Un viajero errante

Malabares

Por fin un reluciente autobús verde aparece a la vista. Apenas es capaz de colarse entre las curvas estrechas y cerradas del pueblo. Para a mi lado con un resoplido estruendoso y la puerta se abre. El conductor es un hombre rubio, bajito y con barriga cervecera que me mira a través de los cristales de sus gafas con sus pequeños ojillos azules.

—¿Perpignan?

Resulta que el billete vale justo 1,40 euros como me había dicho la señora que me llevó en autostop antes.

Casi no hay gente, me siento en primera fila detrás de un par de ancianos que conversan en un idioma extraño. No creo que sea francés, supongo que serán turistas.

Según vamos pasando por diferentes pueblos y nos acercamos al llano, el paisaje va cambiando. Empiezan a verse viñas y plantaciones de frutales cada vez con mayor frecuencia. ¿Crees que tal vez pueda encontrar trabajo aquí?

El autobús vuelve a parar en el siguiente pueblo, suben un par de jóvenes. Veo una granja a lo lejos. Me levanto de un salto, cojo mi mochila, me abro paso entre la gente que me rodea y salgo a la calle. El conductor dice algo. Suena como una pregunta. Comprendo la palabra Perpignan. Intento hacerle comprender con señas que ya no quiero ir allá, que voy a quedarme aquí. Tarda un rato en comprender, pero por fin cierra la puerta del bus y se marcha.

Me acerco en dirección de la granja. Hay un hombre mayor, una torre humana de espaldas anchas como un buey, en la entrada.

Sorry, I'm looking for work. Estoy buscando trabajo. Ich suche Arbeit.

Me mira enarcando las cejas.

Me acuerdo de que aún no sé cómo se dice "busco trabajo" en francés. Tendría que haber aprovechado el rato que estuve en internet para mirarlo. Me siento un poco estúpido. Estoy harto ya de mis problemas de comunicación por no hablar el idioma. Me acerco a uno de los árboles de su plantación, cojo un melocotón casi maduro y se lo aprieto dentro de una de sus manazas.

Work?

Sonríe y suelta una cascada de palabras incomprensible. Comienza a andar hacia la casa y me hace un gesto para que le siga. Casi salto de la alegría. ¿Me habrá comprendido?

Me estampa una bolsa llena de melocotones en los brazos antes de que haya podido cruzar el umbral de la puerta. Pesa al menos tres kilos. Me da un golpe en la espalda, supongo que pretendía ser amistoso, aunque por poco me tumba.

Vaya..., ¡mierda! Quiero decir guay, pero no era eso lo que buscaba.

—Merci —balbuceo.

Me contesta algo con una gran sonrisa en la cara. Supongo que será imposible que nos entendamos. Tendré que seguir mi camino.

 

Estoy de vuelta en otro autobús con dirección a Perpignan. Volví a probar suerte en un par de granjas cercanas a la primera, anhelando que en alguna de ellas hubiera alguien que hablara español, alemán o inglés, pero tuve idéntico resultado. Tanta fama que tiene el inglés como lengua de comunicación universal y tan poco me ha servido, por lo visto a los españoles no es a los únicos a los que se les atraganta.

Se empieza vislumbrar la ciudad a lo lejos, escondida entre una ligera bruma. Huele a sal, me encanta el cambio de ambiente, el mar debe estar cerca.

Compruebo los horarios de autobuses al llegar a la estación. Para que el siguiente con dirección a la frontera española parta, todavía falta casi una hora. Igual puedo aprovechar para dar una vuelta mientras tanto y conocer Perpignan un poco.

Paso al lado de un semáforo en un cruce de calles a unos trescientos metros de la estación. Igual podría intentar ganar algo de dinero haciendo malabares entreteniendo a los conductores mientras esperan que el semáforo se ponga en verde. No tengo nada que perder, salen autobuses casi cada hora, puedo coger otro más tarde.

Busco un lugar para dejar mi equipaje, a lo lejos se ve un puente que cruza un río. Me acerco. Lleva poca agua, gran parte de su cauce lo ocupan bancos de arena y matorrales de caña. Creo que he descubierto un sitio ideal. Espero a que no haya nadie a la vista y bajo por un terraplén hasta el fondo. El sitio no es tan idílico como parecía. En el agua flotan decenas de latas, tetrabriks y trozos de basura inidentificables. En cambio, la arena y los matorrales están bastante más limpios. Saco mis cuatro bolas de malabares de mi mochila y la escondo entre las cañas. Después de ensayar durante un par de minutos, subo a la carretera y me dirijo de nuevo al semáforo.

No es la primera vez que pretendo ganar dinero de esta manera. Aprendí viajando con Mika. Animado por este, logré superar al fin algo de mi timidez y de mi miedo escénico.

Estoy algo nervioso, aquí es diferente; no hay nadie que me anime, tengo que hacerlo todo yo solo. Por suerte tampoco nadie me conoce en este lugar. A veces el anonimato te puede ayudar a sentirte más seguro.

Me fijo en el tiempo que tarda el semáforo en pasar de un color a otro. Es algo que me enseñó Mika. Cuando haces malabares en un semáforo debes ajustar tu número para tener el tiempo suficiente de acudir a la ventanilla de los coches que estén parados y recoger las monedas que te quieran dar, antes de que cambie el color y los de atrás empiecen a meter prisas con sus cláxones. Sino te puede pasar que todo tu esfuerzo haya sido en balde, y no es eso lo que queremos.



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En el texto hay: realismo, autostop, mochilero

Editado: 31.10.2018

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