Un viajero errante

La crisis

Los dos chicos negros llevan un rato hablando en árabe entre ellos. Yo llevo un rato contemplando el paisaje en silencio.

Me llama la atención que lleven el coche inmaculadamente limpio. Las ventanas brillan y no soy capaz de encontrar una sola mota de polvo en la tapicería, aparte de bajo mis zapatos, claro. Casi estoy sorprendido. Mi propia ropa me parece aún más sucia en comparación. ¿No hubo un día en que esta camiseta kaki que llevo fue de un verde más intenso? Tal vez sí, pero el sol, la lluvia y el tiempo han hecho mella en el tejido.

—¿Quieres patatas, amigo?

—¿Eh?

—¿Que si quieres comer patatas fritas? —pregunta el conductor de nuevo.

—Vale, vale, perdona, estaba pensando. —El otro chico me pasa una gran bolsa de plástico a la que aún le quedan la mitad. Ni me había fijado en el crepitar que hacían al comer. ¿Cómo será capaz de mantener el coche tan impecable comiendo dentro de él? Debe limpiarlo cada día—. ¡Gracias!

—De nada amigo, con la crisis hay que compartir.

La crisis..., escuché hablar de ella por primera vez después de dos años de vivir con Noah. Por aquella época a veces me llamaba en broma su "hijo perdido". Me hacía gracia, supongo que en cierta manera había rellenado el hueco que había dejado en él la marcha de sus propios hijos con su madre. Apenas venían a verlo y mostraban poco interés por lo que hacía.

Vivíamos bastante apartados del resto del mundo, a nuestro aire, sin grandes preocupaciones, menos cuando salíamos a hacer algún trabajo para ganar algo de dinero que Noah necesitaba para poder seguir pasándole la manutención a su exmujer.

Luego empezó la crisis y todo se complicó. Al principio comenzó con la quiebra de un importante banco estadounidense, debido a que había hecho inversiones arriesgadas en inmobiliarias o algo así. Parecía algo lejano, algo que no iba con nosotros, pero sí. ¿Qué te voy a contar? Supongo que también lo recuerdas.

Poco después otros bancos sufrieron la misma suerte. La gente que conocíamos comenzó a ponerse nerviosa. Puede que en nuestra zona el cambio repentino fuera más evidente debido a que la agricultura se había ido abandonando ya tiempo antes en favor del turismo y de la construcción, y nunca había habido industria, no lo sé. Con la crisis, todo el flujo masivo de turistas que solía pasar por el pueblo empezó a escasear de golpe. Algunos de las docenas de bares y hoteles rurales de la zona se vieron obligados a cerrar. Tampoco quedaba rastro alguno del afán con el que mucha gente foránea se había dedicado a construir residencias secundarias durante tantos años pensando en invertir su dinero y disponer de un sitio tranquilo en el cual pasar sus fines de semana y vacaciones. Como consecuencia había muchos nuevos apuntados al paro en el pueblo. Encontrar trabajos empezó a volverse cada vez más complicado y encima la exmujer de Noah cada vez le apretaba más, o eso me decía él.

Se respiraba tensión en el ambiente, en el pueblo, entre la gente. Nadie tenía muy claro a dónde iba a parar todo aquello. Para Noah toda la crisis en sí era una gran estafa.

Recuerdo un día en el que Noah estaba viendo las noticias mientras yo lavaba los platos cuando de pronto apagó la tele y se puso a maldecir.

—¿Qué pasa? —pregunté extrañado desde la cocina.

—Pues que el idiota del Zapatero le ha vuelto a regalar un montón de millones a otro banco. Crisis ¡Ja! —masculló entre dientes—. Una estafa, eso es lo que es. Si no hay trabajo en realidad es porque a esos canallas no les da la gana de invertir y la gente no sabe organizarse. Pretenden estafarnos para que les salvemos el culo y poder tenernos esclavizados.

—Pues sí, en cier...

—Han engañado a todo el mundo para que solicitaran préstamos e hipotecas convenciéndoles de que nada podía ir mal y ahora se quedarán con todo, ya verás —me interrumpió Noah—. Y encima cuando les va mal a ellos, parece que tengamos que regalarles el dinero de nuestros impuestos por obligación, por el morro, sin recibir nada a cambio. Y todo para qué, ¿eh? ¡Para que se forren y nos lo puedan volver a prestar con intereses! ¡Ja! De crisis nada, una estafa, eso es lo que es.

—Ya...

—¿Te has fijado en que en realidad el mundo sigue siendo igual que antes? Sigue habiendo las mismas personas, las mismas máquinas, la tierra sigue siendo la misma, se producen las mismas cosechas que antes. Si no hay trabajo en realidad es porque no se quiere invertir o el gobierno hace el panoli como con el Plan "E" ese tan ridículo. ¿Has visto lo que han hecho en el pueblo?

—Sí, sí...

—Han levantado todas las baldosas de la calle que ya embaldosaron hace cinco años y que aún estaban perfectas y han vuelto a asfaltar la misma carretera que ya asfaltaron hace tres. Para dar trabajo dicen, como si eso sirviera pa' algo. ¡Están gilipollas! Si al menos aprovecharan para replantar los bosques o hacer programas para plantar huertos en tierras públicas o abandonadas, al menos sacaríamos algo de provecho y la gente tendría de comer. Pero no, se dedican a levantar baldosas, ¡baldosas!



#29011 en Otros
#2374 en No ficción
#4256 en Novela contemporánea

En el texto hay: realismo, autostop, mochilero

Editado: 31.10.2018

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.