El viejo llevaba todo cuanto pudiese necesitar en el interior de aquel ataúd de metal; desde la comida y la bebida, pasando por armas, y hasta artilugios de extraña procedencia que no me gastaré en detallar. Fue amable conmigo desde el primer momento, y eso es algo que respeto mucho. Pero, en esta vida no llegas tan lejos sin antes despertar un poco de desconfianza. Por lo que preferí mantener un ojo sobre él.
Vimos un manto de estrellas tejerse sobre nuestras cabezas, y junto a él, la templanza traída de manos de las sombras y el silencio. A su llegada, estacionamos la maquina en medio del camino y encendimos una pequeña fogata frente a la misma. Nos tomamos el tiempo necesario para descansar; asamos y degustamos lo que reconocí como el cadáver despellejado y destripado de unas ratas. Estaba delicioso, lo reconozco, pero hay que llamar a las cosas por su nombre.
—Es bastante aterrador —expresó con una sonrisa—. Sabes que hay criaturas que quieren tu carne, sabes que están cerca y que no dudarán en ir a por ella, pero no sabes cómo ni cuándo lo harán; eso es muy macabro, si te pones a pensarlo. Pero dejemos de hablar de la comida. ¿Qué te trae por aquí, hijo? ¿Buscas aventuras? ¿La adrenalina del viaje, tal vez?
—La mala suerte, a decir verdad —respondí—. Comida y agua, esos son mis dos motivos. Ser perseguido por un monstruo de dos metros no es mi exacta definición de aventura.
—Eso es solo parte del viaje, vaquerito. Me imagino que al menos tendrás a alguien que vaya contigo. ¿Familia? ¿Amigos? ¿Un grupo a conveniencia del que quieres despegarte pero no puedes? ¿Acerté en alguna?
—No realmente; soy solo yo. Camino a mi bola y ya está, es lo que hago.
Hermit asintió con un gesto. No se vio sorprendido ante tal réplica, como si fuese algo que ya se hubiese imaginado.
—Soy un nómada —continué—. No me siento cómodo quedándome en un solo sitio, por lo que viejo sin más sin un rumbo fijo. Se podría decir que estoy buscando algo, pero todavía no sé muy bien qué es.
—Pues eso sí que es una aventura. En mi caso, yo no soy más que un hombre de familia. Hace unos años me vi forzado a separarme de mi mujer y mi hijo. Desde entonces recorro los caminos en su búsqueda y no pienso detenerme hasta haberme reunido con ellos.
—¿Te separaste de ellos hace años? —inquirí suspicaz—. Si fue hace tanto tiempo, ¿qué te hace pensar que siguen con vida? Las carreteras no son un lugar para mujer ni niños.
—Mi señora no es el tipo de dama al que el mundo se traga sin más, mi estimado. Es fuerte, inteligente, tiene un espíritu de lucha implacable y cocina un guisado de serpiente para morirse —proclamó con orgullosa sonrisa—. Además, fue ella quien me enseñó un pequeño truco para saber cuándo estar atento.
Dicho esto, el viejo dejó a un lado su brocheta y caminó hasta el compartimento trasero de su vehículo. Desconfiando de él, llevé mis manos al cinturón y rocé el metal de mis pistola, preparándome así para lo que sea que tuviese en mente. Mas diferente eran nuestras ideas, pues el pobre anciano no hizo más que sacar un inofensivo mazo de cartas.
Seguido a esto regresó a su asiento, y plantó la baraja frente a mí. Estaba en el punto medio de ambos, a pocos centímetros de la fogata que iluminada el dibujo de un sol en el reverso de la misma. Aquello parecía una oferta, una tendida de mano, como si aquel hombre intentase cerrar un trato con mi persona.
—Dígame una cosa. ¿Es usted creyente del destino? —preguntó con seriedad.
—¿El destino? —repetí desorientado.
Hermit llevó una mano hasta el interior de su chaleco, y de ahí sacó un grupo de tres carta más. Les señaló con su otra palma, y seguido a esto comenzó a dejarlas en el suelo a medida que desvelaba sus misterios.
—La carta de “El Loco”; simboliza a alguien de gran sabiduría, pero también de una insensatez que le impide aprovecharse de ella. “El carro” anuncia la llegada de una batalla inminente; un conflicto o un problema resolver. Y por último, “La Estrella”, que trae consigo la buena fortuna y la juventud.
Quedé helado ante tal explicación. Mi mente se paralizó, como si fuese incapaz de razones la lógica detrás del ritual tan extraño que el hombre presentaba ante mí. Y en consecuencia, no pude sino reír un poco ante sus implicaciones.
—No tratará de decirme que adivinó lo que iba a pasar por medio de un simple juego de cartas, ¿verdad?
Finalizada su demostración, tomó sus naipes y los introdujo de regreso en la baraja. Seguido a esto, volvió a dejar el mazo en su lugar, y con un gesto inamovible retomó su explicación.
—Saqué esas tres cartas a primera hora de la mañana. Yo no tenía la certeza de que nuestros caminos se cruzarían, pero sí mantuve en mente que algo iba a pasar en aquella ciudad, y tal vez por eso me aventuré a entrar. ¿Algo relacionado a un joven? Puede ser. ¿A su buena suerte? Bien podría haber sido la mía. ¿Y qué tal de su imprudencia? Nop, definitivamente debió ser suya —concluyó con una carcajada.
—¿Y por qué no habría de ser una casualidad? ¿Qué tienen de especial esas cartas para hacerle pensar de esa forma?
—Pues, de especial no tienen nada. Podría lanzarlas al fuego y arderían como cualquier pedazo de papel. Las casualidad, sin embargo, ocurren una, tal vez dos, o incluso tres veces; pero este mazo jamás se ha equivocado, y eso es lo que me consta.
Mi escepticismo era evidente. ¿Cómo podría una persona mayor creer en algo tan trivial como el futuro? ¿Cómo creer en algo tan vago e improbable, para empezar? Para mí, eso era algo imposible. Sin embargo, eso no me impedía sentir algo de curiosidad. Después de todo, si quisiese engañarme, ¿qué podría sacar de eso? Peor aún, ¿qué conseguiría de alguien que acaba de perderlo todo?
—¿Podría intentarlo? —pregunté de manera respetuosa.
—Puedes tomar una, si así lo deseas. No puedo asegurarte de que te gustará lo que verás, sin embargo. Tu mente suele jugarte bromas pesadas cuando logras conocer el bosquejo de lo que vendrá.