Un viajero errante

El choque

Es martes por la tarde. Hace un rato terminé la última clase de aéreos y mis alumnos ya se han marchado, pero sigo en las alturas repasando mis propias secuencias. Mis brazos comienzan a fatigarse. Colgado bocabajo hago un nudo entre ambas telas y después me siento sobre él para descansar. Por el rabillo de los ojos veo a Anna, la amiga de Alba. Está haciendo pesas y hablando con otra chica. También hay un grupo de jóvenes que no conozco. Uno de ellos se me acerca.

—¿Vas a bajar de allí de una puta vez? Hay otros que también queremos practicar.

—¿Cómo?

—¿No pensarás que las telas son tuyas?

—No, no, ya bajo, perdona.

¿Qué mosca le ha picado? No le señalo lo obvio, que hay dos telas más colgados a escasos metros. El tipo sube a las alturas sin volver a mirarme. Igual las otras no le gustan porque son más viejas y están algo grasientas, pero tampoco es razón para ponerse tan borde. Me siento en una esquina y lo observo en silencio. Tengo que reconocer que es bueno. Hace pasos que nunca he visto y a los que no sé si me atrevería. Sus movimientos son eléctricos, impetuosos. Casi demasiado. Veo como la tela se le resbala y queda colgado con los brazos en cruz, pero de forma asimétrica.

—¡Mierda! —exclama, luego me dirige una mirada asesina y refunfuña algo. Aparto la vista.

Anna se sienta a mi lado. El chico extraño baja de la tela y se dirige a la puerta de salida como si una avispa le hubiera picado en el culo y estuviera buscando hielo para aliviar el dolor.

—¡Hola!

—Hola.

—¡Ey! No le hagas caso a ese pavo —me susurra Anna—. Es un idiota.

—¿Qué le pasa?

—No sé, igual está mosqueado porque actuaste con Alba en aquella fiesta.

—¿Y qué problema hay?

—Bueno, es su ex. En principio iban a actuar ellos juntos, pero unas semanas antes lo pilló montándoselo con una amiga y lo mandó a tomar por culo.

—Ah, vaya, ni idea.

—Igual se creerá que te la has tirado —añade Anna. Trago saliva e intento poner cara de póker—. Es así de gilipollas y celoso. Es que encima sé que tarde o temprano la tía estúpida volverá con él.

—¿Tú crees?

—Sí, es así de tonta con él. Ya ha pasado otras veces. Supongo que es por la hija que tienen en común. Le come el coco con lo de que la niña tiene que crecer en un entorno familiar sano y no sé qué historias del amor de padres, y luego se tira a la primera que pilla por ahí cuando se va de gira.

—Vaya.

—Yo siempre le digo que pase de él de una puta vez, pero no me hace caso.

Me pregunto si Anna sabrá que llevo casi tres semanas durmiendo en casa de Alba. Creo que no, pero quizá aquel tipo sí lo sepa.

—Vaya. Oye, tengo que irme.

Necesito salir de aquí antes de meter la pata con algo de lo que diga.

El olor de panqueques recién hechos me da la bienvenida al piso de Alba a mi regreso. Ya desde el pasillo escucho como tararea una canción.

—¡Hola! —me saluda. Viene pegando saltitos hacia mí con una espátula de madera en una mano y me coloca un trozo de algo humeante al lado de la boca—. Prueba.

—Hm, ¡qué bueno! —Esbozo una sonrisa, no sé si me ha salido muy convincente.

—Estamos solos hoy —añade Alba guiñándome un ojo—. Hace un rato llevé a Amaia con su padre.

—Ah.

Me quito mis zapatos en la entrada y después vuelvo y comienzo a fregar el montón de platos y perolas que amenaza con caerse del fregadero.

—¿Pasa algo? —pregunta Alba.

—¿Eh? No, no. Estoy bien —murmuro—. ¿Por qué debería pasar algo?

—Ni idea.

Me doy cuenta de que se ha quedado mirándome en silencio.

—Oye, ¿te apetece bajar a la playa después de cenar? —pregunto—. Tengo ganas de despejarme, refrescarme y hacer algo diferente. Y mañana no toca madrugar, ¿verdad?

—No. Vale, venga, vamos.



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En el texto hay: realismo, autostop, mochilero

Editado: 31.10.2018

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