Un viajero errante

La fiesta

Hemos vuelto al banco en el que comimos y Musa se ha dormido sobre él. Yo no tengo sueño. Igual puedo aprovechar el rato que tengo hasta que empecemos en nuestro nuevo curro para contarte algo más sobre lo que me pasó en el sur de España. ¡Venga!

Pues mira, cuando terminó el rainbow, Noah quiso aprovechar para visitar a un familiar suyo que vivía en la misma zona antes de volver a su finca.

Recuerdo que me sentía bastante solo, apenas conocía a nadie en ese lugar. Para no aburrirme deambulando por ahí, me quedé en una playa cerca de un pueblo llamado Nerja al igual que muchos de los que habían participado en el encuentro. Estaban allí para disfrutar del sol y seguir un rato con la fiesta conociéndose más entre ellos. Había también muchas caras nuevas, de todos ellos solo había hablado con Mika.

Cierto día se grabaría en mi mente de forma irremediable. Mika se había ido al pueblo por la mañana junto con otro chico. Ambos tenían pensado hacer malabares en un semáforo para ganar algo de dinero y yo me había quedado en la playa sin saber qué hacer.

Me di un baño temprano. Las suaves olas del mediterráneo se llevaron la desagradable mezcla de sudor y polvo acumulado sobre mi piel en los días anteriores y a cambio me dejaron una fina película de sal y el pelo crispado. Me paseé por la playa hasta secarme. Al volver descubrí que al lado de mi toalla había una silueta oscura sentada. Se giró y descubrí que era la chica morena que recordaba del rainbow. Me quedé congelado en el sitio un instante. Si quería secarme, no me quedaba más remedio que acercarme.

—¡Hola! —saludé al llegar a su lado.

—¡Hola, Markus! No sabía que estabas por aquí —contestó después de regalarme una amplia sonrisa. Se levantó para darme dos besos en las mejillas—. Oye, va a haber una fiesta esta noche, hay una chica que cumple 20 años y nos ha invitado a todos. Es en Almuñecar, un pueblo cercano. ¿Te apetece venirte?

Dudé un rato sobre qué contestar mientras me sentaba en mi toalla. No tenía ni idea de si iba a haber alguien conocido en esa fiesta, pero por otro lado tampoco encontraba ninguna razón para no ir. No había gran cosa que hacer en la playa.

—Vale, ¿cómo vamos a ir? Oye, perdona... —Dos ojos negros como el carbón clavados en mí me hicieron titubear—. Por cierto, ¿cómo te llamas? —Me daba bastante vergüenza tener que preguntarle su nombre a esas alturas. Por suerte no pareció ofendida, o al menos no se le notó.

—Pues me llamo Marga. Si quieres puedes venir conmigo, aún tengo sitio en el coche.

No tenía nada que objetar y quedamos en reunirnos en un aparcamiento cercano sobre las ocho de la tarde para salir desde allí.

Cuando llegué al aparcamiento, pude comprobar que no era el único al que había invitado. Había dos chicas más que conocía de vista del rainbow, pero cuyos nombres tampoco recordaba. Se presentaron como Amanda y Claire. También había otro chico al que no había visto nunca y que dijo llamarse Jorge.

El lugar donde se celebraba la fiesta resultó ser un chalé enorme a las afueras del pueblo. Tenía al menos mil metros cuadrados de jardín, piscina propia y una discoteca en el sótano, a juzgar por la música a un volumen atronador que salía de allí abajo cada vez que alguien abría la puerta. A muchos de los invitados los había visto en el rainbow. Me hacía gracia verlos con sus pintas de hippie en un chalé de barrio pijo, pero no parecía importarles. Para mi sorpresa la mayoría no tenían ningún problema en atiborrarse de dulces, fumar y beber alcohol. Todos los reparos que habían tenido en cuanto a la alimentación y las drogas mientras estaban en el rainbow parecían haberse evaporado.

Pasaron unas cuantas horas que se me hicieron eternas. Nunca había estado en una discoteca antes y me avergonzaba tener que bailar con tanta gente alrededor. Podía sentir muchos ojos clavados en mí. Poco a poco el nudo que se estaba formando en mi estómago se hizo más intenso. Me sentía como si me estuvieran juzgando todo el rato. Era una cabra en un rebaño de ovejas, salvaje, diferente, raro. Incapaz de entender los hilos invisibles por los que se guiaba el rebaño.

Me acerqué a una mesa en una esquina en la cual había diversos canapés y bebidas. ¿Era el único? No, también había otros comiendo algo de vez en cuando. Por alguna extraña razón creí que se fijarían en qué, y en lo mucho o poco que me serviría. ¿Y qué importaba? Tampoco me volverían a ver. Cogí un vaso de plástico y me eché un líquido anaranjado de una jarra pensando que era zumo en un primer instante. Lo era, como pude comprobar poco después; pero llevaba algo más que no supe identificar, alguna bebida alcohólica. La mezcla debía tener bastantes grados, pero el sabor no estaba mal. Pronto comencé a marearme un poco. Traté de ignorar ese hecho y me serví otro vaso porque tenía mucha sed, y luego otro más. El nudo en mi estómago comenzó a despedazarse como por arte de magia. Cogí un par de canapés, salí a la calle y me senté en el borde de la piscina.



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En el texto hay: realismo, autostop, mochilero

Editado: 31.10.2018

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