Un viajero errante

Cambios

Estoy tumbado dentro de mi saco de dormir esperando a que caiga la noche. Hojeo un pequeño librito de poemas que me regaló Mika. La poesía no es lo mío, pero hay uno que me encanta:

No esperes otro resultado con el mismo experimento ya,
que vivir es arriesgar,
tirarte al vacío sin seguridad y volar,
romper moldes para no ser vegetal,
tirarte al mar para saborear la sal,
sentir la realidad, ser real, despertar,
perder el miedo a la oscuridad,
y empezar a caminar...

¿No es precioso? El chico tiene talento, aunque creo que este no lo escribió él. Se nota por la acentuación de las palabras. Puede que sea de su exnovia, no sé. Ambos componían.

A Mika le encantaba cantar canciones en los mercadillos acompañado de su charango para después pasar su gorra de payaso y recoger todas las monedas que le quisieran dar. A veces lo echo de menos. Supongo que andará por Sudamérica de nuevo. En realidad, se llama Miguel, Mikambur es su nombre artístico.

Hablando de nombres, puede que te sorprendas de los nombres tan exóticos que tienen algunas de las personas que conozco. Resulta que en el pueblo en el que sigue viviendo mi madre se ha puesto de moda buscar nombres extraños como Kyra, Selva, Ananda, Hada, Brahma o muchos otros. Quizá sea porque la tranquilidad, la vegetación y la cantidad de pozas para bañarse de la zona resultan ser un potente imán para toda esa gente llamada New Age por algunos. Urbanitas que se han cansado de vivir en la ciudad y buscan un sitio apartado del estrés. No te creas que el «Culto» sea la única orden religiosa asentada en esa zona. Hay muchas otras: budistas, musulmanes u organizaciones cristianas de diverso tipo. Es un pueblo interesante para vivir, más si tienes pasta. Se dan clases y talleres de un montón de cosas: Costura, yoga, aikido, karate, circo, cocina de todos los lugares del mundo, meditaciones y mucho más. Mejor paro de contar porque la lista es larga y te aburriría. Además, está oscureciendo. Creo que el sueño me llevará pronto. Después de una larga caminata no sueles tener problemas para dormir.

Algo suave roza mi piel. Creo que estoy soñando. Hace frio, mis dientes castañean. Abro los ojos de golpe e intento pegar un brinco del sobresalto. El saco me impide incorporarme. ¿Dónde estoy? Los pelos de mis brazos se erizan ante el contacto húmedo de gotas que caen silenciosas en la oscuridad. ¡Mierda! Sigo en medio del monte. No hay un sitio cercano donde refugiarme. Miro el cielo. Está tan negro que ni siquiera se ve la luna. ¿De dónde habrán salido todas estas nubes de repente?

Me enredo con mi saco de dormir al intentar salir de él a toda prisa. Me suelto con una patada. Busco mi mochila a tientas. Está donde la dejé. Saco mi linterna y la prendo para iluminar los alrededores.

La situación aún no parece demasiado grave. Ni mi saco ni mi mochila están demasiado mojados. Debí haber despertado con las primeras gotas. Envuelvo la mochila con su funda impermeable. Me vuelvo a meter dentro del saco de dormir y me enrollo en el plástico de emergencia que cargo para estas ocasiones. Total, tampoco llueve mucho. Espero que siga siendo así. Me coloco en posición fetal y abrazo mis piernas contra el pecho. Acurrucado conservas mejor el calor. Dejo de tiritar enseguida y el sueño me invade de nuevo.

Escucho un ruido. ¿Qué será? Otro ruido más fuerte. La noche se ilumina y al instante estoy despierto por completo, ¡tormenta! Otro ruido. Toda la montaña retumba a lo lejos como si fuera a venirse abajo. Algo se desliza por dentro de mi saco desde mi cabeza hasta los pies. Está frío como un reptil, tengo la espalda congelada. Creo que es agua, se precipita desde el cielo, se cuela por todas partes. Trato de incorporarme. El saco se me pega a la piel. Busco la cremallera para salir. ¿Cómo no me he despertado antes? Estoy calado hasta los huesos, nunca mejor dicho. No puedo seguir aquí en medio de la nada de esta manera o cogeré una pulmonía. Lo último que quieres cuando viajas es caer enfermo. Me levanto a trompicones. Estoy disgustado. ¿Cómo he podido malinterpretar el tiempo de esta manera? Ni que fuera la primera vez que acampo en el monte.

Vuelvo a prender mi linterna. El contenido de mi mochila se ha mantenido bastante seco. Menos mal que la coloqué en alto o la funda habría servido de poco. Me quito la ropa empapada de encima y me pongo la más seca que encuentro. Por suerte también llevo un chubasquero.

Otro rayo ilumina la noche. Cuento hasta cinco, suena el trueno. Retuerzo mi saco de dormir para tratar de escurrirlo. No sirve de mucho, se vuelve a empapar con la misma rapidez bajo la lluvia que me envuelve. Tirito. Es imposible que quede seco bajo estas aguas torrenciales. Lo ato encima de mi mochila por fuera de la funda. Ya tendrá tiempo de secarse mañana o eso espero. ¡Qué remedio! Tengo que empezar a andar para entrar en calor e intentar encontrar un sitio donde refugiarme.

Me cargo la mochila a los hombros, pesa algo más de la cuenta. El agua forma un río sobre mis mejillas que se pierde entre el cuello de mi jersey. Intento ajustarme el chubasquero con mis dedos entumecidos. Un nuevo rayo. Cuento hasta cuatro antes de que suene el trueno. Se acerca. Empiezo a andar.



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En el texto hay: realismo, autostop, mochilero

Editado: 31.10.2018

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