—Esta vez no ha estado mal, ya casi lo tenemos —observa Alba. Estamos sentados sobre una colchoneta de la nave bajo la tela de color lila, mi preferida. Es el tercer día en el que ensayamos su número juntos.
—Pues sí, no conocía algunas de las posturas, pero tampoco son tan complicadas. Creo que para el día de la actuación nos saldrá perfecto.
O igual no, actuar delante de un público grande es algo que me sigue aterrando, pero sigo sin querer confesarlo.
—Bueno, ya te dije que aprendí en México, supongo que cada lugar tiene sus modas.
—Ya…, ¿y cómo es que decidiste irte a aprender allá?
—A ver, digamos que mi padre es mexicano —me contesta mientras se gira. Se tumba sobre su barriga, se apoya sobre sus codos y se inclina hacia mí. Un par de bucles rizados se escapan de su moño y enmarcan su rostro dándole un aire coqueto. Me doy cuenta de que no me está mirando a mí, más bien parece estar contemplando algo situado en la distancia con sus grandes ojos marrones—. Antes vivía aquí con mi madre, que es catalana, pero poco después de que se separaran volvió a México y estuve viviendo dos años con él allá.
—Ah, vale. Entonces normal. Sabes, alguna vez me han entrado ganas de conocer Sudamérica —digo. Por alguna razón estoy pensando en Mika. ¿Por dónde andará ahora? ¿Bolivia? ¿Argentina? Debería revisar mi correo algún día para ver si me ha vuelto a escribir.
—¡Pues eso es algo que tienes que hacer sí o sí! Ya verás, América es preciosa. La gente es superhumilde, cercana. Bueno, al menos en la zona en la que he estado. No es como aquí que sales a la calle y parece que todos sean zombis encerrados tras las pantallas de sus móviles.
—¡Qué bien!
—Bueno qué, ¿lo hacemos por última vez hoy? —Ahora Alba me mira expectante. Tiene la boca ligeramente entreabierta. Puedo sentir su aliento cálido y húmedo erizándome el vello de los brazos—. El número, digo —aclara con una sonrisa—. Debo haber puesto cara desconcertada.
—¡Venga va!
Cuando bajamos de la tela de nuevo estamos sudando a chorros. Por suerte aquí en la nave tienen duchas, lo último que quiero es tener que dormir así. Exhausto me tambaleo hacia el rincón donde dejé mi mochila.
—¿Quieres agua? —pregunto ya antes de llegar a ella.
—Pues si tienes, vale.
—Claro, aunque no creo que esté muy fría.
Desato mi saco de dormir y rebusco entre mis pertenencias.
—Oye, ¿duermes aquí? —pregunta Alba a mis espaldas. Suena extrañada. ¿No se había dado cuenta hasta ahora?
—Bueno, em..., sí. La verdad es que estoy de paso y no conocía a nadie por aquí. —¿Debería avergonzarme de ello? ¿Me juzgará por no alquilarme una habitación o algo?
—Ah, vale. —dice Alba, luego silencio. ¡Mierda! Espero que no piense ahora que soy un bicho raro, o que no tengo dónde caerme muerto—. Oye. Si quieres…, si quieres te puedo dejar una habitación en mi casa. Vivo en casa de mi yaya y esta no vuelve hasta dentro de tres semanas. Si te apetece, claro. Seguro que allá podrás estar más tranquilo que aquí. Seguro que aquí hay jaleo hasta las tantas.
¿Qué? Me esperaba de todo menos esta oferta. Me vuelvo con la botella de agua en mano sin saber qué responder.
—No, digo sí, vale, claro, por mí encantado —balbuceo.
—¡Genial! Así luego te enseño la música que quería utilizar para la actuación. A ver si te gusta.
—Vale, voy a darme una ducha y vamos si quieres.
—¿Y por qué te ibas a duchar aquí? Dúchate en mi casa, son apenas quince minutos andando.
Caminamos en silencio en dirección del mar. Ella a paso ligero, yo trotando con mi mochila a cuestas. Sigo sin comprender cómo en los cuatro días que llevo aquí han pasado tantas cosas. El tiempo parece haber pisado el acelerador. Mejor no pensar demasiado en ello, tantas novedades me abruman.