Un viajero errante

En la montaña

Noah tardó poco en volver a animarse a cuidar de su finca. Mis sospechas se estaban confirmando, solo necesitaba a alguien que lo escuchara y no lo tratara como un loco a la primera de cambio como hacían muchos en el pueblo.

Igual te interesa saber que sí que tenía algunas ideas extravagantes. Por ejemplo, no le gustaban los árboles injertados, los plantaba de semilla. Mucha gente decía que solo iban a salir bordes, que nunca iba a poder comer nada de su finca. Yo también lo había pensado antes, pero resulta que no era así. ¿De dónde crees que se sacan las nuevas variedades? Noah me demostró que plantando de semilla simplemente salían árboles con características diferentes a sus progenitores. Lo único malo era que no podías saber si iban a ser mejores o peores. Además, la mayoría antes de echar sus primeras flores pasaban años en una fase juvenil cubiertos de espinas, a cambio eran mucho más robustos que las plantas mimadas de vivero.

Noah tenía una forma extraña de sembrar, se tragaba las semillas y las cagaba. Sí, sí, así como te lo digo, tal vez eso contribuía a su fama de loco. Según él, muchas semillas estaban pensadas para ser ingeridas por los pájaros; ya que al pasar por el tracto digestivo, los ácidos y la temperatura moderada estimulaban la germinación. Así que preparaba un sitio, lo limpiaba de hierba, le echaba compost o estiércol, lo acolchaba con hojas o hierba segada, lo utilizaba como cagadero y después lo regaba hasta que empezaban a salir plantas. Y puedo afirmarte que sí que salían.

—Las mujeres son las únicas que pueden parir hijos, pero todos podemos parir árboles —me dijo un día—. La gente está agilipollá, no es consciente de lo que pueden hacer con lo que pasa por sus cuerpos.

Viendo los resultados le tenía que dar la razón. Aunque me hacían gracia cosas como ver a Noah comer solo cerezas durante un par de días enteros porque quería plantar un cerezo, y no cualquier otro árbol, en algún lugar específico.

Cada vez pasaba más tiempo con él, me había dejado una habitación de su casa para que pudiera quedarme a dormir cuando quisiera y dedicábamos la mayor parte del día a plantar huerto, árboles, arreglar vallas y, en general, poner al punto la finca. Pronto cambio el aspecto descuidado del lugar.

Seguía bajando a la finca de Arno para regar hasta que este volvió de Madrid. No lo hizo solo, lo acompañaba una mujer. A partir de ese momento me quedé a vivir con Noah definitivamente.

Pronto me di cuenta de que vivir en el campo siendo autosuficiente no es tan complicado como te lo suelen pintar. No cuesta mucho producir más fruta y verdura de la que cualquiera pueda comer. El mayor problema no es ese, las dificultades vienen cuando quieres ser autosuficiente y a la vez participar de todo lo que se considera normal en esta sociedad. Tener dinero para mantener un coche, los gastos de educación, ropa y diversos caprichos más superfluos sin los cuales hoy en día pocos pueden vivir. No se gana dinero plantando huertos y frutales a pequeña escala. La agricultura en este país está muy poco valorada. Que se lo pregunten a cualquier agricultor de España después de pagarle céntimos por sus pepinos o tomates, aunque luego multipliquen su precio diez o veinte veces al llegar a la tienda. La mayor parte del beneficio se queda en otra parte.

Nosotros no vivíamos mal. Teníamos pocos gastos y además había bastante gente interesada en que les hiciéramos trabajos de poda o desbroce en sus fincas y olivares. Creo que, si no fuera porque Noah necesitaba ganar dinero para darle a sus hijos, ni siquiera hubiéramos salido de esa montaña en meses, no lo sé.

Por las noches solía ponerme a leer o a ver la tele. Comencé a sentir una extraña atracción por ese aparato, tal vez se debía a que era algo que nunca habíamos tenido en casa. Me gustaban las series de misterio, policíacas y de superhéroes. Me empecé a enganchar a ellas, hasta que empezaron a repetirse los capítulos y perdió su gracia.

No siempre estábamos solos. Noah tenía un montón de amigos fuera del pueblo. Casi cada fin de semana nos visitaba uno u otro huyendo del estrés de su respectiva ciudad, en busca del aire puro, paz y relajación en la montaña. No solían quedarse más de un par de días. Como había sospechado cuando lo conocí, Noah, sobre todo después de fumar sus hierbas, tenía un vicio agobiante de monopolizar casi todas las conversaciones sin dejarle tiempo de contestar a su interlocutor. La mayoría de gente se hartaba después de un rato. A mí me daba igual, disfrutaba escuchando y en general las cosas que contaba solían parecerme interesantes. Además, me gustaba pasar desapercibido. Me sentía incómodo siendo el centro de la atención, prefería estar a mi aire sin nadie que reparara en mí.

A veces Noah recibía la visita de su novia —o amiga—. Era una mujer que vivía en una ciudad a unos setenta kilómetros de distancia. Trabajaba en unos grandes almacenes. Hacían una pareja extraña; con ella en casa acabábamos viendo Telecinco todo el día, le gustaban programas como Gran Hermano y los debates que se hacían sobre ello. Noah no solía decir nada al respecto, a pesar de que cuando estábamos solos despotricara contra la telebasura. En realidad, tampoco veían mucho la tele, se pasaban el día en la cama. Yo solía aprovechar para ir a ver a mi madre, mantener el contacto con mi familia y de paso darles intimidad.



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En el texto hay: realismo, autostop, mochilero

Editado: 31.10.2018

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