los resquicios de otra época. Vi los pequeños habitantes de las grietas y agujeros, quienes no buscaban más que resguardarse de aquello que desvelaba su imagen al mundo; la luz del día, que para tantos no era sino una señal de peligro. Contemplé el vuelo de las carroñeras aves, de cuales no me atreví a despegar el ojo hasta que hubieron desaparecido en el horizonte.

El silencio fue mi compañero durante el viaje. Llevaba sobre mí un delgado manto de cuero, cuya protección daba seguridad a mi piel del desgraciado sol, y su tan peligrosa aura. Junto a mí, la mochila que, en momentos anteriores a mi parada, hubiese jurado estaba llena con todo lo que necesitaba. Es posible que una mente más despierta hubiese dudado de la ligereza con la cual cargaba, pero esa mente no resultó ser la mía; no aquél día por lo menos.

A sabiendas de esto, visualicé la imagen a la que apuntaba el camino de asfalto. Vi allí una de las altísimas construcciones del hombre; las arcaicas estructuras de concreto y metal que rasgaban el cielo con sus puntas y obedecían al nombre de ciudades. Conocía de sobra aquellos sitios, y sabía que todo lo que pudiese necesitar estaría al alcance de mi mano si decidiese ir allí. No obstante, también tenía claro los peligros que representaba. Mas enorme era la distancia que recorrí para llegar hasta tal punto, y el volver a la parada anterior sin agua ni alimentos no sería sino una muerte segura, lenta y agónica. La puesta en escena era dura, y aunque el engaño aparentase la multitud de opciones, la realidad era que el camino era solo uno, y estaba frente a mí.

—Al mal tiempo buena cara, dice el dicho —bufé desalentado.

Me hubiese encantado saltearme aquel sitio. Incluso si significaba gastar el doble de tiempo en rodear la zona, es mejor que adentrarse en esas jaulas sin barrotes. Nunca sabes con qué te encontrarás en esos lugares. Podrías tener la suerte de ver una de las pocas ciudades habitadas, o podrías ver con tus propios ojos el nido madre de un grupo de pálidos; claro, no vivirías para contarlo, y probablemente ni siquiera sería una vista agradable, pero nadie te quitaría la experiencia.

En este caso, y con solo andar un par de kilómetros, ya podía suponer que no sería una expedición tranquila. Ahora, por si no lo sabes, hay dos señales que anuncian el peligro inminente; el silencio, y la sensación de vacío. Sonará irónico que sean las dos que más tranquilidad sugieren, pero por experiencia puedo asegurarles que así es. Y aquel día me encontré con ambas.

Frente a mí estaba el escenario más común de todos; los restos de aquellos cuyos nombres ya habían sido olvidados, acompañados solo por despellejadas ropas y fragmentos arruinados de sus pertenencias. Noté el avance de la naturaleza, que por cada vez que me cruzase por estos viejos caminos, parecía tomar más terreno sobre ellos. Llegué a ver árboles de tamaño colosal, rompiendo a través de casa y edificios, solo para emerger de sus techos como únicos reyes de sus imperios. Son paisajes muy bonito, en verdad, y me causa curiosidad el imaginar cómo se verán dentro de algunas décadas.

Pasé un poco más de tiempo buscando. Encontré un lugar donde llenar mi cantimplora; una pequeña laguna de agua estancada. Estaba tan sucia que jamás podría beber de ella sin contraer algún tipo de enfermedad, sin embargo, nada que un poco de filtrado no arregle. En el caso de la comida, la escases era evidente. Y fue en búsqueda de esta última que me topé con algo en especial muy llamativo.

Llegando a una de las esquinas, vi un viejo poste de los que solían alumbrar las calles durante la noche. Sobre su punta, un pequeño nido de aves descansaba. Estaba construidos en base a la basura de otras personas, algo que solo podría lograrse cerca de sitios como este.

Ahora, en lugares tranquilos, es normal que los animales se asienten y formen pequeñas comunidades; incluso he visto ciudades que han sido completamente conquistadas por ellos. Por otro lado, lo que no es natural es encontrar un nido único, ubicado en medio de la nada, y mucho menos en un lugares tan carentes de vida como este.

Y es que, de nuevo, mi cerebro no estaba muy despierto ese día, por lo cual hubo una cosa de la que acabé percatándome un poco tarde. Aquel no era sino un sitio demasiado aparente; un lugar alto, demasiado abierto, y con una vista perfecta de todo y todos quienes caminasen sin cuidado.

Entonces le oí; un aleteo, uno tan violento como el azotar de una tormenta. Aquel chillido inhumano golpeó mis oídos, un sonido que trataba de asemejarse a un animal tratando de pronunciar como un hombre. El inconfundible bramido de un ave infectada.

Los cabellos de mi nuca se erizaron, escalofrío recorrió mi espalda y movido por una fuerza mayor que mi voluntad, volteé a mis espaldas. Aquel gruñido fue acallado, y tras su silencio, el eco de su cuerpo golpeando contra el suelo. Y ahí estaba yo, parado con el humeante cañón en mis manos, y el cadáver de aquel malicioso ser a mis pies.

Incluso si fui tan veloz como pude, ese malnacido había caído a pocos centímetros de mis botas. De haber tardado un segundo más, o de no haber escuchado aviso alguno, ese hubiese sido mi fin. Suerte la mía que, a pesar de tener el día lento, sí fui más inteligente que él.



#9612 en Otros
#1592 en Acción
#1160 en Aventura

En el texto hay: vaqueros, postguerra, mutantes humanos monstruos

Editado: 15.10.2023

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.