Un vientre en alquiler

CAPÍTULO 5

Elliot 

Me encontraba en el hospital, Annete mi esposa había sufrido una recaída, tenía varias horas esperando y no me daban noticias de ella. 

Le informé a mi hermano Santiago, ya que hasta el momento solo él y su novia Isa, sabían sobre la enfermedad de Annete. 

Tenía casi diez años de matrimonio, todo este tiempo Annete había sido una excelente esposa, cuidadosa, tierna, bondadosa, aunque nuestro matrimonio fue arreglado por nuestros padres, que no había amor desde un principio. Pero con el tiempo nuestra relación se convirtió en una fuerte amistad, eso fue para mí. Aunque para Annete fue mucho más. 

Por respeto a ella y sus sentimientos nunca la engañé, nunca quise dañarla, sobre todo después de enterarme de que padecía leucemia. Incluso al saber esa noticia, lo primero que hicimos fue ir a una clínica de fertilidad y dejar sus óvulos y mis espermatozoides, Annete siempre tuvo la ilusión de ser madre y no sería yo quien le quitara ese deseo. Así que acepté su propuesta. 

—Hermano ¿qué pasó? —Santiago e isa llegaron al hospital. —¿Cómo está Annete? 

—No lo sé, tengo horas de estar aquí y no me han dicho nada. —Me sentí culpable de que Annete estuviera aquí, ella y yo teníamos una conversación acerca del vientre que queríamos para que nuestro hijo cobrara vida, mi insistencia era con Isa, pero al parecer Annete había cambiado de opinión. 

—Elliot lo lamento tanto. —Isa se acercó y me dio un fuerte abrazo, la rodeé con mis brazos. Desde que conocí a la novia de mi hermano, sentí cierta atracción hacia ella, era incorrecto, lo sabía, pero no podía evitarlo. 

Me separé de ella y me senté en las sillas a esperar por el médico, quien apareció minutos después. 

—Señor Jackson, su esposa ha reaccionado y quiere verlo. —Me levanté de prisa y me dirigí a la habitación en donde se encontraba mi esposa. 

No era la primera vez que me encontraba en esta situación, muchas veces Annete había sufrido decaídas, pero se levantaba, espera que esta vez no fuera la excepción. 

—Annete, mi adorada Annete —musité al estar cerca de ella, a pesar de no amarla, siempre trataba de darle cariño y por eso me odiaba no darle el amor que ella merecía, muchas veces le sugerí que nos separamos, pero ella insistió que no, que estaba bien con esta relación, antes de su enfermedad incluso dormíamos en habitaciones separadas, pero después de su diagnóstico no permití que durmiera en otro lugar que no fuera mi cama. 

—¡Elliot, mi amor! 

—¡Shhhh! Todo estará bien, no te esfuerces. —Me acerqué y besé su frente. 

—E… Elliot, esta vez no será como las demás, creo… que no saldré… de...esta…

—No digas eso, esta vez será igual a las demás, te levantarás de esta cama. —Su cara estaba pálida y sus labios secos; me dolía verla de esa manera. 

—Cuida... de nuestro hijo…

—Annete, los dos lo haremos…

—No, dejes que le pase nada… ámalo y cuéntale de que su madre también lo amó. 

—¿Por qué hablas como si ya existiera?, convenceremos a Isa para que lo haga.

—¡No Elliot!... Promete que lo cuidaras. —vi como su cuerpo se agitaba y ella perdía su respiración —Promételo… 

—Lo prometo Annete, amaré a nuestro hijo y lo protegeré. —De pronto ella, cerro sus ojos y sentí su cuerpo desmayarse. —¡Annete! … ¡Annete!...¡Despierta por favor! —El monitor de los latidos de su corazón se quedó en un pitido estático, eso solo significaba una cosa. —¡Annete, por favor no! Despierta, tienes que conocer a nuestro hijo, cuidar de él, quiero verte sonreír otra vez. ¡Annete! —

Una enfermera ingresó de inmediato, me hizo a un lado y empezó a revisar los signos vitales de mi esposa que yacía en la camilla. Tomó el desfibrilador y lo coloco en el pecho, su cuerpo se levantaba de la camilla, cada vez que aquel aparato hacía contacto con su cuerpo. Mi única ilusión era volver a escuchar el monitor con los latidos de su corazón. 

El médico ingresó a los pocos minutos, pero sus esfuerzos fueron inútiles, mi esposa estaba muerta. 

Salí de aquella habitación porque no soportaba ver a Annete, me dolía en el corazón verla morir de esa manera. En el pasillo me encontré con Santiago y mis padres. 

—Hijo ¿Qué paso? ¿Cómo está Annete? — mi madre fue la primera en preguntar. 

Miré a todos, quienes esperaban mi respuesta de manera atenta. 

—Annete, murió —dije con voz entrecortada. Mi madre me abrazó de inmediato al igual que mi padre. 

Mi compañera de más de diez años, se había ido de este mundo. Aunque nunca la amé, pero siempre tendría un lugar especial en mi corazón. 

 

(...) 

 

Tiré una rosa blanca en la tumba de Annete, fue una gran mujer y solo agradecía a Dios, que ella estuviera en un lugar descansando, ya no tendría dolor, ni preocupación. 

Toda la ceremonia estuvo excelente, los padres y familiares de mi difunta esposa, la verdad no había prestado interés en las personas que asistieron. Cuanto todo terminó, decidí regresar a su tumba para despedirme a solas. Mientras me acercaba me di cuenta de que alguien estaba allí, no lograba identificarla, pero me parecía conocida, tenía que conocerla de algún lado, además no tenía de por qué estaba aquí, en la tumba de Annete. 

Me fui acercando, pero al notarme salió corriendo. ¿De dónde conocía a esta mujer? Estaba segura haberla visto. Decidí olvidarla y mejor regresar a la casa de mis padres que era lugar donde me hospedaba. 

 

(...)

 

Dos días después de la muerte de mi esposa decidí regresar a la oficina, mi vida tenía que continuar, y acostado en una cama no lo iba a lograr, además estos días, aún seguía latente la idea de que Isa, fuera la mujer que llevara en su vientre a mi hijo, tal vez parecía obsesión, pero sentía cierta envidia a mi hermano Santiago, siempre fue el hermano rebelde, pero al que mi padre siempre admiró, yo hice todo por complacer a mi padre, acerté casarme con una mujer a la cual no amaba, esto con el propósito de que la empresa de mi padre no terminara en la quiebra. 




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