Un viajero errante

Estudios

Igual puedo matar el tiempo contándote algo más sobre mi adolescencia. Seguro que tienes curiosidad por saber qué pasó con lo de la asistente social.

No ocurrió nada. ¿Te lo puedes creer? Pasaron los meses y nunca volvió a presentarse por allá. Creo que Natanael se esperaba que sí lo hiciera, pues nos preguntó un par de veces si la habíamos visto. Refunfuñaba molesto cuando le contestábamos que no.

Cuando terminé mi último año de la ESO, por la escuela a distancia en la que estábamos matriculados, decidí que no seguiría estudiando más. Podría haberme matriculado en el bachillerato, mi madre me preguntó alguna vez si quería, pero no le veía el sentido. Quizá, si las cosas hubieran sido diferentes, me hubiera planteado sacarme alguna carrera. Seguía siendo muy buen estudiante, mas sabía que con los ingresos de mi madre le sería imposible costeármela. No quería serle una carga. Necesitaba decidir qué quería hacer con mi futuro por mi cuenta. Quería encontrar una manera de ganarme la vida y un sitio en el cual sentirme libre.

No me entiendas mal, que no siguiera estudiando tampoco significaba que no siguiera aprendiendo. Era un lector voraz de cualquier libro, científico o no, que tratara sobre algún tema que me interesara; botánica, biología, manuales de autosuficiencia, de supervivencia, sobre plantas silvestres comestibles y atlas geográficos. Me encantaba la idea de llegar a tener algún día un sitio propio perdido en algún lugar entre las montañas y dedicarme a la horticultura y ganadería a pequeña escala tal como hacía mi madre; pero quería que fuera mío propio para poder estar a mi aire.

Resultaba un sueño imposible en ese momento. El precio de las fincas estaba por las nubes debido a la especulación inmobiliaria. Además, cuando aún tienes 16 años, nadie te toma muy en serio y creo que tampoco puedes comprar nada legalmente. A duras penas consigues trabajo si vives en España y no tienes algún familiar empresario.

Lo único que me ofrecían a mí era algún jornal en negro en la recogida de higos u otras frutas. Lo suficiente para tener algún dinero propio del que disponer, pero insuficiente como para ni siquiera pensar en ahorrar algo.

Seguía soñando con poder viajar y conocer mundo. No me atrevía a intentarlo. Aún no sabía que para eso no necesitas pasta.

Pasaba mucho tiempo en la finca de Arno. Cuando él estaba en casa, seguía enseñándome sobre trabajos manuales y construcción, pero cada vez pasaba más tiempo en Madrid y me dejaba solo. Decía que allá le salían trabajos ocasionales y participaba en conferencias cuyo fin no me era del todo claro.

Esos días me quedaba yo en su finca para regar y cuidar su huerto y sus frutales. Me encantaba porque, una vez terminadas las tareas, tenía plena libertad de hacer lo que me diera la gana y fruta y verdura en abundancia para comer y experimentar cocinando.

Uno de esos días en los que estaba solo pasó una amiga de Arno llamada Irene. La escuché de lejos gritando su nombre. Salí de la pequeña caseta acristalada con ventanales de autobús enormes y con el tejado tapado con tierra, que había construido con Arno, para saludarla.

—¡Hola Irene! Lo siento, Arno no está. Está en Madrid.

—¡Hola Markus! Vaya, no pasa nada, tranquilo. —me contestó antes de darme un par de besos en las mejillas e impregnarme del olor a frutos secos que la acompañaba. Parecía haberse echado el frasco entero de perfume encima.

—Oye, ya que estoy, quería hablar contigo.

Por mucho que lo pensara no podía imaginarme de qué querría hablarme. No la conocía casi. Soñé con la posibilidad de que me fuera a ofrecer trabajo o algo parecido.

—¿Sobre qué? —le pregunté con cierto entusiasmo.

Se quedó callada unos instantes. Parecía estar juzgándome, me moví algo incómodo en el sitio.

—Verás, es sobre tus estudios, ¿a ti te gustaría seguir estudiando verdad? Dicen que se te da muy bien.

Abrí la boca para decir algo, pero no me salían las palabras, no tenía ni idea por qué se preocuparía esa señora por mis estudios. Me siguió observando callada. Recuperé el habla.

—No sé, sí, no se me da mal, no sé. —Intentaba encontrar una manera de explicarme ante esa mujer sin quedar mal—. Es que es muy caro.

—¡Pues mira! —Pareció estar encantada. Su voz estridente me dolía en los oídos—. Por eso no te preocupes, he hablado con Natanael y dice que él te lo pagará. Un coco como el tuyo no se puede desaprovechar, podrías ser científico —insinuó guiñándome un ojo. Hizo un gesto de golpearme el hombro, pero se quedó parada a medio camino.

Se me cayó el alma a los pies. Esa señora había hablado con Natanael, de mí... No tenía ni idea de que eran amigos. Además, tampoco comprendía por qué me lo contaba ella y no él. Llámame desconfiado, pero estando Natanael en el ajo, no me esperaba nada bueno. Solo podía ser alguna treta para chantajear a mi madre o a mí en un futuro.



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En el texto hay: realismo, autostop, mochilero

Editado: 31.10.2018

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