Un viaje después del tiempo.

Las estrellas.

 

En ese instante, me vi perdido en la pequeñez de mi ser; en un sitio donde no existían tiempo ni espacio, y donde los colores se trenzaban en una sinfonía bizarra y perfecta a partes iguales. El mundo parecía haberse congelado. Me sentí atrapado en la pintura de la pared, siendo parte del burlesco mensaje que trataba de expresar. Ahí estaban la rabia, la tristeza y el miedo, aferrándose a espíritu con adamantinas cadenas a la par que intentaba gritar, y aunque fuese para mis adentros, acabé haciéndolo. Clamé por ayuda. Invoqué a los espíritus de cualquier creencia en pos de mi salvación, pero en tales tierras no había dioses ni demonios que pudiesen compadecerse de mí.

—¡Billy! ¿Qué crees que estás haciendo?

Ahí entonces la voz del viejo, y fue gracias a ella que encontré el camino de regreso a la realidad. Volví, y con la inquietud palpitando en mi pecho observé su semblante a través de las tinieblas. Con su postura estaba erguida se fijaba en mí mientras mantenía una expresión solemne y demandante. No obstante, el brillo en sus ojos revelaba emociones muy diferentes; hacía falta solo un vistazo para notar una intranquilidad que, sin necesidad de palabra alguna, daba a entender su ingrata exagerada preocupación.

—¿Está todo bien ahí dentro? Preferiría que no se me hiciera esperar.

La presencia de un tercer sujeto levantó mis alertas. El sonar ronco e imponente de sus palabras eran contrastado con una tonada engreída y pomposa. Bastaría con oírle por unos vagos instantes para conseguir los ánimos suficientes de golpearle en la nariz. Y sin embargo, ahí estaba mi compañero, lanzando sobre mí una mirada pesada y exigente, como si con el mero acto intentase mantener mi lengua atada al paladar.

—Oh, no es nada de qué preocuparse. El muchacho se golpeó la cabeza un par de veces en el camino y ha estado dando tumbos desde entonces —replicó tratando de fingir un acento coloquial —. Ya mismo bajamos a recibirle.

 Sin dar mayores explicaciones, me tomó del brazo y me puso de pie de un solo tirón.  Tras esto comenzó a sacar el polvo de sus ropas y a arreglar los pliegues de esta. Por supuesto, no me iba a quedar con la intriga, y sin tardar un instante le miré a los ojos y me referí a su persona con exigencia.

—¡Hey! ¿Qué diablos… —mas mis palabras fueron detenidas por el repentino blandir de su palma.

El viejo cubrió mis labios, y con la frustración a flor de piel se acercó a mi oído a susurrar. —Este no es sitio para jugar al valiente, hijo… Baja la cabeza, pórtate bien y no hables a no ser que yo te diga.

Como podrás imaginar, no me sentí nada cómodo con aquella orden. Sin embargo, pude comprender el porqué de ello cuando crucé miradas con un grupo de seis hombres, armados y apuntando sus rifles pesados hacia la entrada del vehículo. Como buen entusiasta, conocía bien ese tipo de armas. Semejante calibre podría volarnos cualquier parte del cuerpo con un solo impacto. Sobra decir que, debido a esto, reconsideré la opción de dejar al bueno de Hermit hablar.

Junto a aquellos hombres yacía un dueto de individuos bastante particulares; un hombre, un adulto de risueña expresión, y prominente barriga, y una joven de largos cabellos y bronceadas pieles. Lo más llamativo era de lejos la forma en la que vestían; y es que, estando tan acostumbrado a los ropajes más “humildes”, sienta extraño el ver prendas de remarcable limpieza y libres de arreglos.

Sin embargo, y a riesgo de sonar mal, lo que realmente quedó impregnado en mi memoria fue el vestir de esa muchacha; un elegante vestido y unos guantes de intenso color oscuro, junto con unos zapatos marrones, pequeños, para pies delicados y bellos. Estaría mintiendo si dijese que mi corazón no se movió un poco al verle. Mas tal belleza era arruinada por el aire de incomodidad y nerviosismo que le rodeaba. Ella mantenía la mirada al suelo, y sus manos se entrelazaban con intentando suprimir un temblor ligero y casi imperceptible.

—¡Señor Ermitaño! —clamó el hombre alzando sus brazos al cielo—. ¡En verdad me emociona el poder estar cara a cara con una leyenda como usted!

—No sabía que mi nombre había pasado de boca en boca. ¿Con quién tengo el placer, por cierto? He de decir que no esperaba encontrarme con nadie, y menos en un lugar como este.

—¿Pero dónde dejé mis modales? Yo soy el alcalde Unglück S’Bringer; terrateniente y encargado de este humilde y bonito pueblo —expresó con gallardía ensanchando su sonrisa—. Me avisaron de su paso por las ciudades del norte y, a tientas de su buena fortuna, supuse que nuestros caminos acabarían cruzándose.

El gesto en el rostro de Hermit expresó su recelo. De manera minuciosa, sus ojos inspeccionaron a los hombres que con tanta paciencia apuntaban sus cañones a nosotros. Y tras esto se tomó un momento, respiró de manera profunda y dejó salir un suspiro tenso y disconforme.

—He de suponer que no viene en son de paz.

—Muy por el contrario, mi estimado —replicó con una carcajada—. Estos señores aquí presentes son solo una formalidad. Por lo general es necesario un pequeño análisis de sangre antes de concederles el paso a la ciudad; solo para cerciorarnos de que ninguno de los visitantes esté infectado y pueda causar más problemas de lo necesario.

—En ese caso, me gustaría saber cuáles son sus intenciones. Me imagino que, si se tomó la molestia de escuchar sobre mí, sabrá que jamás permanezco en un solo sitio por más de unos días.

—¡Pero por supuesto! Solo deseo unos momentos de su tiempo, sin embargo…

Su tonó cambió en ese instante, y su mirada se deslizó hacia mí. Noté así la incertidumbre en su persona; no tenía miedo, pero sí se mostraba un tanto desconfiado ante mi presencia.

—…no esperábamos que viniese acompañado.

A nada estuve de mandarlo a él y a su madre al campo, pero mi buen amigo ahí presente fue más rápido que mis instintos. —No tiene de qué preocuparse por él, está limpio. Verá, él es mi estudiante. Llevamos un par de días recorriendo los caminos, y déjeme decirle que es un muchacho muy fiable.



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En el texto hay: vaqueros, postguerra, mutantes humanos monstruos

Editado: 15.10.2023

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