Mis amigos celebraron que con dos palabras Evan logró convencerme, solo que no lo había hecho con palabras, desde que me miró, él ya me había convencido.
Megan me miró con cara de «qué demonios» pero no fue más allá, en cambio Daisy…
Al siempre vivir con la cabeza en la estratosfera, las cosas que le costaba entender las analizaba una y otra vez y en general atinaba.
—¿Tú te estás dando cuenta de lo que estás haciendo? —me susurró mi amiga justo antes de subir al coche.
Yo asentí sonriendo.
Nos sentamos en el asiento de atrás del coche de Tim, Daisy de copiloto. Evan, yo en el centro y Bob en la otra puerta.
Realmente era poco lo que me importaba, Evan rozaba su brazo con el mío y ese simple toque me tenía tensa como un cable de alta tensión.
Nunca había sido de esas que «necesitan» sexo, de hecho, creía que era algo que si sucedía estaba bien y si no también. Para mí el sexo estaba sobrevalorado.
Lo mismo pasaba con el amor, yo decía que era una agnóstica del amor. Como no lo había visto no creía en él, cuando lo viera o en tal caso lo sintiera, pues ahí creería.
Siempre bromeaba con mi condición de agnóstica, casi atea del amor, pero solo para escandalizar a Daisy que era una creyente casi fanática del romance y el amor y Megan… bueno, a ella solo le gustaba el sexo y si se enamoraba en el camino, era ganancia.
Me incliné hacia adelante y le susurré a mi amiga en el oído.
—Ahora creo.
Ella volteó confundida, pero en segundos su rostro cambió, como la escena de la Zootopia donde el perezoso empieza a entender el chiste, bueno, así fue cambiando el rostro de mi amiga. Sus grandes ojos azul cielo se fueron abriendo hasta parecer dos platos.
Abrió la boca, pero no le salieron palabras.
Yo asentí sonriendo y como si Evan supiera de lo que estamos hablando, su dedo meñique enganchó el mío.
Mi amiga me miró y luego a la unión de nuestros dedos. Asintió sonriendo.
Un toque tonto, hasta ingenuo pero que para mí significaba más que todos los encuentros íntimos que había tenido.
Que tampoco eran muchos porque bueno, era solo sexo.
Daisy miró al frente y se quedó catatónica hasta que llegamos a la casa de Oliver.
*****
Los muchachos sacaron de inmediato la barbacoa, algunas mesas y sillas. De los coches sacaron las cavas con el alcohol que compraron y del coche de Oliver, toda la comida como para alimentar a un batallón. Aunque ellos comían como uno.
—Que bueno que pudiste venir Eli —me dijo Bob parado a mi lado, organizando las sillas conmigo—, quizá podemos revivir viejos tiempos con una buena partida de chupito Uno.
Yo lancé una carcajada.
—Oh no, no Bob, esos tiempos no los quiero revivir, ya estoy vieja para eso, podría morir aquí mismo de un coma etílico.
Esta vez fue Bob quien rio.
—¿Tú? ¿Coma etílico? Si tienes como tres hígados. Voy a buscarte una cerveza. ¿Quieres algo Evan?
—Una cerveza esta bien, gracias, Bob.
Evan me miró confundido, pero con una leve sonrisa en sus ojos
—¿Chupito Uno?
—Cuando nos graduamos del colegio o algunos veranos que venía a pasarlos con mi mamá, salía con estos locos y jugábamos Uno mientras tomábamos cualquier cosa como gente normal hasta que a mí se me ocurrió subir la apuesta y propuse que por cada vez que hubiese una carga 2 o 4, teníamos que tomar la cantidad de chupitos que cartas teníamos que cargar. Empezamos con whisky, pero terminábamos con tequila y bueno, el resultado era bastante desastroso.
Evan lanzó una carcajada deliciosa.
—¿Saben que en Uno las cargas no son acumulables no?
—Yo lo sabía, ellos no mucho, sino no hubiese sido tan divertido.
Bob nos dio una cerveza a cada uno y me pidió que lo acompañara a la cocina.
Yo le hice un gesto con los ojos mirando a Evan. Mi amigo lo miró, asintió y se dio media vuelta. Supongo que no le interesó mucho lo que seguía.
Evan me tomó de la mano y nos fuimos a un extremo de la piscina, ahí nos sentamos con los pies dentro del agua mientras ya los chicos y las chicas se tiraban de chapuzón.
—Después preguntas porque te bauticé Elina «la terrible».
Reí.
—Ahí no puedo llevarte la contraria —choqué mi botella con la de él—. Salud.
Tomé de mi trago y sentía su mirada clavada en mí.
Era como que no podíamos dejar de vernos, como si estudiábamos las facciones y las acciones uno del otro.
Yo en lo personal debía decir que no podía dejar de mirarlo porque era hermoso. Era armónico, sus facciones eran angulosas y hasta fuertes, pero cuando sonreía o simplemente me veía, sus facciones se suavizaban. Para mí parecía un ángel caído del cielo, era obvio que, era mi parecer porque estaba enamorada.
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Editado: 16.05.2024