Sigo andando por la carretera principal que cruza Andorra de una punta a la otra. En este país es casi imposible viajar a dedo, o al menos eso parece.
Algo que te resultará útil saber es que en general es mucho más fácil hacer autostop cuanto más bajo sea el nivel económico de la región por la que estés pasando. La gente suele ser más abierta y está más dispuesta a compartir. En regiones ricas en cambio; todo el mundo es más desconfiado, como si pensaran que les fueras a hacer algo o temieran perder su estatus. A veces tienes la sensación de que solo eres una mancha molesta en medio del paisaje idílico de sus vidas, a juzgar por los pitos de cláxones furiosos que en general son lo único que recibes cuando pasan.
Siempre hay excepciones, nunca olvidaré aquel Porsche Carrera GT con la pintura aún reluciente que por sorpresa se paró cuando salía de Guadalajara hace unos días y cuyo conductor no tuvo problemas en hacer un desvío de más de cincuenta kilómetros en la dirección en la que yo iba, solo porque tampoco tenía nada mejor que hacer. Hay excepciones, sí, pero no ocurren con frecuencia.
Me sorprende la cantidad de supermercados, tiendas y concesionarios de coches de lujo que hay por todas partes. Muchas de ellas venden tabaco en paquetes ahorro enormes de casi cinco kilos. Es obvio que eso no está pensado para el consumo interno. Todo aparenta estar enfocado a la gente que viene de fuera, como si todo el país en conjunto solo fuera un único supermercado gigante para los países colindantes que además cuenta con sus propias leyes. Dudo mucho que todo el tabaco que se vende se produzca en las cuatro plantaciones salpicadas por el territorio; cuyas matas, de grandes hojas verdes y relucientes, parecen de alguna forma fuera de lugar. No paran de pasar coches llenos de clientes de los supermercados por mi lado. Es imposible que esos campos abastezcan tal cantidad de demanda. Si alguna vez tus caminos te llevan por esta zona, estoy seguro de que te llevarás la misma impresión. Deben traerlo de alguna parte a esperas de ser distribuido de forma ilegal por todas las regiones cercanas. ¿Quién es el contrabandista aquí?
He entrado en un callejón que tiene tiendas a ambos lados. La gente habla español, catalán o francés. Hay bastante batiburrillo montado. Veo joyerías, fruterías, queserías y muchos negocios diferentes más. Mi estómago comienza a rugir. Compro medio melón. Resulta barato, a pesar de ser importado.
Salgo del ajetreo y me siento sobre la hierba, al borde de un pequeño camino secundario de tierra situado unos cien metros carretera adelante. A mi lado hay una fuente con un cartel que reza «No potable». No deberías hacerle siempre caso a este tipo de avisos, muchas veces solo significan que el agua no está clorada. Mejor fíjate en los alrededores. No hay ninguna casa por encima de la fuente, solo un pequeño sendero que se pierde entre las montañas.
Tomo un sorbo. El agua está deliciosa, limpia y refrescante; sin ningún sabor extraño. Lavo el melón y preparo una ensalada con él, aceite de oliva, un pedazo de col que aún guardo en la mochila desde ayer, ortigas picadas, llantén, malva y rábanos silvestres que crecen a lo largo del sendero. Saber qué plantas silvestres son comestibles y cuáles no, siempre me ha parecido una de las cosas más útiles en casi cualquier circunstancia que he aprendido durante mi vida. Para mucha gente que ha viajado alguna vez a mi lado también resultó una grata sorpresa. ¿Estás tomando notas como te sugerí? Quizá puedas averiguar aún más por Internet si te interesa, hoy en día allá se encuentra de todo. O mejor todavía, júntate con gente que sepa de campo y de la naturaleza.
Mi invento culinario me ha quedado bastante sabroso y refrescante. Para que todo el conjunto sea más nutritivo le he echado un puñado de lentejas y trigo germinado que llevo en una redecilla colgada a un lado de mi mochila y que voy mojando a intervalos regulares. Pocas fuentes de proteínas más baratas y aptas para viajar conozco. Puedes llevar un kilo de ambas y germinar cada día la cantidad justa que necesites. Mientras encuentres agua, claro, y no haga ni demasiado frío ni demasiado calor.
Me está entrando la modorra de después de comer. Me froto los ojos. El sol comienza a descender hacia el horizonte. Me incorporo a regañadientes, no quiero que se me haga tarde.
Un coche policía cruza por la carretera a paso de tortuga. El copiloto gira la cabeza y no deja de mirarme. Ya es la cuarta vez que los veo en menos de una hora. Ayer me pararon en el sistema Ibérico cerca del Moncayo y no tengo ganas de que lo vuelvan a hacer. Comenzaron a hacerme un montón de preguntas tontas, después revolvieron todas mis cosas y me registraron. Se sorprendieron de mi tela de artista circense que llevo sujeta con un ocho de escalada en una punta para poder colgarla con facilidad si se presenta la ocasión. Recordar sus caras me hace sonreír. No supieron cómo interpretar aquella cosa, al final llegaron a la conclusión de que yo tenía que ser un alpinista o algo así. Siempre me ha parecido curioso que solo solemos ser capaces de ver lo que conocemos en nuestras vidas e intentamos interpretar todo lo demás de acuerdo con ello, como si tuviéramos un filtro invisible delante de los ojos. Hay poca imaginación en general. Mucha gente se vuelve muy molesta en cuanto a eso de la acampada libre, pues se sale de su norma. Tengo que salir de aquí cuanto antes.