Tres días después de que aquel coche de lujo me recogiera en el medio de la nada, había llegado a la carretera que une Lleida con Andorra. El resto de lo que pasó en mi viaje ya te lo he contado.
Ahora estoy sentado en un parque situado al lado de la Estació Nord de autobuses de Barcelona. Contemplo las palomas y los periquitos que me rodean en busca de migajas de pan tiradas. Deben haberse escapado de sus jaulas anhelando la libertad, al igual que yo.
He decidido volver a mi pueblo. Falta media hora para que llegue mi autobús. Ayer Alba apareció por la Makabra. Echó mi mochila en una esquina, me miró y después desapareció sin dirigirme la palabra. Tal vez algún día nos volvamos a ver y podamos hablar sobre lo que pasó y reírnos de ello. ¿Quién sabe?
Ahora mismo tengo otros asuntos que resolver. Esta mañana volví a pasar por un cibercafé. Kyra vio mi mensaje del otro día, pero no ha respondido nada. Quiero verla, hablar con ella en persona. No quiero caer en la tentación de decirle según qué cosa a través de una máquina. Demasiado frío e impersonal. Imposible de juzgar el tono con el que te hablan ni las emociones envueltas.
También quiero ver a mi madre. A estas alturas supongo que alguien le habrá contado que me marché. O quizá ni se dio cuenta. Había veces en los que pasábamos meses sin vernos, aun viviendo en el mismo pueblo.
Por último, necesito hablar con Noah. Sé que la última vez que nos vimos acabamos muy enfadados, pero pienso que ni él ni yo somos culpables. Es esa puta miseria en la que nos han hundido a todos. Nos han acostumbrado a comportarnos como fieras para sobrevivir. A mentir, a robar, a hacer trampas, a buscar maneras en las que aprovecharnos del otro para poder vivir un día más. Y mientras tanto, nadie tiene tiempo para cuestionarse nada y unos pocos afortunados están por alguna parte riéndose de nuestros problemas. Creándolos para seguir teniendo mano de obra barata, mientras están enfrascados en su propia lucha. Ciegos en su ansia de acumular poder a toda costa sin preguntarse para qué. Ignorando que con su competición absurda nos estamos hundiendo todos poco a poco en la basura, hasta que llegue un momento en el que la naturaleza haga clic y diga basta.
¿Acaso me equivoco? No sé yo.
Piénsalo.
Algo falla en esta sociedad. Antiguamente un agricultor alimentaba a tres o cuatro personas. Hoy en día, gracias a la mecanización, alimenta a más de cien y, aun así, hay gente que se muere de hambre. Nunca hubo más burocracia y controles sobre cualquier cosa que pretendas hacer y, a pesar de ello, en conjunto se contamina más que nunca. Al pequeño se le culpabiliza, se le ponen mil trabas para todo; hasta que se arruina y es forzado a trabajar para el grande. Y el grande tiene suficiente poder para conseguir cambiar las leyes como le plazcan.
Algo falla cuando se pagan subvenciones para mantener campos labrados sin plantar nada. Algo falla cuando se destruyen excedentes de producción, simplemente por mantener los precios del mercado.
Algo falla cuando se pierden la mayoría de las tierras de cultivo porque todos piensan en producir a corto plazo y marcharse cuando el suelo y el clima ya no acompaña. También falla algo cuando preferimos importar comida u otros productos de países tercermundistas, ya que ahí se explota a la gente y la producen más barato. Globalización lo llaman algunos, luego se ponen a hablar de libre mercado. Pero no es libre cuando solo se les da libertad a las empresas de establecerse donde les dé la gana, pero en cambio se les ponen trabas a las personas y se les prohíbe huir de aquellos que los matan de hambre. Tampoco es libre cuando se “rescata” a bancos con millones de dinero público porque no supieron administrarse, en vez de dejar que se hundan por no ser eficientes, como ocurriría en un mercado real. Menos libre es si, mientras tanto, nadie se acuerda de la gente de la que exprimieron todos esos impuestos.
Es gracioso ver como a pesar de todos esos avances tecnológicos, que supuestamente nos ahorrarían tiempo, cada vez tenemos menos de este.
Parece que no sabemos organizarnos, administrarnos. Parece que, cuando nos va demasiado bien, ya nos encargamos nosotros mismos de volver la vida más complicada, de llenarla de trámites, guerras y luchas de poder.
Dejamos que unos pocos locos que han perdido el norte utilicen el mundo a su antojo, mientras que todos los demás trabajamos para ellos y sus caprichos.
Y así nos va.
Algún día hallaré una manera de hacer algo, de deshacer esa bola de mierda inmensa que crece y crece y amenaza con arrollarnos. Algún día la hallaré, o al menos lo intentaré.
Por ahora me conformo con volver a mi pueblo y solucionar todos los problemas que tengo pendientes. No sé lo que me encontraré, ni si me voy a quedar o me volveré a marchar. Pero al menos ahora he aprendido a jugar con el sistema y a valerme por mí mismo allá donde vaya.
Vuelvo a la estación, mi autobús ya está en la dársena esperando.
Me marcho.
¿Quién sabe?
Puede que algún día nos encontremos por el camino...
¡Fin!